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Los fantasmas de Winnie Mandela

La policía sudafricana reabre un caso que implica a la exesposa del líder contra el ‘apartheid’ en el asesinato en 1988 de un supuesto ‘traidor’ a la causa negra

Nelson y Winnie Mandela a la salida de un tribunal de Johanesburgo en 1991, tras la apelación que redujo a una multa la pena de cárcel para Winnie por secuestro.
Nelson y Winnie Mandela a la salida de un tribunal de Johanesburgo en 1991, tras la apelación que redujo a una multa la pena de cárcel para Winnie por secuestro. greg marinovich (sygma)

Una mañana de 1990 estaba hablando con un señor llamado Nico Sono en la esquina de una calle en Soweto, una ciudad pobre y polvorienta en la periferia de Johanesburgo habitada solo por gente negra. El señor Sono me dijo que estaba convencido de que Winnie Mandela había matado a su hijo. Hoy, casi un cuarto de siglo después, la policía sudafricana ha empezado a investigar el caso, abriendo la posibilidad de que la exesposa de Nelson Mandela, que ahora tiene 76 años, sea imputada por asesinato.

Lo curioso no es tanto por qué la policía esperó tanto tiempo para iniciar la investigación sino por qué no hicieron nada cuando ocurrieron los hechos. Lolo Sono, de 21 años, desapareció el 13 de noviembre de 1988. Fue el último día en que su padre lo vio, golpeado en la cara, sangrando y temblando de miedo en una furgoneta en la que viajaban media docena de jóvenes matones bajo el mando de Winnie Mandela. Según me contó Nico Sono, ella, que también estaba en la furgoneta, se negó a entregarle a su hijo, acusándole —falsamente, como después trascendió— de “traidor” a la causa de la liberación negra. Todo lo que me dijo Nico Sono a mí, y más, se lo había dicho ya a la policía, que además tenía un espía a sueldo en la casa de Winnie Mandela que debía haber informado de lo que había ocurrido.

En aquella época Nelson Mandela aún permanecía en la cárcel y su esposa era la figura más visible de la lucha contra el apartheid. El caso Lolo Sono presentaba a las autoridades una oportunidad de oro para detener a Winnie Mandela, someterla a juicio por la muerte de un chico negro, desprestigiar ante el mundo al movimiento de liberación que encarnaba su marido y mandarla a ella a la cárcel también. Pero no hicieron nada.

¿Por qué? Porque en aquellos tiempos la justicia estaba al servicio del poder y al poder ya no le interesaba que Nelson Mandela, que llevaba 26 años en la cárcel y desde la distancia amaba a su esposa con locura, sufriera más. El gobierno blanco sabía que los días del apartheid estaban contados. Altos mandos del Gobierno llevaban dos años conversando en secreto con Mandela cuando desapareció Lolo Sono. Apostaban a que una negociación política con un Mandela liberado les daría la posibilidad de lograr un acuerdo que les permitiría conservar una alta proporción del poder político en manos blancas. Se equivocaron, pero en aquel momento no querían correr el riesgo de someter a Mandela a un disgusto que lo podría radicalizar, o incluso abandonar la negociación por las armas. Por eso protegieron a su mujer del peso de la ley.

La pregunta ahora es, ¿por qué en una Sudáfrica plenamente democrática, con un presidente negro, las autoridades han optado por volver a perseguirla? Según una teoría ampliamente difundida en Sudáfrica y avalada por los hechos de los últimos años, porque la justicia sigue estando al servicio del poder. Winnie Mandela no tiene una buena relación con el presidente, Jacob Zuma. En una conferencia en diciembre del año pasado del partido gobernante, el Congreso Nacional Africano, el principal tema sobre la mesa fue la permanencia de Zuma como líder del partido. Ella dio su apoyo a un grupo opuesto a Zuma. El secretario general del partido, leal a Zuma, declaró que la posición adoptada por Winnie Mandela era “peligrosa”. Tres meses después la policía halló en una fosa lo que creía haber sido el cuerpo de Lolo Sono, e inició su investigación.

¿Casualidad o conexión? Aún no se sabe. Ni se sabe si la investigación de la muerte de Sono llegará a las últimas consecuencias o si el Gobierno intervendrá y todo se quedará en una advertencia a la señora Mandela para que se calle. Lo cierto es que si ella no fuera quien es, si no hubiera estado casada con Nelson Mandela, si no hubiera cometido los crímenes que cometió cuando los cometió, hubiera pasado muchos años de su vida en prisión.

Ahí, en prisión, es donde estaba su marido, en la segunda mitad de los años ochenta, cuando ella y su banda de jóvenes matones lanzaron lo que muchos en Soweto llamaban el “reino de terror de los chicos de Winnie”. Aparte de Lolo Sono hubo al menos tres asesinatos más de jóvenes negros claramente cometidos por miembros de la banda. También hubo violaciones, secuestros y asaltos.

Un juez dictaminó en 1991 que imaginar que los chicos de la señora Mandela actuarían en tales episodios sin su conocimiento era igual de imposible que imaginar “la obra Hamlet sin el príncipe”. El juez la declaró culpable del secuestro de cuatro jóvenes, de complicidad en posteriores agresiones contra ellos y la condenó a seis años de cárcel. Pero ella recurrió y nunca los cumplió. Un Tribunal de Apelación redujo la condena en 1993 de los seis años a una multa de lo que hoy serían unos 4.000 euros.

Pocos dudaban que una vez más el Gobierno, aún blanco en aquel momento, había influido en el poder judicial. Faltaba un año para que se llevaran a cabo las primeras elecciones democráticas de la historia de Sudáfrica y encarcelar a la popular y populista Winnie Mandela suponía demasiado riesgo para la entonces frágil estabilidad del país. Para su fortuna existía en aquellos tiempos la percepción de que una justicia imperfecta era el precio que se tenía que pagar para lograr la transición a la democracia y evitar un baño de sangre. Muchos más fueron perdonados por sus crímenes, especialmente miembros del régimen blanco. La diferencia fue que los crímenes de Winnie Mandela poco tuvieron que ver con política y más con las actividades de una banda mafiosa.

Nelson Mandela, que al principio no quiso creer que la mujer que había sido el amor de su vida era un monstruo, acabó entendiéndolo al final. Durante el juicio de divorcio entre los dos en marzo de 1996, cuando él ya era presidente, su abogado le preguntó si estaría dispuesto a contemplar la posibilidad de reconciliarse con su esposa. “Si el universo entero intentara convencerme de que me reconciliara con ella no lo haría”, contestó.

Hoy, una vez más, los fantasmas del pasado de Winnie Mandela han vuelto a despertar. Pero hoy su exmarido, a los 94 años, se entera de muy poco de lo que le rodea. La noticia de que finalmente se ha abierto la investigación por la muerte de Lolo Sono no la habrá podido asimilar. Su suerte, mientras se acerca el final de su vida, es que Winnie ya no es capaz de provocarle más disgustos.

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