“Los colegas argelinos nos salvaron de caer en manos de los terroristas”
La única empleada extranjera de la planta de gas de Argelia atacada por yihadistas hace un año relata cómo logró sobrevivir a la matanza terrorista
“Sonó una alarma”, minutos antes de las seis de la madrugada. Hubo después un colega que llegó muy pálido y gritó: ¡Es un ataque terrorista! Les he visto. ¡Están armados! Vienen hacia aquí. ¡Esconderos!” Así empezó hace un año para Murielle Ravey, enfermera de emergencias, la única mujer extranjera destinada en la gigantesca planta gasística de In Amenas, en el sureste de Argelia, la peor pesadilla de su vida.
Del 16 al 19 de enero del año pasado un grupo, de 40 hombres, escindido de Al Qaeda y a las órdenes de Mojtar Belmojtar, el terrorista que apresó en 2009 a tres catalanes en Mauritania, perpetró en In Amenas el mayor secuestro –casi 800 rehenes- de la historia de África. El golpe fue tan brutal que durante los meses posteriores la exportación de gas argelino a España cayó un 6% y a Italia un 10%.
Durante el asalto que dio el Ejército argelino, que concentró en la zona a unos 6.000 hombres, con el apoyo de vehículos blindados, helicópteros y aviones, murieron 40 trabajadores de la planta -39 de ellos extranjeros- y 29 yihadistas, pero se evitó que la planta fuese volada. Argel no precisó cuántas bajas hubo entre sus militares
Murielle Ravey, francesa, de 48 años, sigue de baja desde entonces y se ha retirado a vivir a un pueblecito cerca del círculo polar, “lejos del ruido, de la muchedumbre que me angustian”, explica al teléfono. Durante todos estos meses ha redactado, junto con el periodista Walid Berrissoul, un libro “In Amenas. Historia de una trampa” que acaba de publicar (Editorial La Martinière). El él ella cuenta sus recuerdos de aquel infierno y Berrissoul expone el resultado de su investigación.
Ha escrito ese libro en homenaje, entre otras cosas, dice, “a esos compañeros de trabajo argelinos que nos escondieron [a los extranjeros] y nos ayudaron a huir”, recalca la enfermera. Sin ellos probablemente no estaría viva. “El islam no son esos locos peligrosos”, añade refiriéndose a los terroristas, “sino mis colegas musulmanes solidarios”.
En “ese ambiente de guerra, en el que se oían ráfagas, explosiones de granadas” los yihadistas iban a por los extranjeros que allí trabajaban, recuerda Ravey. “Supimos que habían desencadenado una caza al expatriado, que rompían las puertas de los dormitorios, que los sacaban a rastras; a algunos se los llevaban como rehenes y otros eran víctimas de ejecuciones sumarias”, prosigue. “Nuestro miedo se disparó”.
La enfermera se consideraba un blanco predilecto. Es francesa y el ataque terrorista en In Amenas empezó cinco días después de que el Ejército francés desencadenase la operación Serval para desalojar a los yihadistas que se habían atrincherado en el norte de Malí. El propio Belmojtar aseguró en un comunicado que se trataba de una represalia por aquella ofensiva.
Tras pasar 25 horas escondida con tres anglosajones sin salir –los terroristas se habían instalado en el puesto de control y veían las imágenes captadas por cientos de cámaras de seguridad-, Ravey y sus compañeros de infortunio osaron tratar de huir haciendo un boquete en la doble verja que rodeaba al complejo.
“Había que escaparse porque temíamos que los terroristas volasen la fábrica de gas y que la gigantesca explosión arrasase gran parte del complejo, empezando por nuestro escondite que estaba a 200 metros”, asegura Ravey. La apuesta era arriesgada porque, si lograban alcanzar la verja, no sabían si del otro lado se toparían con el Ejército o con más terroristas.
“Somos una familia, haremos todo juntos”, le dijo a la enfermera un paramédico argelino. Rodeados por un grupo de trabajadores argelinos, a los que los yihadistas no prestaban mucha atención porque eran musulmanes, los cuatro extranjeros salieron del complejo con banderas blancas y los brazos en alto. “Los argelinos nos protegieron y aquello fue un espléndido acto de solidaridad”, recalca Ravey. Caminaron por el desierto hasta toparse al amanecer con los primeros soldados. Estaban libres.
“Ahora los supervivientes deberíamos pasar página, pero hay tantos aspectos no aclarados, tantas preguntas sin respuesta que no logro dormir tranquila” sostiene. “Cuando llegué a In Amenas pregunté por la seguridad y me dijeron que el Ejército la garantizaba plenamente, que patrullaba constantemente, que disponía de drones”. “¿Cómo entonces los terroristas pudieron cruzaron kilómetros de desierto hasta llegar allí y desplazarse por la planta como si estuvieran en su casa?”.
Ravey da, en parte, ella misma la respuesta. A finales del otoño de 2012 hubo una larga huelga de los trabajadores en la empresa argelina Sonatrach, que junto con la británica BP y la noruega Statoil, explotaba la planta. “Aquello repercutió negativamente sobre la seguridad”, sostiene. “Las familias de los huelguistas penetraron en la planta”. También se pregunta cuantos rehenes fueron abatidos por el Ejército argelino durante un asalto. “No negociaron, dispararon a destajo”, subraya. “Conocía a muchas de las víctimas”.
Tres terroristas fueron capturados con vida. Sus interrogatorios por los investigadores argelinos fueron entregados al FBI de EE UU, que sospechaba que pudieran existir vínculos entre el ataque de In Amenas y el asesinato en Bengasi, en septiembre de 2012, de su embajador en Libia, Christopher Stevens. Los norteamericanos remitieron, a su vez, el material a los franceses. La fiscalía de París abrió, el 6 de enero, diligencias. “Argelia debe proporcionar toda la información de la que dispone; debe autorizar que un juez instructor francés investigue in situ”, concluye la enfermera.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.