El pescador sin río y sin letras
A los pies de Belo Monte, una historia pequeña en una obra gigante. ¿Qué tamaño tiene una vida humana?
Otávio das Chagas se convirtió en un no ser. La hidroeléctrica de Belo Monte lo redujo a un pescador sin río, un pescador que no pesca, un pescador sin remos y sin canoa. La isla del amazónico Xingu, en el Estado de Pará, donde creció, amó a Maria y tuvo nueve hijos ya no existe. Entre él y los peces no hay más nada.
Manda traer un bolso, donde guarda los papeles. Se encuentra en una casa de la ciudad de Altamira pagando alquiler, la familia a su alrededor, sintiéndose un extraño en medio del paisaje. Otávio espera que los papeles puedan salvarlo. Comprobar que vivió, demostrar que pescaba, dar buena cuenta de los surubins, de las matrinxãs, de los tucunarés y de los curimatãs que el río le dio para llenar el estómago de sus pequeños. Demostrar incluso que tenía una casa de paja donde la mujer ataba las hamacas en las ramas de las jaqueiras. Otávio no sabe lo que los papeles cuentan de él. Pero espera que digan algo bueno,algo que le dé de nuevo un sentido, deshaga la contradicción y, por fin, consigan que vuelva a ser quien era.
–“No tengo lectura”, avisa, ofreciéndome los jeroglíficos que hablan de él para que se los desvele.
Hay algo de violento en aquello que se escribe sobre los que no se leen en los papeles, en aquellos que hasta su nombre se lo escriben otros. Rechazo por el momento esa puerta. Pido al pescador que ya no pesca que se exprese en sus propios términos.
Otávio entonces busca marcas que no son letras. Su padre está enterrado en una isla que también fue engullida por la hidroeléctrica, su cuerpo yace bajo un muro de hormigón. Otávio descubre que la geografía completa de su vida despareció, que sus muertos ya no tienen sitio. Y que toda la enormidad de lo que perdió se calculó en 12 mil reales, (menos de 4 mil dólares). A los 61 años, ahora solo le queda la memoria. Y las llagas de su nombre ya no las consigue curar. Francisco, de 29 años, el hijo que sustenta a la familia en Altamira con la fuerza bruta de sus brazos, interrumpe. Señala su propio cuerpo para probar que existe. Guarda allí las marcas de la isla, una cicatriz mayor que las otras. En la ciudad se encuentra desterrado, a la deriva. Pero su cuerpo le pertenece y Francisco hace un mapa de sus cicatrices.
– Tenía dos años cuando me pegué este golpe aquí. Me lo contó mi madre, porque yo no me acuerdo. Cogí el hacha y eché a correr con ella.
Las palabras de Francisco buscan un puerto, una forma de anclarse cuando ha dejado de reconocer el mundo. Aquel que emigra, aunque sepa que tal vez no regrese a la tierra que dejó, cuenta con la concreción del pasado. Hay un lugar, hay la carne y los huesos de los que estuvieron. Aquellos que pierden una isla, como Francisco, pierden todo lo que contaba de ellos. Se desvanecen. Queda una memoria que solo se expresa oralmente, y la oralidad tiene menos valor en el Brasil de los letrados, en el universo de las notarías, donde la justicia legitima el documento escrito. Es del lugar de los que ya no tienen mundo de lo que habla Francisco. Y habla en torrente, porque es más río que tierra. Y no es papel.
