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Rabat cambia el rumbo en el Sáhara

El rey de Marruecos ordena revisar el sistema de economía subvencionada

Javier Casqueiro
Saharauis ataviados con trajes tradicionales caminan por una calle de El Aaiún (Sáhara Occidental), el pasado mayo.
Saharauis ataviados con trajes tradicionales caminan por una calle de El Aaiún (Sáhara Occidental), el pasado mayo.FADEL SENNA (AFP)

El Aaiún de hoy tiene poco que ver con el pequeño fuerte colonial que España abandonó en el Sáhara tras el reto de la marcha verde en 1975. La ciudad, que ha duplicado su población y ahora suma más de 250.000 habitantes, está levantada por varios costados, con cuatro proyectos emblemáticos casi ya en ejecución y una inversión de más de 50 millones de euros. Pretende ser para Marruecos un polo de atracción y un ejemplo tanto política como económicamente. Pero el modelo de desarrollo aplicado, la economía de renta y subvención, se ha demostrado injusto y lleno de privilegios. El propio rey lo ha denunciado y ha ordenado cambiarlo.

Las denominadas en Marruecos provincias del sur, la región también llamada Sáhara Occidental, ocupa un 59% del territorio nacional sobre uno de los desiertos más áridos del planeta y dispone de apenas el 3% de la población del país. Apenas produce fosfatos (el 10% del total), sal y arena. Esos datos condicionan toda la actividad e inversión económica.

Políticamente la zona sigue en tierra de nadie, anexionada y gestionada por Marruecos desde 1976, vigilada por una misión de la ONU (Minurso) desde 1991 y con una disputa sobre su identidad que amenaza con eternizarse. Olvidada internacionalmente, el Sáhara es defendida desde las entrañas por Marruecos como parte de su esencia “hasta el fin de los tiempos”, como advirtió el rey Mohamed VI en su discurso de este 6 de noviembre en el 39 aniversario de la Marcha Verde. Pero el Polisario y Argelia ni renuncian ni cejan en su capacidad de presión.

El rey marroquí lanzó otro mensaje de calado en su simbólico discurso de hace un mes. Negó las acusaciones de pillaje que se hacen sobre la actuación de Marruecos en ese territorio, aseguró que por cada dirhan que se obtiene allí se invierten siete pero reveló también que el modelo actual no le gusta ni le sirve. Todas las autoridades tomaron nota del toque. El monarca señaló el problema: el Sáhara funciona con una sistema lleno de disfunciones, privilegios e injusticias.

“El mensaje del rey fue muy claro y queremos empezar una nueva etapa basada en la justicia social con más aproximación a la pobreza”, interpreta el wally (gobernador) de la región, Bouchaib Yehdih, que apenas lleva 10 meses en el cargo. El diplomático marroquí no quiere profundizar en las causas de los errores denunciados por el rey: “Siempre hay fallos pero también se ha hecho mucho”. A continuación relata una catarata de datos comparativos sobre cómo estaba el territorio bajo dominio español y ahora: “Había 927 alumnos y ahora hay 50.000, había un instituto y ahora 15, miles de kilómetros de carreteras, cada pueblo con estación de agua y electricidad, telecomunicaciones, internet, una televisión regional y dos emisoras, dos aeropuertos, cuatro puertos, dos hospitales…”

La obsesión de las autoridades es compararse con el pasado pero también ofrecer los datos de lo mucho que está en marcha. Aunque el balance final sea difícil de encontrar pese a que hay montados varios organismos públicos que parecen suplantarse con el mismo objetivo.

Los responsables de la Agencia para la Promoción y el Desarrollo Económico y Social de las Provincias del Sur (APDES) están estos días de mudanza y están en el punto de mira. Las oficinas centrales han funcionado desde que se creó el ente en 2002 desde la capital, en Rabat, a 1.200 kilómetros y el Gobierno ha decidido ahora situarse sobre el terreno. En los últimos 10 años han movilizado con sus socios y otras instituciones locales más de 160 millones de euros en todo tipo de infraestructuras y ahora tienen en su fase final en El Aaiún las cuatro grandes obras que con una inversión total de 50 millones de euros deberían cambiar el perfil de esa capital.

Mohamed Abdou Essallami enseña con orgullo sobre el terreno el estado de la gran plaza de Oum con el segundo teatro mayor del reino, la biblioteca regional, la gran piscina cubierta, la nueva estación. Todas obras firmadas por el prestigioso arquitecto Mohamed Benkirane. Y sobre el futuro avanza: “Ahora vendrá otra política estratégica de Estado, global, que la población local aplaudirá, con una desarrollo más humano, más explotación de los recursos naturales y por ejemplo cambiar la política de subvenciones, disminuirla y apostar por los créditos más baratos o gratuitos”.

No se sabe muy bien qué pasará a partir de ahora. Todo son conjeturas. El informe del Consejo Económico y Social de 2013 sobre el que el rey basó sus denuncias alertaba de que en el Sáhara el Estado invierte la mitad de su programa de ayudas directas (60 millones de euros) para unas 34.000 personas y otros 46 millones en contribuciones contra la pobreza.

La tasa de paro se estima sobre el 20% (el doble que la nacional), casi el 30% entre los jóvenes y por encima del 40% para los diplomados superiores. Muchos se han acostumbrado a no trabajar y hay hasta 30 tipos de empleos menores que no se cubren. “El problema aquí ya no es político ni de activismo ni de derechos humanos. Esta región funciona como otra cualquiera pero tiene un conflicto con la mentalidad de su gente, porque hay 24 tribus, y muchos no aceptan que les ordene algo el responsable de otra tribu”, confiesa Abdellah Ben Moulay, responsable del Restaurante Josefina.

“Yo no creo que sea una cuestión de tribus, y menos entre los jóvenes, yo trabajo con ellos sin problema. El mensaje del rey va en otra dirección. Se ha elegido mal a los responsables de algunos proyectos y se ha perdido mucho dinero y luego a algunos se les ha mimado demasiado, a los saharauis, y deben ser tratados igual que los demás”. Lo dice El Moussaoui Bader, alcalde de El Marsa, de 32 años, del partido islamista radical Istiqlal, saharaui de la tribu Rkibat (la más importante) y crítico con el Gobierno del islamista moderado Abdelilah Benkirane.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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