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Estados Unidos en la guerra siria: de los titubeos de Obama a la agresividad de Trump

El presidente rompe con la cautela de su predecesor con el ataque aéreo al Ejército de El Asad

Trump, este jueves, al anunciar el ataque a una base aérea siria
Trump, este jueves, al anunciar el ataque a una base aérea siriaCARLOS BARRIA (REUTERS)

En la entrevista más completa sobre su doctrina en política exterior, Barack Obama lanzó una frase que marcará su legado. “Estoy muy orgulloso de ese momento”, dijo en marzo de 2016 a la revista The Atlantic en referencia a su decisión en septiembre de 2013 de cancelar a última hora una campaña de bombardeos contra posiciones del régimen sirio por el uso de armas químicas contra civiles.

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El presidente demócrata había asegurado que el uso de esas armas era una “línea roja” que alteraría su estrategia ante el régimen de Bachar el Asad, pero finalmente llegó a un acuerdo con Rusia para que el Gobierno sirio entregara su arsenal químico. En la entrevista, explicó que temió que los ataques no eliminaran las armas químicas y la posibilidad de que El Asad saliera “fortalecido”.

Tres años y medio después, una matanza de civiles en el norte de Siria ha evidenciado que el régimen de Damasco no entregó todo su material tóxico. Y ha propiciado una respuesta mucho más contundente del nuevo presidente estadounidense, Donald Trump, que el jueves aprobó el lanzamiento de misiles contra la base aérea donde se cree que se almacenaban las armas químicas.

Los titubeos ante la guerra civil siria —la peor crisis humanitaria en décadas y que ha causado centenares de miles de muertes desde 2011— fueron el termómetro que mejor midió la filosofía exterior de Obama, basada en el pragmatismo, la cautela militar y la diplomacia.

Posiblemente lo mismo ocurra con Trump, que combina la defensa de un papel más aislacionista de Washington en la arena internacional —abanderado en su emblema “América primero” y sus críticas a aventuras bélicas fallidas, como la guerra de Irak— con una mayor contundencia militar. El republicano quiere hacer del miedo y la imprevisibilidad un activo disuasorio. Y ha promovido el mayor aumento del gasto en defensa en una década.

Trump aseguró el miércoles que su opinión sobre El Asad “ha cambiado mucho” después del ataque químico y que, para él, “había cruzado muchas líneas”. Era una alusión a la “línea roja” de Obama, al que atribuyó el caos en Siria por incumplir su promesa de actuar ante el uso de armas químicas.

El de Trump fue un viraje mayúsculo y abrupto. La semana pasada, e incluso el martes, la Casa Blanca declinaba pedir la dimisión del presidente sirio, rompiendo con la posición del anterior Gobierno. Durante la campaña electoral, el magnate inmobiliario sugirió que la salida de El Asad no debía ser una prioridad y abogó por cooperar con Rusia, el principal valedor del dictador sirio y que lo apoya militarmente. “Siria NO es nuestro problema”, escribió el republicano el año pasado en Twitter.

Pese a lo que afirma ahora, Trump pidió en 2013 a Obama que no bombardeara al régimen sirio tras el ataque químico en que murieron cerca de 1.400 civiles. “No hay ningún lado positivo y uno tremendamente negativo. Ahorra la pólvora para otro (y más importante) día”, escribió en Twitter.

El enfoque de Obama

“Continuo creyendo que fue el enfoque correcto teniendo en cuenta lo que, siendo realistas, podríamos hacer sin una decisión [consensuada] de adentrarnos de una forma más significativa. Y eso creo no habría sido sostenible ni bueno para el pueblo americano”, dijo Obama el pasado diciembre, en su penúltima rueda de prensa como mandatario.

El polvorín sirio descolocó desde el principio a Obama, acusado de pasividad ante la carnicería en el país árabe. En agosto de 2011, tras cinco meses de protestas opositoras, pidió la renuncia de El Asad. El demócrata, que prometió acabar con las guerras de su predecesor, el republicano George W. Bush, fue reticente a armar a los opositores sirios. Su tesis era que las lecciones de Libia, Irak y Afganistán aconsejaban ser prudente.

Desde entonces, han naufragado todos los intentos de Washington de hallar una salida diplomática a la guerra y de reforzar a la débil amalgama de rebeldes moderados. Las atrocidades del régimen de El Asad no convencieron a Obama de intervenir militarmente, pero sí lo hicieron un año después las del Estado Islámico.

El auge en 2014 del ISIS —las siglas inglesas del grupo yihadista— forzó a EE UU a actuar: inició una campaña de bombardeos contra los extremistas, pero no contra el régimen. En 2015, Rusia entró activamente en la guerra en apoyo de El Asad y EE UU empezó a desplegar a militares —ahora hay unos 900— sobre el terreno en Siria. Su objetivo sigue siendo asesorar en la lucha contra el ISIS y mantenerse al margen del Ejército sirio.

Según se enquistaba la guerra en los últimos seis años, Siria se ha adentrado cada vez más en un laberinto, en el que intervienen casi todas las potencias mundiales en una telaraña de intereses cruzados internacionales, regionales y sectarios.

Trump es ahora el último en intentar hallar una salida al laberinto, pero corre el riesgo de quedarse atrapado en él. La incógnita es si el bombardeo del jueves es un hecho puntual, como todo parece indicar, o responde a una estrategia continuada de atacar al régimen sirio para tratar de poner fin al conflicto.

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