Los que pierden una isla pierden todo lo que contaba de ellos, se desintegran. Queda la memoria oral, con poco valor en el Brasil de las notarías
– Cuando llegaron a la isla, el jefe del equipo nos mandó agarrar un tracajá (un tipo de tortuga muy apreciada como comida), porque conocíamos el río. Se quedaron solos con papá, que no sabe leer, no tiene ni idea. Fuimos a capturar el tracajá pero no encontramos ninguno, no voy a mentir. Cuando iba a irse, lo llamamos: “Ven aquí. ¿Dónde está la carta de crédito que dice que somos de este lugar?” Con la carta de crédito nos compramos un terreno para vivir. Y ellos dijeron: “Cuando el dinero entre en la cuenta, vuestra carta de crédito irá con él”. Entonces, está bien. No conocemos estas cosas, no somos de estas cosas, somos moradores. Sabes que el morador de la colonia no entiende ciertas cosas. Y menos en temas de lectura. Papá se quedó en la isla y nosotros nos fuimos al despacho de “Norte Energia”. La mujer nos plantó una hoja en blanco y dijo: “Firma aquí, que si no el dinero no va a entrar de la cuenta de vuestro padre”. Y yo digo: “¿El nombre de papá o el mío?, porque si es el nombre de mi papá no me lo sé”. Que nos pasa eso. No sé el nombre de papá, solo sé mi nombre. Es la única cosa que sé, que tengo en la cabeza. Comencé a firmar, hasta me equivoqué dos veces, y ella cambió las hojas. Dijo: “Vaya despacio”. Firmé. Dije: “¿Todo bien?” Y salí. Pero aquel papel era solo para los 12 mil de papá, no había nada más. Ellos podían enseñar un papel de lectura, podían poner un papel escrito delante de mí. Pero lectura, yo no sé leer. Como un burro. Un burro va, se encuentra un letrero delante, llega y pasa por debajo. Porque el que vive en la colonia, el que vive en la isla, el que vive en zona rural no sabe.
Francisco tiene los ojos como ríos ahora. Es difícil para él porque cree que los hombres no lloran. Francisco asegura que no se desespera y lo dice en prosa poética.
– Porque un hombre no se desespera. Solo se desespera cuando muere. La desesperación es la última muerte para el hombre.
Y sigue en su agonía con las letras.
– Para quien sabe de lectura, quien es rico en lectura, hay salida para él. Pero una persona que no sabe leer no sabe conversar. No sabe. No sabe ni hacia dónde correr. Porque nosotros no sabemos ni siquiera dónde está la autoridad, dónde buscar a las autoridades, ni nada. El pobre se tiene que conformar.
Francisco no parece haberse conformado.
– Papá no puede trabajar más, ya lo estáis viendo, y entonces yo trabajo y mi hermano trabaja. Trabajo por 10 reales al día. Ya ve el precio de la jornada aquí. Trabajo de ayudante en el hormigón. ¿Usted sabe lo que es el hormigón en bloque?
No lo sé.
¿Qué es una casa? Para algunos, un techo de paja solo es pobreza, pero la pobreza puede estar en el modo en que se mira al otro
– Es hacer bloques. Hacer bloques llenos con cemento. Es el destajo más duro que hay en la ciudad, rellenando de arena, un día entero cargando una hormigonera. Porque los pobres no tenemos otra cosa. Pasé hambre hasta encontrar este trabajo. Llegué a pasar un día y una noche sin nada, sin un solo plato. ¿Sabe qué es maldad? Para mí es maldad. Estar con hambre. Sin nada. Porque en la isla todos los días nos acostábamos con la panza llena. Todos los días comíamos, cenábamos, merendábamos. Teníamos nuestras bromas, nuestra alegría. Fuimos expulsados y el día en que no consigo nada para comprar la cena pasamos hambre aquí. Ahora trabajo con otros haciendo extras ¿sabe qué es ? No tengo empleo fijo. Trabajo para uno tirando casas, trabajo para otro, y así. Hasta que, en fin, ahora saco al día 50 reales. Mi hermano Zé y yo trabajamos así.
Francisco pregunta
– ¿Vamos a ser expulsados, que ni fuéramos bichos, en medio del mundo? No somos perros, somos hijos de gente. Y hemos nacido y nos hemos criado en un lugar. Lo que han hecho con nosotros fue… No puedo ni decirle, porque no entiendo de ese tema. No entiendo. Fue así: agarro un saco de trastos y a la calle. Fue lo que hicieron con nosotros. No tengo nada que decir. Soy un hombre sin voz.
