El Gobierno de Netanyahu se tambalea por la guerra del Sabbat
El primer ministro israelí cede ante los partidos ultraortodoxos para salvar su coalición
“Israel es un país de locos”, tronaba el lunes la columnista de Yedioth Aharonot Sima Kadmon. “Pero que nadie se llame a engaño, todo se debe a miserables intereses políticos personales”. Escribía en plena resaca de los graves atascos que afectaron el domingo, en el inicio de la semana hebrea, a 250.000 ciudadanos en el centro y norte del país a causa de las reparaciones en la red ferroviaria.
Benjamín Netanyahu había cedido horas antes a las presiones de los dos partidos ultraortodoxos que aportan 13 de los 66 diputados que sostienen su coalición en una Knesset de 120 escaños. Le amenazaron con retirarle el soporte parlamentario vital si no prohibía los trabajos de mantenimiento durante el Sabbat. En vías de convertirse en el gobernante con más largo mandato en la historia del Estado judío al término de la actual legislatura, ordenó aplazar un día las obras.
La ley religiosa judía prohíbe trabajar en la jornada sagrada, desde el atardecer del viernes hasta el ocaso del sábado. El Estado de Israel la acata, aunque con excepciones para servicios esenciales como hospitales y centrales de energía. En la práctica muchos municipios hacen la vista gorda con parte de la hostelería y pequeños comercios de alimentación.
Salvo en las ciudades con fuerte presencia de población árabe, el transporte público se paraliza para no perturbar la paz del Sabbat. Hay formas de cumplir con el precepto sin apostatar. Por ejemplo, vecinos de Jerusalén que no poseen automóvil se inventaron una cooperativa de taxis colectivos con conductores palestinos para poder salir por la noche en la jornada festiva judía.
La popularidad del primer ministro se resiente por el caos en el transporte a causa de decisión de paralizar las obras ferroviarias en el día sagrado judío
Pero el clamor de las quejas de las miles de familias de soldados y estudiantes —que no podían regresar a sus cuarteles y universidades tras el fin de semana— desbordó las estaciones de la línea Haifa-Tel Aviv y alcanzó la residencia del primer ministro en Jerusalén. Su inquilino replicó que todo era culpa del “cínico ataque” del ministro de Transportes y secretario general del Likud, Israel Katz, por “utilizar a los pasajeros como rehenes (…) tras su fallido intento de apoderarse de las instituciones del partido”.
Katz, que hace apenas dos semanas maniobró sin éxito en la ejecutiva para recortar los poderes del presidente —a la sazón, Netanyahu— era considerado hombre muerto por la prensa israelí tras las inusuales invectivas de su jefe de filas. El lunes, sin embargo, varios de los barones de la organización salieron en su defensa y amenazaron con una cadena de dimisiones si era destituido.
El Tribunal Supremo de Israel ha dado este martes la razón al ministro de Transportes al dictaminar que la compañía ferroviaria cuenta con autorización para efectuar obras durante el Sabbat. El 52% de los ciudadanos ya se la habían dado también, frente un 25% a Netanyahu, según una encuesta publicada por el diario Maariv. A petición unánime de los partidos de la oposición, la Knesset tiene previsto debatir este domingo sobre la nueva batalla en la guerra del Sabbat en Israel. Claro que esta vez son los diputados árabes, que ocupan un 15% de los escaños, quienes han puesto el grito en el cielo al coincidir la convocatoria con la señalada celebración musulmana del Eid al Adha o fiesta del sacrificio.
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