Colombia toma la bandera de la mujer en la ONU
El país impulsa la campaña para que una mujer dirija el organismo en el año clave del proceso de paz
Cuando en junio de 2015 comenzaron los actos conmemorativos del 70 aniversario, María Emma Mejía se quedó mirando las fotografías más antiguas de Naciones Unidas para fijarse en que prácticamente todos los personajes que aparecían eran hombres. Aquella institución nació para reparar las relaciones internacionales y crear un marco que favoreciese el mantenimiento de la paz tras la cruenta II Guerra Mundial. La embajadora de Colombia ante la Naciones Unidas se sorprendió pensando que, al fin y al cabo, las fotos que hoy se toman con teléfonos y cámaras digitales a todo color no mostrarían una imagen radicalmente distinta.
Todos y cada uno de los ocho secretarios generales que la ONU ha tenido hasta ahora han sido hombres, y no solo eso, sino que en estas siete décadas de historia ni siquiera ha habido más que dos candidatas mujeres en firme. “Estaba en ese momento con el embajador de Finlandia y con el de Guatemala y les comenté que ahora, con el cambio de secretario general, era el momento de revertirlo”, explica Mejía. Así que mandó una primera carta y reunió a 24 países e impulsó una campaña para promover que por primera vez una mujer se ponga al frente de Naciones Unidas. Hoy son 56 los miembros en el grupo de amigos por una mujer candidata.
El problema de la falta de participación femenina en los órganos de poder de Naciones Unidas no acabará, de todas formas, con la designación de una secretaria general. Un puñado de datos lo refleja: entre los altos cargos de la institución (jefes de departamento, oficinas, fondos o programas), las mujeres ocupan solo 13 de los 40 puestos. En la Corte de Justicia Internacional, son solo tres de los 16 jueces y solo una de los actuales 15 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU es mujer: la embajadora de Estados Unidos, Samantha Power.
“Hay muchas mujeres trabajadores en la ONU pero cuando pasas de cierto nivel hay un techo de cristal y empieza a haber muy pocas en los mandos más altos”, lamenta la embajadora colombiana.
Las campañas o llamamientos a favor de más puestos de poder ocupados por mujeres, o se plantea la necesidad de utilizar cuotas para acelerar el progreso hacia la paridad, se topan en ocasiones con la crítica de favorecer el criterio del género frente al de las cualidades. Mejía tiene muy clara la respuesta a eso: “La cuota no riñe en ningún caso con la meritocracia, cuando hay un número tan importante de hombres y mujeres preparados en el mundo para ocupar ese puesto, lo que decíamos es que, en igualdad de condiciones, hay que favorecer un equilibrio de género en esta institución”, explica.
Ahora hay cinco mujeres candidatas al puesto (junto con otros tantos hombres) después de que la canciller argentina Susana Malcorra diera un paso al frente. El hecho de que Argentina no votase a favor de aplicar la Carta Democrática de la OEA contra Venezuela esta semana, y que optase por una negociación como la que avala Unasur, se interpreta como un gesto para no herir sensibilidades en algunos países sudamericanos y conseguir el máximo apoyo posible ante el futuro.
Lacras sexistas en Colombia
En Colombia el camino hacia una mayor igualdad real entre hombre y mujeres en los puestos de poder se abrió camino en los ochenta, cuando el presidente Belisario Betancur decidió que todos sus viceministros debían ser mujeres. El actual Gobierno de Juan Manuel Santos cuenta con seis ministras de un total de 17 que componen el Gabinete. La ley de cuotas comenzó en el Ejecutivo y se contagió al sector privada, aunque muy lentamente. La propia Mejía fue canciller de Colombia en 1996 cuando las mujeres en ese puesto eran una rareza en todo el mundo. Un año después, Madeleine Albright se convertiría en la primera secretaria de Estados de EE UU.
Hoy, la actual canciller, María Ángela Holguín, es uno de los pilares del Gobierno de Juan Manuel Santos y una de las piezas claves en el proceso de paz que se desarrolla con las FARC en La Habana. Su presencia ha servido para desbloquear muchos aspectos en la mesa de negociaciones y su desempeño ha sido esencial para conseguir el respaldo unánime de la ONU en la verificación del cese al fuego y la dejación de armas de la guerrilla.
Pero Colombia arrastra igualmente legados y contradicciones en materia de igualdad. Hace unas semanas, la Alcaldía de Bogotá, en un texto oficial, culpaba a una mujer de su propio asesinato. La víctima, Rosa Elvira Cely, da nombre a una ley contra los feminicidios. La institución pidió perdón, pero volvió a poner de manifiesto la distancia que hay entre las leyes y el día a día, donde el reconocimiento de las mujeres aún tiene que recorrer un largo camino.
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