La familia está reunida en la parte delantera de la casa alquilada en uno de los barrios más violentos de la periferia de Altamira. En el “baixão”, como se dice allí, donde temen salir. Ellos, para quienes una casa era tanto lo de dentro como lo de fuera, ahora tienen miedo del fuera. Cuentan que pagan 500 reales de alquiler pero que no han conseguido integrar el valor. Otávio, el pescador que no pesca, dio la canoa y el motor al dueño de la casa. La mayor parte de los 12 mil reales que recibieron de la empresa se gastó en la enfermedad del corazón de una de las niñas, que llevaron a Teresina, una de las ciudades grandes más próximas, para salvarla “gracias a Dios y a los médicos”. No hay sillas para todos. Por lo tanto, el sitio de sentado es para el padre que “sufre de la próstata”, y para el hijo, que sostiene a la familia. La madre, Maria, permanece de pie. La tarde avanza, pero aún no han almorzado. En la cocina, unos pocos frijoleschillan en la olla exprés. Solo frijoles, comprados al fiado. Maria llora. Un llanto silencioso, de quien tiene pudor de mostrarse, apoyada en la puerta, queriendo desaparecer.
–Mis hijos no pasaban hambre allí. Toda la vida me gustaron las plantas, cultivar. Aquí no tengo tierrecita para trabajar. Tenemos hambre porque no tenemos donde plantar. Y los hijos piden comida a la madre, no al padre. La pequeña dice: “Mamá, quiero comer”. Y no sé qué hacer. Cuando comemos bien, dormimos toda la noche. Pero si no comemos nada, no nos dormimos.
El que mira las casas de los ribeirinhos, las poblaciones que viven y extraen recursos en las orillas de los ríos amazónicos, con los conceptos de su propio ombligo, puede no comprender lo que significa una casa para quienes viven en la selva, a la orilla de un río, o en una isla, donde la comida está por todas partes y lo único que se necesita es un techo de paja para los días de lluvia y unos postes para atar la hamaca. Para algunos, eso es pobreza. Solo pobreza. Pero corre el riesgo de que la pobreza esté mas en su manera de mirar al otro, lo que puede revelar cierto tipo de analfabetismo. Para Maria, su casa era su casa. La dimensión de una casa solo la persona que vive en ella puede conocerla.
– Yo me barría el patio enterito. Ataba la hamaca para los niños debajo de unas jaqueiras. O me iba a pescar. Salimos y derribaron todita la casa. Lloré.
Y sigue llorando cuando lo cuenta.
De todos, solo Davi conoce bien las letras. Es un chico callado, de ojos grandes. Le gusta estudiar, revela esmero en el cuaderno que muestra, hoja a hoja.
– Yo no lloro cuando no hay comida a la vuelta del colegio. Solo me quedo triste.
Davi tiene 12 años. Las letras que solo él descifra son demasiado gruesas para un cuerpo tan delgado.
Son tiempos de eufemismos. Y están por todos los lados. En Altamira, la palabra del momento es “remoción” . Belo Monte, una de las mayores y más controvertidas obras del Brasil actual, “removió” y todavía “removerá” a miles de personas de sus tierras y de sus casas sin que el gobierno federal haya garantizado a la población su derecho a la asistencia jurídica. Como Otávio das Chagas, muchos no saben siquiera leer. Cada ciudadano brasileño sabe lo espinoso que es el camino de la justicia. Incluso quien apila títulos académicos, con frecuencia se descubre analfabeto ante el lenguaje jurídico. Puede entonces imaginar lo que significa este proceso para pescadores y agricultores, así como para residentes urbanos, que estaban o aún están en medio de una obra con un coste previsto de 10,2 billones de dólares y en medio de todos los poderosos intereses que mueve una suma de esta envergadura. Hombres y mujeres desamparados ante las demandas de la empresa “Norte Energia” (Nesa), solos frente al amplio equipo de abogados al servicio de la concesionaria, que se expresan con palabras de su mundo y mediante documentos que muchos no son capaces de leer. No es preciso ser doctor para percibir la violencia y la violación de derechos.
