Júpiter en el jardín
Con ecos de Obama y De Gaulle, Macron habla y actúa en la corta distancia como el líder de Europa
Le llaman Júpiter: el presidente olímpico que no baja de las alturas por cualquier minucia. El rey republicano: el hombre que en unas semanas ha devuelto a la figura presidencial el aura monárquica que quiso darle el general De Gaulle. El maestro de los relojes, como se autodenomina: el amo del tiempo. Y de los silencios.
Emmanuel Macron decidió romper su silencio y dio la primera entrevista de su corta presidencia a un grupo de diarios europeos, más el francés Le Figaro, dedicada exclusivamente a asuntos europeos e internacionales. El gesto no es gratuito: quiere situarse por encima de las pequeñas querellas francesas y poner las luces largas, hacia al futuro de Francia, de Europa.
La cita es el martes a la 10.45 de la mañana en el Elíseo, sede de la presidencia francesa, en la céntrica rue du Faubourg Saint Honoré. Tiempo de espera, primero, en el ala donde se sitúan las oficinas de los responsables de comunicación. Aquí y allá se ven las revistas de la semana. Casi todas con el rostro del jefe.
Pasear por los salones del Elíseo es como pasear por un museo: oropeles y muebles de época; ujieres, militares y mayordomos que reciben y saludan al visitante en cada sala. En el jardín, una mesa para diez personas con botellas de agua mineral y un bolígrafo y unos folios para cada uno.
“‘Le Président de la République!”, anuncia alguien en voz alta. Y aparece Emmanuel Macron, 39 años, el líder francés más joven desde Napoleón Bonaparte, el exbanquero y exministro desconocido hace tres años por el gran público y hoy en la cumbre del poder.
Macron encaja fuerte la mano a los periodistas, como hizo con Donald Trump en Bruselas en unas imágenes anecdóticas pero que enviaron una señal al mundo: le plantará cara.
Se sienta. “¿Quién quiere un café?”, pregunta.
Le flanquean su consejera de comunicación internacional, Barbara Frugier, y el consejero diplomático para Europa, Clément Beaume. Detrás de su silla, una bandera europea y otra francesa. Y más atrás, el césped perfectamente segado, y una brisa ligera rompe la canícula. Mientras Júpiter habla, el mundillo parisino se agita por la dimisión de la ministra de Defensa, Sylvie Goulard. Faltan unas horas para que le dimitan otros dos ministros, entre ellos un peso pesado del Gobierno como François Bayrou. Él parece en otra galaxia. Los ruidos de la calle no llegan al jardín, un oasis en medio de París.
Macron pronuncia una veintena de veces la palabra Francia. Europa, el doble. Surge la duda. ¿Habla el presidente de Francia? ¿O de Europa?
El nuevo presidente, en el cargo desde el 14 de mayo, se ha impuesto la misión de desactivar la marea nacionalpopulista. Para eso, asume algunos de los motivos de hartazgo de sus votantes —las inclemencias de la globalización, la UE distante y percibida como burocrática e ineficaz—y les da la vuelta. Dice que luchará por una Europa que proteja y que se proteja.
En la campaña electoral citaba el discurso de recepción de Nobel del escritor Albert Camus. “Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía, no obstante, sabe que no lo rehará. Pero su tarea quizá sea más grande. Consiste en evitar que el mundo se deshaga”.
En la entrevista, Macron no evoca a Camus pero todas sus respuestas pretenden explicar cómo evitar que el mundo se deshaga. ¿La respuesta? Europa. Francia. O mejor: Francia en Europa; y Francia —y Europa— en el centro de todos los tableros, la llave de todos los candados.
Hay un aire gaullista —del general de Gaulle, que también quiso poner a Francia en el centro de todos los tableros, convertirla en la interlocutora válida de todos los bloques— en el macronismo. “La mucha mala literatura soberanista sobre el gaullismo ha hecho olvidar que de Gaulle fue un atlantista consecuente”, ha escrito el veterano ensayista Jacques Julliard. "Su arte, porque era un arte, fue, como se dice en el rugby, jugar en los intervalos, es decir, en los márgenes de libertad y de iniciativa que dejaba la confrontación de los dos bloques antagonistas”.
Macron aprovecha el hueco que deja Donald Trump y sus Estados Unidos entre desquiciados y ensimismados. Pero respeta a Trump —el menos en sus medidas palabras— y comprende al ruso Vladímir Putin.
Sus respuestas son largas. Tesis, antítesis, síntesis. La tradición, tan francesa, de las disertaciones. La claridad expositiva y el dominio de los temas propios del enarca, el hombre formado en la ENA (Escuela Nacional de Administración), criadero de las élites francesa. La profundidad de campo de alguien que lleva años meditando su tarea. Cada respuesta es un pequeño ensayo. En esto recuerda a Barack Obama, un presidente que gobernaba trazando un relato: ponía las luces largas. Pero Obama vivía atrapado en las dudas constantes, en los abismos del matiz. Macron —por ahora, porque no es más que un debutante— todo lo ve claro: no hay dilemas ni paradojas trágicas para él. Todavía.
Hay en Emmanuel Macron poca langue de bois, o lengua de madera, la expresión que designa los discursos vacuos, el hablar y hablar para no decir nada. En esto es poco francés.
Una pregunta sobrevuela la entrevista. ¿Tener un discurso elaborado garantiza el buen gobierno? ¿Los intelectuales son buenos presidentes? Helmut Kohl, que murió la semana pasada, era un político raso del Palatinado, la provincia alemana, y cambió Europa.
En 1961 el vicepresidente de Estados Unidos, Lyndon Johnson, tras acudir a la primera reunión del gabinete de la Administración Kennedy, quedó impresionado por la juventud, los títulos académicos, la inteligencia del equipo de John F. Kennedy. Acomplejado —él, que nunca dejó de ser un político provinciano de Texas—, se lo contó a su mentor, el congresista Sam Rayburn. Rayburn le respondió: “Mira, Lyndon, quizá sean tan inteligentes como dices, pero me sentiría más tranquilo si solo uno de ellos hubiese sido candidato para sheriff alguna vez".
Macron nunca ganó ningún cargo electo, nunca fue sheriff, pero ganó las elecciones presidenciales y aquí está, en el Elíseo: Júpiter en el jardín. El resto está por escribir.
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