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Vanguelis Meimarakis, el hombre que ha “resucitado” Nueva Democracia

El líder de los conservadores griegos pisa los talones a Alexis Tsipras en intención de voto

María Antonia Sánchez-Vallejo
Vanguelis Meimarakis, el sábado en Salónica.
Vanguelis Meimarakis, el sábado en Salónica.Giannis Papanikos (AP)

En uno de los spots de propaganda electoral de Griegos Independientes (ANEL), la derecha soberanista que apoyó el breve Gobierno de Syriza, el protagonista no es ninguno del propio partido, sino Evánguelos Meimarakis, principal enemigo a batir como líder de la conservadora Nueva Democracia, y a quien el vídeo quiere ridiculizar presentándolo a la usanza tradicional, buzuki en mano (instrumento musical) y cantando rebétiko (género musical popular y en su origen tabernario, de los bajos fondos).

Independientemente de que en esta campaña los partidos se hayan soltado la melena con la comunicación audiovisual, con guiños de humor e ironía en soportes tan baratos y efectivos como YouTube, el disfraz que le coloca ANEL a Vanguelis Meimarakis le va como anillo al dedo: una guisa popular, tradicional, llana. Porque Meimarakis es así, un hombre corriente.

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Todo ello no empece su principal mérito hasta el momento: haber podido sobrevolar las luchas intestinas entre las distintas familias del partido, especialmente sangrantes tras la derrota electoral de enero y el revés del referéndum de julio, en el que el partido conservador lideró la derrotada opción del sí; la debacle precipitó la renuncia largamente anunciada del vesánico Andonis Samarás, gestor del segundo rescate y desde hace años puñado de sal en las heridas de su partido.

El liderazgo de Meimarakis se considera pues decisivo en la resurrección de los conservadores, aunque no es tanto mérito suyo como demérito del contrario: es Syriza la que numéricamente pierde apoyo, no ND la que lo gana (su intención de voto, en torno al 26%, es parecida al porcentaje que obtuvo en enero).

Miembro más que veterano de ND, donde ingresó en 1974, Meimarakis (Atenas, 1953) no es exactamente un barón, pero tiene cierto peso y es respetado por todos. A eso ayuda que desde su nombramiento como presidente interino no haya cometido ningún desliz, más allá de alguna acusación extemporánea, respondida por el adversario de turno en el mismo tono del diapasón dialéctico. A Alexis Tsipras le acusó de dimitir anticipadamente para echar sobre los hombros de otro —un chivo expiatorio, un pagano, o incluso el paganini, en difícil traducción del término griego utilizado en la diatriba— las impopulares y duras medidas que prevé el tercer rescate. El líder de Syriza le devolvió el cumplido, asegurando que son los barones de ND los que echan sobre los hombros de Meimarakis el lastre de la futura derrota del domingo.

Abogado de formación, Meimarakis es uno de esos políticos de largo recorrido que sirven para todo. Prueba de ello es que asumiera el mando del partido en el peor momento posible —a punto de la fractura—, y con buen encaje por parte de sus conmilitones, que, intuyendo la inminencia de un adelanto electoral, rechazaron celebrar un congreso extraordinario para elegir al sucesor definitivo de Samarás.

Meimarakis conoce bien el mecanismo parlamentario, ya que ha sido cinco veces diputado y presidente de la Cámara entre 2012 y 2014; con este rodaje, deparó ciertos momentos brillantes en preguntas y réplicas a Tsipras durante la tramitación de las medidas urgentes requeridas por los acreedores y, posteriormente, en el aquelarre parlamentario del tercer rescate.

También tiene experiencia de gobierno, pues fue número dos de Cultura en los noventa y, entre 2006 y 2009, ministro de Defensa. De esos años previos al tsunami de la crisis data la abundante compra de armamento que hoy le echan en cara sus adversarios, en especial Panos Kamenos, último titular de Defensa griego y líder de ANEL, que ha sacado a relucir las dudas por un contrato de venta de submarinos Oceanus firmado por Meimarakis. Pero ni siquiera la sombra de la sospecha ha mermado su proyección, como segundo en las encuestas a escaso medio punto de Tsipras; también, para un tercio de los griegos, como líder más popular —por delante del ex primer ministro— y el más valorado en el debate a siete bandas del miércoles pasado.

Aunque este lunes, pocas horas antes del decisivo cara a cara televisivo con Tsipras, manifestó enfáticamente su intención de ser el próximo primer ministro de Grecia, en su contra incide negativamente su reiterada propuesta de una coalición de gobierno, que él pretende que esté formado por “fuerzas proeuropeas, con presencia de Syriza y de tecnócratas”. Numerosos analistas creen que hasta la fecha ha sido su principal error, si bien en los últimos días ha empezado a comportarse como un dirigente in péctore, especialmente en la Feria Internacional de Salónica; allí presentó este fin de semana su programa, con propuestas como un "pacto social y de recuperación económica", cuyo objetivo es establecer un entorno “fértil” para las inversiones y la creación de empleo, y especial apoyo a los sectores más productivos: el turismo, la agricultura y las navieras. El aumento de la renta mínima para reducir las desigualdades, programas de apoyo a los jóvenes emprendedores o la siempre electoral baza de la bajada de impuestos son otras de sus promesas.

Aburrido para muchos, demasiado ancien régime para la mayoría, lobo disfrazado de cordero centrista según sus adversarios, la incógnita Meimarakis se descifrará, más que en las urnas, el día después, a partir del lunes 21, cuando, destapada la caja de los truenos, toque pactar con compañeros de baile insospechados.

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