Esta situación es el retrato de la relación de los gobiernos Lula-Dilma Rousseff con “Norte Energia” y el conjunto de contratistas que construyó Belo Monte, una historia que aún no se ha contado en su integridad (lea aquí y aquí). Hasta hace un año había una defensora pública del Estado de Pará actuando en Altamira. Pero dejó la ciudad y no fue sustituida. No hay, ni nunca hubo, una sede de la Defensoría Pública de la Unión en Altamira a pesar de todos los problemas y dificultades previstas por la construcción de una obra con un impacto tan monumental sobre el medioambiente y sobre las vidas humanas.
Los pescadores y los agricultores del Xingu, los habitantes de la zona urbana de Altamira, fueron abandonados por el gobierno, sin ninguna asistencia jurídica, delante de las demandas de la Norte Energia y de su numeroso grupo de abogados
En noviembre, la Fiscalía de la República promovió una audiencia pública para oír a la población afectada. La Defensoría Pública de la Unión envió un representante, Francisco de Assís Nascimento Nóbrega. Los relatos fueron tan aterradores, que Nóbrega se comprometió a llevar un grupo de trabajo a la ciudad. El 19 de enero, seis defensores públicos federales y cuatro funcionarios comenzaron a actuar en Altamira, en condiciones precarias, en un edificio prestado, sin acceso a Internet y con un teléfono que no hace llamadas a móviles. Cada dos semanas el equipo es sustituido, y los recién llegados necesitan comprender una situación muy compleja en un corto espacio de tiempo, para entonces ser sustituidos una vez más, ya que al salir de las ciudades de origen dejaron allí también un vacío. Solo en las primeras dos semanas, fueron requeridos por 400 familias. La defensoría itinerante dura solo hasta finales de abril. Y entonces nuevamente la población quedará desamparada.
A continuación, el relato del defensor público federal Francisco Nóbrega, el primero en desembarcar en la ciudad, jefe del Grupo de Trabajo Indígena de la Defensoría Pública de la Unión y uno de los coordinadores del grupo de trabajo de Altamira.
1) El espanto
“Puedo afirmar que nunca había visto nada parecido, incluso siendo defensor público desde hace casi 9 años. Es difícil asimilar y reproducir lo que allí sucede, pero voy a atreverme a intentarlo. El Gobierno Federal es el verdadero responsable de las injusticias observadas en Belo Monte. No hay claridad en cuanto a los papeles de cada sujeto: el Gobierno es, al mismo tiempo, contratante y principal interesado en la obra: es importante accionista de la empresa que obtuvo de la licitación, pero además dirige el órgano licenciador, el Ibama (Instituto Brasileño del Medioambiente y de los Recursos Naturales Renovables), y ostenta el poder de castigar/fiscalizar a la empresa en relación al cumplimiento de la normas y condiciones fijadas por él mismo. Tanto el Ibama como la Funai (Fundación Nacional del Indio) no actúan con independencia técnica. Sus criterios no tienen reflejo en las decisiones políticas tomadas y, en este escenario, el Poder Judicial también ha sido engullido por el juego político. Lamentablemente se percibe, en especial en la cuestión del reasentamiento de las familias removidas a la fuerza de sus casas, la total y completa ausencia del Estado, con excepción del Fiscalía Federal. La libertad otorgada al empresario para interpretar el PBA (Plan Básico Ambiental) y para decidir qué familias recibirán casa, indemnización, carta de crédito o alquiler social, por ejemplo, revela que se ha transferido a la empresa la responsabilidad de garantizar el derecho a la vivienda. El Gobierno está distante del proceso. Su único interés es el cumplimiento rápido de esa condicionante, es evitar el retraso en el encendido de las turbinas, postura reforzada por las crisis hídrica y de energía”.
