La Alemania comunista vendió enfermos a las farmacéuticas para experimentos
Un documental revela que la antigua RDA aprobó en los años ochenta vender enfermos, por 2.200 euros cada uno, a compañías farmacéuticas occidentales para experimentos con medicamentos
El llamado paraíso de los trabajadores alemanes, la ahora desaparecida República Democrática de Alemania (1949-1990), sufría de una crónica y peligrosa falta de divisas occidentales, una enfermedad que se reflejaba, por ejemplo, en la pobreza de los hospitales que carecían de instrumentales médicos modernos.
Para subsanar la falta de los codiciados marcos de la Alemania occidental (RFA), el régimen no tuvo reparos en vender a Bonn varios miles de prisioneros, una transacción que se realizó al más alto nivel en los dos países. El último Gobierno comunista de la RDA, dirigido por Erich Honecker, también hizo posible que la sueca IKEA hiciera construir muebles en las cárceles de la RDA, un pecado que fue admitido recientemente por el gigante sueco.
Según los periodistas Stefan Hoge y Carsten Opizt, autores del documental Test und Tote (Test y muerte) emitido en la noche del lunes por la primera cadena de televisión pública, ARD, el régimen de Honecker también alentó a su élite médica para que traficara con seres humanos, que eran ofrecidos como conejillos de indias humanos a empresas farmacéuticas de la RFA y de Suiza. Desde 1983, varios cientos de enfermos crónicos fueron utilizados por empresas como Sandoz y Hoechst para probar fármacos que aun no habían recibido una autorización para su comercialización.
Desde 1983, varios cientos de enfermos crónicos fueron utilizados por empresas como Sandoz y Hoechst
Honecker, después de escuchar las quejas de los médicos de su país sobre las carencias en los centros médicos y el descontento de la población, ordenó a los miembros del Comité Central que diseñaran un programa que hiciera posible captar divisas para modernizar los centros médicos, según los testimonios y documentos recogidos en este trabajo periodístico.
Según el historiador de la universidad de Marburg Christoph Friedrich, en el otoño de 1983 un grupo de médicos de clínicas escogidas recibieron la autorización para utilizar a sus pacientes para realizar pruebas con medicamentos no autorizados. Las clínicas ofrecían a las víctimas por la suma de 3.800 marcos alemanes de entonces (2.184 euros actuales).
La viuda de una de las víctimas conservó la cajita roja que contenía las cápsulas de color rojiblanco que le habían administrado
Una de las víctimas fue Gerhard Lehrer, que estaba hospitalizado en Dresde a causa de un ataque al corazón. Después de ser dado de alta, el estado de salud de Lehrer empeoró y su médico personal le exigió que devolviera el medicamento que había recibido. El enfermo se negó. Lehrer murió un año después, pero su viuda conservó la cajita roja que contenía las cápsulas de color rojiblanco que le habían administrado.
Hace dos años, una cadena regional de televisión, informó por primera vez sobre el comercio de seres humanos, pero sin dar muchos detalles. La viuda contactó con la emisora y entregó las cápsulas, que fueron analizadas por un laboratorio de la universidad de Leipzig. El resultado alertó a la comunidad científica: las capsulas no contenían un fármaco apropiado para combatir las enfermedades del corazón, sino un placebo.
Un número de serie en la cajita roja sirvió de pista para los dos periodistas que no tardaron en descubrir en los archivos del Ministerio de Sanidad de la ex RDA sendas carpetas que contenían información sobre los test con medicamentos. Gerhard Lehrer, por ejemplo, había recibido el fármaco Ramipril, utilizado para bajar la presión sanguínea y fabricado por Hoechst.
"Creemos que unas 1.500 personas fueron utilizadas por consorcios occidentales para probar sus nuevos fármacos", dice uno de los autores
El negocio entre las clínicas de la ex RDA y los consorcios farmacéuticos estuvo reglamentado a través del Ministerio de Comercio de la Alemania comunista y según la documentación obtenida por los dos autores del documental, fue floreciente. "Creemos que unas 1.500 personas fueron utilizadas por consorcios occidentales para probar sus nuevos fármacos", declaró a EL PAÍS Stefan Hoge, uno de los dos autores del documental. "Los consorcios siempre han necesitado seres humanos para probar sus fármacos y esto lo sabía muy bien la élite médica en la RDA", añadió.
"Unos de los centros médicos que mas colaboró con esta práctica fue el Charité de Berlin", dijo Hoge, al referirse a una de las grandes instituciones médicas que existían en la ex RDA y que también sufría por la escasez de divisas que imperaba en el país de la hoz y el martillo. "De hecho, todos los centros médicos estaban interesados en ofrecer pacientes".
Un "paciente" fue Hubert Bruchmüller, a quien le descubrieron una insuficiencia cardíaca que puso fin a sus aspiraciones de convertirse en atleta. El enfermo recibió el medicamento Spirapril de Sandoz: Durante su permanencia en un hospital en Lostau, una localidad cercana a Magdeburgo, 6 de los 17 afectados que fueron tratados murieron, un balance que convenció a Sandoz de suspender los test. Bruchmüller sobrevivió gracias a la caída del Muro, que obligó a las autoridades sanitarias de la ex RDA a poner fin al programa creado en 1983.
Los autores del documental lograron localizar al médico Johannes Schweizer, quien recetó a Gerhard Lehrer las capsulas que contenían Ramipril y que actualmente trabaja como catedrático en la Universidad de Chemnitz. "Es cierto, Tratamos a estos pacientes y siempre se trataba de vida o muerte", confesó el médico.
Tras la emisión del documental, Hoge señaló que ya está recibiendo comentarios de gente anónima que cree haber sido utilizada por el régimen. "La prensa esta reaccionando lenta, pero positivamente", dijo el autor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.