Emmanuel Macron, el hombre apresurado
El candidato de En Marche! es el favorito para convertirse a los 39 años en el presidente más joven de Francia
Cuando los demás aún están pensando, él ya ha golpeado. Quema etapas a toda velocidad, y no espera su turno. “No te demores en el surco de los resultados”, dice una de sus frases favoritas, un aforismo de su autor de cabecera, el poeta-resistente René Char. Y Emmanuel Macron (Amiens, 1977) lo ha cumplido, día a día, desde antes incluso de meterse en política, y hasta este domingo, cuando los franceses pueden convertirlo en el presidente más joven de la V República, fundada en 1958 por el general de Gaulle.
Los veteranos le miraban y pensaban: “Es demasiado joven”. Y él no hizo caso, y decidió presentarse al más alto cargo de su país, aunque hace tres años nadie, más allá de un círculo reducido en París, conociese su rostro ni su nombre. Le avisaban: “Sin partido no ganarás”. Y él se inventó un partido, un movimiento con un aire de start-up californiana, En Marche!
Algunos se preocupaban: “Es banquero, y liberal…” Y, sin avergonzarse de sus años en la banca de inversiones Rothschild, ni de su deseo de romper las rigidez del modelo social francés, se lanzó a persuadir a millones de conciudadanos de que un poco de liberalismo era la mejor solución.
Le decían: “Para ser presidente hay que haberse presentado antes a algún cargo”. Diputado, alcalde, o aunque sea concejal, lo que sea, porque en Francia hay que esperar el turno porque muchos llevan años, décadas, esperando. Y él, sin haberse presentado jamás a una elección, se saltó todas las etapas y directamente buscó el billete al Palacio del Elíseo.
Emmanuel Macron, el hombre que corre y no mira atrás, el que desde joven ha querido ser muchas personas a la vez —filósofo, novelista, banquero, presidente—. El muchacho de rostro aniñado y maneras de hombre mayor, “un Peter Pan al revés”, le llama su biógrafo François-Xavier Bourmaud.
“Quiero hacer la primera comunión”, les dice un día a sus padres, ambos médicos, Jean-Michel Macron y Françoise Noguès. Emmanuel tiene 12 años. Jean-Michel y Françoise no le han bautizado, ni a él ni a sus otros dos hijos. Emmanuel, que escucha más a su abuela occitana, Manette, que a sus padres, se sale con la suya: bautizo y primera comunión.
Manu, como le llaman los amigos, es el alumno estrella en La Providence, la escuela de los jesuitas en Amiens, en el norte de Francia. Vida burguesa, provinciana. A Brigitte Trogneux, hija de una vieja familia de comerciantes de chocolate, casada con un banquero, tres hijos, le han hablado de este alumno. Se conocen en el club de teatro. Juntos escriben una obra. Conectan. Él, 16 años; ella 39.
“Él no desvela demasiado sobre este episodio”, dice Bourmaud, autor de Macron. El invitado sorpresa. "Es un momento poco conocido y sin embargo fundador para el personaje, porque es la primera gran prueba personal, íntima que afronta en su vida. Contribuye a forjar su determinación. Ahí ya se ve al Emmanuel Macron que quiere romper los códigos, no vivir según las reglas impuestas”.
En otro país quizá sería visto como un delito; en Francia es una gran novela. “Volveré, y me casaré con usted”, le promete el alumno a la profesora. Lo cuenta Anne Fulda en otra biografía, Emmanuel Macron. Un joven tan perfecto, llena de anécdotas jugosas. Los padres intentan disuadirlo, él no escucha, corre, no se entretiene, acelera, y se marcha a París para estudiar el último curso del bachillerato.
La llegada a la capital del muchacho de provincias a la conquista del poder y del dinero es un lugar común de la novela francesa del siglo XIX. Macron, lector de Stendhal, de Balzac y Flaubert, se ve a sí mismo como el protagonista de un relato, una aventura.
Al abandonar Amiens —Brigitte le seguirá un tiempo después— y desoír a sus padres, Emmanuel hace otro de estos gestos que tanto le gustan. Se emancipa, afirma su libertad, ‘no se demora en el surco de los resultados’. Y entra en otro ‘surco’, este, moldeado por décadas, o siglos, de tradición: el de la meritocracia francesa. Su recorrido académico está escrito con palabras y siglas que fuera suenan a jerga incomprensible pero en Francia son marca de estatus: khâgne, Sciences Po, ENA, la Inspección de Finanzas… Emmanuel Macron, el candidato que promete romper con el statu quo, es el producto más perfeccionado de este statu quo, el alumno aventajado del sistema. Siempre, eso sí, con un pie fuera. Mientras se prepara para dirigir el país, colabora con el filósofo Paul Ricoeur; más tarde, mientras ejerce de banquero, asesora a un candidato socialista, François Hollande.
—¿Usted qué hará dentro de 30 años? —le pregunta un día Alain Minc, figura central del establishment francés.
La respuesta del joven Macron, inspector de finanzas aún lejos de la política:
—Seré presidente de la República.
A Emmanuel Macron le gusta escuchar el consejo de los mayores. Dicen que es un seductor de viejos. Uno es Minc. Otro, Jacques Attali, consigliere y mentor de presidentes, oráculo del París político y económico. “Cuando lo vi, enseguida supe que era excepcional”, comenta Attali en las oficinas de su consultora. ¿Demasiado joven? “Los grandes conquistadores tenían 30 años”.
Macron el conquistador no quiere ataduras, no quiere quedarse atascado en el ‘surco’. “Superó etapas, en su vida, a veces con decisiones cortantes, como la de marcharse a París antes de lo previsto, para ganarse la libertad”, explicaba hace unos días por teléfono Marc Ferracci, uno de sus mejores amigos. "También la libertad que se tomó cuando decidió meterse en la banca de inversiones. Era para ganar libertad material, ganar dinero, también. La libertad es un hilo rojo en su trayectoria, en su vida”.
En Rothschild, como en cada etapa de su vida apresurada, Macron brilla. “Mozart de las finanzas”, le llaman. Cierra un acuerdo multimillonario con la compra de una filial de la farmacéutica Pfizer por Nestlé. Se hace rico. No es su vocación y pronto salta a la política, junto al presidente Hollande. Primero, en la sala de máquinas del Elíseo. Más tarde, en el ministerio de Economía, de donde en agosto de 2016 se marcha frustrado por la lentitud de las reformas y convencido de que puede ser presidente.
“En contra de lo que sostiene una crítica posmoderna de los ‘grandes relatos’”, escribió hace unos años Macron en la revista de filosofía Esprit, “nosotros esperamos de la política que anuncie ‘grandes historias’”. La suya, que hoy puede culminar en el Elíseo, lo es.
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