“El gobierno federal es el verdadero responsable de las injusticias que suceden en Belo Monte”
2) La ausencia
“La inexistencia de una sede permanente de la DPU (Defensoría Pública de la Unión) en el municipio refleja el histórico desinterés del Gobierno en interiorizar y atomizar la institución. Lamentablemente no existe sede fija de la DPU en más del 70% de las ciudades en las que hay sección judicial de la Justicia Federal. En todo el país, hay poco más de 500 defensores públicos federales, mientras que el contingente de abogados del Gobierno –contabilizados aquí los fiscales federales, los fiscales de Hacienda y los abogados del Estado– llega a cerca nueve mil. La misma absurda desproporción ocurre en relación al número de jueces y fiscales de la República. Somos pocos defensores federales, con un diminuto presupuesto y sin estructura de trabajo. Estamos instalados de forma precaria en Altamira, ocupando el edificio de la Defensoría Pública del Estado, no contamos con acceso a Internet y el teléfono no permite llamadas a móviles. La demanda de atención ha sido inmensa y ha generado colas intimidantes. Estamos haciendo lo posible, con voluntad y determinación, pero nuestros brazos son cortos. Actualmente, ni siquiera hay un juez en la ciudad. El juez federal fue enviado a Belém y solo regresa a Altamira una semana al mes.”
3) La obra
“Es un desafío poner en palabras las impresiones y los sentimientos experimentados en esta inmersión en Altamira. El trecho bloqueado del río tiene 7 kilómetros de extensión: 7 kilómetros de rocalla, pedregales, barro e inhumanidad. Quedan solo algunos centenares de metros más para impedir completamente que el Xingu pueda seguir su curso. Al pasar con la furgoneta sobre el camino que obstaculiza el río, una funcionaria del Consorcio Constructor del Belo Monte dijo: ‘¿No es lindo y grandioso lo que se está haciendo aquí? ¡Mira el tamaño de esa turbina!’. Yo solo conseguía ver el contraste cruel entre el río por un lado vivo, caudaloso, imponente, y el río que quedó en el lado opuesto: muerto, parado, con aspecto de pantano. Aquella imagen nunca saldrá de mi memoria. Aquel dolor me va a alterar aún por mucho tiempo. Lo intento, pero no sé explicar bien lo que sentí allí, entre esos ‘dos ríos’: tal vez un sentimiento de culpa, de vergüenza, un pesar profundo por la brutalidad de la interferencia en la Naturaleza. Belo Monte es una pesadilla, desgraciadamente muy real, para los afectados que van a perder sus casas, para los pescadores, indios y ribeirinhos, que perderán sus peces y para tantas y tantas personas que perderán su modo de vida.”
“Belo Monte es una pesadilla, infelizmente bien real para todos aquellos que perderán su modo de vida”
4) La decepción
“Mi gran tristeza y decepción (y aquí hablo como exmilitante del PT) es con el (inexistente) papel del Gobierno. Después de todos estos días en Altamira he aprendido a no demonizar “Norte Energia”. Es el Gobierno, contratante de la obra, el que permite los excesos, el que omite asumir sus responsabilidades como poder público, como principal causante de esta violencia atroz que es la construcción de esa hidroeléctrica. En un mundo ideal, en el que un partido de izquierdas mantuviese alzada alguna bandera mínimamente popular, el proceso de reasentamiento urbano estaría supervisado de cerca por el Gobierno, así como las objeciones de la gente que no acepta la propuesta de la empresa, sometiendo al poder público la resolución del conflicto. Esta falta de sensibilidad con lo que le está sucediendo a la población removida forzosamente en Altamira, roza lo increíble”.
Otávio das Chagas, el pescador arrancado del río, es uno de los casos atendidos por la Defensoría Pública de la Unión. Francisco Nóbrega negocia con “Norte Energia” una casa en los llamados “Reasentamientos Urbanos Colectivos”, los barrios construidos por la empresa para acomodar a parte de las personas expulsadas de sus tierras y casas. Aún no ha habido acuerdo. Para el defensor, el caso del pescador revela el abismo entre los mundos.
