La última frontera de la Guerra Fría entre las dos Coreas
Los 992 kilómetros cuadrados que desde hace 64 años no pisa nadie son ahora un santuario ecológico
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La Zona Desmilitarizada (DMZ), esa línea que divide la península coreana en norte y sur al paso del paralelo 38, es la frontera con el nombre más engañoso del mundo. Desde 1953, cuando la firma de un armisticio puso fin a los combates —que no a la guerra— entre las dos Coreas y consumó la división de familias, propiedades y carreteras, ha sido una de las áreas con mayor presencia militar del mundo.
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De 248 kilómetros de largo y cuatro de ancho, esta franja que desde hace 64 años no pisa un ser humano se ha convertido en un santuario ecológico involuntario donde han ido a refugiarse especies ya inencontrables en otros lugares. Pero también, con sus alambradas electrificadas, sus sacos terreros, sus vehículos militares y sus altavoces transmisores de propaganda, en un recuerdo perenne de las cicatrices que dejó la guerra fría. Porque viene a dividir dos mundos: el norte de la doctrina juche, un régimen hermético donde los visitantes y los productos del exterior entran con cuentagotas y todo permanece bajo el firme control del estado, y el sur capitalista, con una de las economías más avanzadas y el internet más veloz del planeta.
Al sur, la DMZ encuentra su prolongación en una zona de Control Civil, escasamente poblada y creada como primer bastión en caso de una invasión desde el norte. Allí se encuentran poblaciones como Imjingak, donde la familia de la imagen se prosterna para ofrecer plegarias a sus antepasados. A pocos kilómetros de la división entre dos mundos.
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