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Una década sin la voz armenia de Turquía

Han pasado diez años del asesinato del periodista Hrant Dink sin que se haya castigado a los culpables

Andrés Mourenza

Había caído la noche y una lluvia fina y triste caía sobre la avenida Halaskargazi de Estambul. Cientos de personas se habían congregado allí, frente a la sede del semanario armenio Agos, donde unas horas antes el periodista Hrant Dink había sido abatido por las balas; un asesinato que conmovió a la sociedad turca. Los manifestantes de aquel 19 de enero de hace diez años enjugaban sus lágrimas al grito de “Todos somos Hrant, todos somos armenios”, con rabia contenida, decididos a que aquel fuese el último de los crímenes movidos por el fanatismo nacionalista, el último de la larga lista que en Turquía lleva la penosa etiqueta de “asesinato sin resolver”. Pero, una década después, aún dista mucho trecho para que se haga justicia.

Manifestantes con pancartas en las que se lee "Todos somos Hrant, todos somos armenios" y "Por Hrant, por la Justicia" frente al tribunal de Çaglayan el pasado 16 de enero.
Manifestantes con pancartas en las que se lee "Todos somos Hrant, todos somos armenios" y "Por Hrant, por la Justicia" frente al tribunal de Çaglayan el pasado 16 de enero.OZAN KOSE (AFP)

Desde la dirección de Agos, Hrant Dink (1954-2007), uno de los principales intelectuales turcos de etnia armenia, se esforzó por tender puentes entre dos pueblos enfrentados a causa de las matanzas de 1915. “Agos había sido fundado en 1996 para dar a conocer a los turcos la cultura armenia y que descubriesen que los armenios no son como les habían hecho creer”, explica a EL PAÍS el actual director del semanario, Yetvart Danzikyan: “Hrant Dink hizo que muchos turcos descubrieran el genocidio armenio. Su palabra era mágica, lograba que incluso quienes le odiaban terminasen por prestarle atención. Por eso resultaba un personaje tan incómodo para muchos”.

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Dink fue juzgado en varias ocasiones por “mancillar la identidad turca” y condenado en una ocasión a una pena en suspenso de seis meses de cárcel. Este hecho le dio a conocer internacionalmente y su labor fue recompensada con premios como el Henri Nannen de Libertad de Expresión y el galardón Press Freedom Hero, entre otros, pero también lo hizo más visible a ojos de los ultranacionalistas turcos, que no lo dejarían en paz hasta el día de su muerte. Ese fatídico 19 de enero en que sería asesinado, Agos publicaba la última columna de Dink, en la que denunciaba “los centenares de amenazas que, durante los últimos meses, nos han llovido por carta, teléfono y correo electrónico”.

Horas más tarde, un joven de 17 años llamado Ogün Samast y procedente de la localidad de Trebisonda apretaba el gatillo y segaba la vida del periodista armenio. Pero Samast no estaba sólo. “No es un crimen que pueda cometer por su cuenta un chaval que no ha salido de su ciudad natal y que viene por primera vez en su vida a una gran ciudad como Estambul”, explica a este diario uno de los abogados de la familia Dink, Hakan Bakircioglu. “Los archivos (del sumario) incluyen muchos incidentes que evidencian que la vida de Dink estaba en serio peligro. (…) Si los lees como una novela, de las primeras 50 páginas se desprende que este hombre será asesinado”, ha reconocido uno de los jueces que lleva el proceso, aún en curso.

Hrant Dink en 2005.
Hrant Dink en 2005.Burak Kara (Getty Images)

En un primero juicio –de los varios en que se fraccionó el caso-, Samast fue condenado a 22 años de cárcel y el presunto instigador del crimen, un joven ultranacionalista llamado Yasin Hayal, a cadena perpetua, mientras que la mayoría de los 18 acusados fueron absueltos. Ello pese a que la lista de negligencias previas al asesinato –la policía y la gendarmería recibieron soplos pero no se garantizó a Dink protección ni se actuó contra los eventuales atacantes- es solo comparable a las que se produjeron durante la investigación y el juicio: parte de las grabaciones de las cámaras de seguridad fueron borradas –presuntamente para ocultar que en el lugar del crimen había varios miembros de las fuerzas de seguridad que seguían a Samast-; los gendarmes que detuvieron al asesino lo recibieron como un héroe… Y pese a que el Gobierno se dijo interesado en llegar hasta el fondo del asunto, no garantizó el permiso necesario para que la Justicia procesara a los funcionarios del Ministerio de Interior implicados por acción u omisión en el caso.

Solo después de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos sentenciase en 2010 que la investigación había sido insuficiente, el Constitucional turco obligó a investigar a los funcionarios implicados y el caso se reabrió. Aún continúa y 35 sospechosos –entre ellos varios altos cargos policiales- se sientan en el banquillo de los acusados. “Es un juicio muy complicado en el que hemos tenido que superar muchos obstáculos. Aún queda mucho camino para alcanzar una sentencia justa y todo dependerá de lo que ocurra en Turquía desde el punto de vista político y social, porque es un juicio con mucha carga política”, lamenta Bakircioglu.

Efectivamente, mientras hace diez años la fiscalía –fuertemente influida por el poder político- sostenía que tras el asesinato se hallaba el “Estado profundo” y, más en concreto, una organización ultranacionalista conformada por militares, jueces y mafiosos llamada Ergenekon, ahora mantiene que los culpables son los seguidores de Fetulá Gülen, un movimiento islamista antaño aliado al Gobierno de Recep Tayyip Erdogan y hoy opuesto a él. “Dentro del Estado existen diversas facciones que participaron en el crimen y entre ellas había kemalistas (nacionalistas laicos), gente cercana a Gülen y también otros vinculados a Ergenekon. Unos lo planearon, otros ayudaron, otros hicieron la vista gorda… Una investigación real debería extenderse a todas las facciones del Estado, y claro, el Gobierno no desea ver eso y por ello prefiere culpar a un grupo concreto”, opina Danzikyan.

Una década después, la familia, los amigos y los compañeros de Dink siguen esperando justicia, en un momento en que han vuelto a rebrotar los más bajos instintos nacionalistas en Turquía. “Tras la protesta popular por el asesinato se relajaron tabúes, pudimos escribir sobre el genocidio o criticar el nacionalismo sin que nos acusases de traición –continúa el director de Agos-, pero ahora hemos regresado a un ambiente similar al que se vivía cuando mataron a Dink. Si alguien hace algo malo, se le insulta llamándolo armenio o judío. Por ejemplo, el (grupo armado kurdo) PKK es en realidad armenio o Gülen es un judío encubierto”.

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