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El Partido Republicano culmina su giro a la derecha

Los conservadores se alejan de las bases más moderadas

Silvia Ayuso

Cuando la gobernadora de Carolina del Sur, Nikki Haley, dio un toque de atención a las “voces enfadadas” de su Partido Republicano, a las que pidió “bajar un poco el volumen” retórico, el establishment conservador y su base electoral más moderada dieron un suspiro de alivio. Al fin una voz fuerte del partido que ansía recuperar la Casa Blanca se atrevía a pedir algo de moderación a la decena de candidatos presidenciales que han hecho de la ira su hoja de ruta electoral.

El candidato Donald Trump firma un póster de un seguidor.
El candidato Donald Trump firma un póster de un seguidor.Christopher Furlong (AFP)

El alivio duró poco. Dos días después de las palabras de Haley, la republicana conciliadora elegida para dar la réplica al último discurso sobre el estado de la Unión del presidente Barack Obama, los aspirantes republicanos volvían a blandir el discurso catastrofista, iracundo y ultraconservador —menos gobierno, oposición frontal al aborto, deportación de inmigrantes indocumentados, portazo a los refugiados, mano dura en política exterior— en un nuevo debate electoral. Y una semana más tarde, Sarah Palin, el fantasma radical del pasado reciente republicano, resurgía para apoyar públicamente al candidato en cabeza, Donald Trump.

“El Partido Republicano se ha convertido en un insurgente atípico en la política estadounidense. Es ideológicamente extremo, desprecia las normas sociales y económicas heredadas, desdeña el compromiso, permanece inmutable frente a conceptos demostrados por hechos y la ciencia y desdeña la legitimidad de la oposición política”. La descripción corresponde a los politólogos Thomas E. Mann y Norman J. Ornstein. Procede de su libro ‘Es peor incluso de lo que parece’, en el que alertan del giro extremista que estaba dando la formación conservadora, alejándose de las convenciones del juego político y apostando por la paralización partidista. La obra fue escrita en 2012.

Cuatro años más tarde, esta descripción sigue siendo citada. Los actores son en parte nuevos, pero el espíritu es el mismo pese a que, tras la derrota presidencial de 2012, la cúpula republicana reconoció que tenía que hacer un giro hacia la moderación si quería recuperar algún día la Casa Blanca.

¿Cómo se ha llegado aquí?

Antes de Trump, ya estaba Palin, la controvertida exgobernadora de Alaska elegida para la vicepresidencia en la fórmula del candidato republicano John McCain, que en 2008 perdió frente a Obama. Mientras McCain volvía a su escaño en el Senado, Palin disfrutó durante unos años más de una gran popularidad, impulsada por el ultraconservador movimiento Tea Party que surgió como respuesta al fenómeno Obama y que logró en los pasados años impulsar las carreras de muchos legisladores que han dominado el Congreso. Dos antiguos favoritos del Tea Party están ahora en lo alto de las quinielas para hacerse con la candidatura presidencial republicana: el senador por Texas Ted Cruz y su colega de Florida Marco Rubio.

Muchos analistas consideran que la radicalización del Partido Republicano repuntó tras la elección del demócrata Obama, como una fórmula para deshacer, sobre todo por la vía legislativa, las acciones del presidente, especialmente su reforma sanitaria, conocida como Obamacare, pero también sus políticas medioambientales, económicas o internacionales, como su disposición a hablar con enemigos de Estados Unidos como Irán o Cuba.

Los hay que remontan el giro del Partido Republicano a una época anterior al fenómeno Obama. Para Ornstein y Mann, parte de las “raíces” de la evolución de la formación conservadora están en los años 90 y en una figura clave: Newt Gingrich. En esa época, el que en 2012 volvió a intentar ser candidato presidencial fue el primer presidente republicano de la Cámara de Representantes tras 40 años de dominio demócrata. Gingrich, considerado el artífice de la “revolución republicana”, impulsó el “Contrato con América”, un documento firmado en septiembre de 1994, justo antes de la reconquista republicana del Congreso, en la que los legisladores conservadores se comprometían a impulsar en los primeros cien días de la nueva Cámara Baja una serie de iniciativas legislativas que reflejaban los principios más conservadores del partido.

Según dijo Ornstein, analista del think tank conservador American Enterprise Institute (AEI), en una entrevista a finales de 2015 en Bloomberg, Gingrich “deslegitimizó el Congreso” y logró crear la imagen de Washington y el Gobierno como una “fosa séptica”, y a los demócratas como el “enemigo”. Una terminología recurrente hasta hoy entre las figuras más radicales del Partido Republicano que buscan presentarse como la antítesis de Washington, considerado el responsable de todos los males de la nación (junto a Obama).

Otros historiadores se remontan aún más lejos. Como el analista del Brookings Institution y columnista de “The Washington Post” E.J. Dionne. En su último libro, “Por qué la derecha se equivocó: el Conservadurismo desde Goldwater al Tea Party y más allá”, el autor sostiene que “el radicalismo del conservadorismo actual” del Partido Republicano data de mediados de los 60, con la emergencia del senador y frustrado candidato presidencial Barry Goldwater, apodado “Mr. Conservador”. Pese a fracasar en su carrera hacia la Casa Blanca, Goldwater logró imponer en su partido los principios más conservadores que perviven hasta ahora. Para Dionne, el Tea Party es “el verdadero heredero de la ideología de Goldwater” y el origen de los males actuales de la oposición conservadora. “El movimiento purista hizo más que echar a los moderados del Partido Republicano, también derrotó definiciones alternativas de lo que es ser conservador”, afirma.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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