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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

A Saturno lo devoran sus hijos

Los populismos autocráticos, nacionalistas y atrasados del Este han impuesto sus temores y su lenguaje facha en la cumbre de Bratislava

Xavier Vidal-Folch

Alarma, la UE vive horas bajas. El dios romano Saturno se comía a sus hijos para evitar que le hicieran lo que él a su padre: castrarlo. Los hijos de un mejor Saturno, la Europa de historial democrático, que no los supo digerir bien, están ya devorándola. Los populismos autocráticos, nacionalistas y atrasados del Este —los nuevos socios de la UE, los países de la Europa central y oriental, pecos— han impuesto sus temores y su lenguaje facha en la cumbre de Bratislava del viernes. Y, para más inri, bajo la batuta de su dirigente más liberal, el polaco centrista Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo.

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Lo peor de todo es el triunfo y éxtasis de la xenofobia. En la Hoja de ruta de Bratislava, el programa de acción oficial, se alcanza lo moralmente más ruin: llamar a las cosas por otro nombre, y odioso. A los refugiados y otros migrantes sin papeles se les denomina “inmigrantes irregulares”. ¿Hay personas irregulares o ilegales? Solo lo son las situaciones. Los únicos irregulares son los 27 jefes de Gobierno que firman ese desatino.

A partir de ahí, todo es posible. La única política propugnada contra esa plaga es el palo. O sea, el “pleno control de las fronteras exteriores” de la Unión, flamante guardia costera (bien) y antijurídico pacto con Turquía (mal) incluidos. Es la Europa inasequible, la almena desde la que disparar al irregular. La única y leve mención a la zanahoria es la “cooperación y diálogo” con terceros países para que devuelvan a los huidos: sin desarrollar pautas para su necesario desarrollo económico.

Ese documento funesto hay que leerlo según la óptica de la Carta del presidente Tusk a los 27. En ella deplora que los europeos “han escuchado con demasiada frecuencia declaraciones políticamente correctas de que Europa no debe convertirse en una fortaleza, de que debe mantenerse abierta”. Es un puntapié a la valerosa (en este asunto clave, el más clave) canciller Angela Merkel, y a todos quienes fueron política y moralmente correctos al aceptar el deber histórico de acoger en su seno a los democráticamente inmaduros pecos: fiascos de ahora.

Critica Tusk “la falta de una estrategia europea uniforme” sobre el caso, como si la Comisión no hubiera pugnado por mantener las puertas abiertas y por reubicar a los refugiados sirios: no un capricho, sino un deber jurídico humanitario internacional. Claro que ni él ni sus colegas se personaron en Lesbos con el papa Francisco, no subieron a una balsa a comprobar que un “irregular” también llora.

La desazón es máxima si se comprueba que el casi único aún algo sensato, el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, encaja la vergüenza. En su discurso del miércoles sobre el estado de la Unión ante el Parlamento Europeo omitió toda referencia a los muertos del Mediterráneo. Y toda crítica porque los 13.000 reubicados por los Gobiernos no alcancen ni el 10% de los 160.000 comprometidos: no fuese que le tumbasen también a él, como querían los de Orbán y los de Kaczynski.

En suma, la cumbre a 27 de Bratislava es un conclave de guerra fría contra los refugiados, y —algo mejor—, contra el imperialismo de Vladímir Putin y las tramas terroristas. Pero esta obsesión securitaria dictada por los miedos es solo reactiva. Busca contener los efectos de los peligros, no afrontar sus causas proyectando seguridades al exterior, como pretendía la Estrategia de Tesalónica de 2003.

Y minimiza la profundización en la unión económica-monetaria, salvo, oh coartada, los jóvenes parados, pero no los maduros en desempleo de larga duración. No hay agenda social ninguna contra el malestar de los arrumbados en la cuneta de la crisis y la globalización asimétrica, nada para los perdedores de la austeridad, para los humillados por la pobreza energética, para los desiguales de por abajo.

La única esperanza es que Bratislava sea solo un paréntesis. Ojalá.

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