– Don Otávio y sus nueve hijos han vivido toda la vida en la Isla de Maria, una de las 400 islas del Xingu, así como sus antepasados. Él explicó que debido a la obstaculización del río, el agua subió más destruyendo su casa. La reconstruyó pero, al año siguiente, la crecida volvió a destruirla. Entonces decidió construir una casa más simple, de paja y madera. Nunca las alegaciones de don Otávio fueron siquiera puestas por escrito por parte de la empresa. Entre otras cosas alegaron que “en el lugar no había fogón”, lo que evidenciaría que no residía allí. Si hubiese tenido fogón, probablemente exigirían una nevera o una lavadora para considerar que había una vivienda construida. El hecho de que él y su familia se ausentaran de la isla regularmente siempre que el río subía, pero no al nivel que subió tras el comienzo de la obstaculización, fue suficiente para anular el carácter de residencia. Y para empeorar las cosas, fue catastrado por error como propietario de un terreno rural, cercano a una carretera, donde trabajaba como casero parte del año. Este caso sintetiza la total falta de comprensión de las particularidades del modo de vida de los habitantes del las islas del Xingu. Cuando los técnicos de la empresa fueron a elaborar un laudo/peritaje, don Otávio todavía montaba la simplificada estructura que utilizaba para dormir ya que había desistido de reconstruir su casa después de volver a llevársela el río. Para ellos, residir es vivir los 365 días del año. Para ellos significa un lugar con paredes de hormigón o albañilería, nunca de paja y “por lo menos un fogón”. Para ellos, un pescador con más de 60 años y semianalfabeto puede reinsertarse en el mercado de trabajo o sobrevivir con una indemnización de 12 mil reales o un alquiler social de 800 reales mensuales durante solo un año. Y cuando me refiero a ellos, me refiero menos al empresario y más al Gobierno, verdadero responsable de las injusticias en Belo Monte.
O caso de Otávio das Chagas revela el abismo entre los mundos: la incomprensión de los técnicos de la empresa sobre cuál es el modo de vida de un habitante de las islas del Xingu
“Norte Energia” no respondió a la petición de informaciones sobre el caso de Otávio das Chagas y las “remociones” de Belo Monte, enviada por esta periodista a su asesoría de prensa. El 11 de febrero, la empresa pidió al Ibama permiso para hacer funcionar la hidroeléctrica, pese no haber concluido la totalidad de los condicionantes. Ocurrió la semana pasada con más de 100 indios, de siete etnias diferentes, bloqueando la carretera que da acceso a uno de los tajos de obra en protesta por los compromisos incumplidos. Es un capítulo más de una de las mayores obras de la democracia, que recuerda cada vez más a la dictadura.
En esta saga de gigantismos, la de Otávio, el pescador que perdió los peces, puede ser vista apenas como una pequeña historia. El sacrificio del otro siempre es posible, porque es del otro. Que tuviera una vida sostenible en la isla ahora ahogada del Xingu y fuera condenado al hambre en la periferia cada vez más convulsa de Altamira, para muchos es un detalle. El discurso del combate a la miseria puede tener más o menos palabras según los intereses y la ocasión. La lectura compleja de la selva y del río de gente como Otávio es desechable para quien ni siquiera reconoce su casa como una casa. Para quien posee todas las letras, él solo es un analfabeto más, porque no se da cuenta de que, en la selva, quien puede leer es Otávio y los analfabetos allí cambian de sitio.
O discurso del combate a la miseria puede tener más o menos palabras, conforme los intereses y la ocasión.
Mientras Belo Monte se recorta en el paisaje como un monumento – sobre el que la Historia aún deberá pronunciarse – el pescador exiliado del río es solo un hombre que se transforma en desierto al margen de sí mismo.
La pregunta es: ¿para el Brasil de hoy cuál es el tamaño de la vida humana?
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción: “Coluna Prestes - O Avesso da Lenda”, “A Vida que Ninguém vê”, “O Olho da Rua”, “A Menina Quebrada”, “Meus Desacontecimentos”. Y de novela: “Uma Duas”. Site: elianebrum.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: @brumelianebrum
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