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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Joaquín Navarro-Valls, histórico portavoz del Vaticano

El periodista y médico español, miembro del Opus Dei, fue durante 22 años confidente de Juan Pablo II

Juan Arias
Joaquín Navarro-Valls, en una foto de 2004.
Joaquín Navarro-Valls, en una foto de 2004.M. PROBST (AP)

Joaquín Navarro-Valls (Cartagena, Murcia, 1936), fallecido en Roma el pasado miércoles, fue el primer portavoz seglar del Vaticano, y también el primer no italiano. Lo fue durante 22 años, de 1984 a 2006. Su relación personal con el papa polaco, Juan Pablo II, hizo que pronto desbordara su función de portavoz para convertirse en confidente personal de un papa que fue decidido defensor del Opus Dei, institución de la que Navarro-Valls era miembro numerario.

Su proximidad al pontífice nunca le llevó a caer en la tentación de mirar por encima del hombro a sus viejos colegas, los corresponsales vaticanos. Siguió siendo un compañero sencillo, sin presunciones, que jamás condicionó su ayuda a la ideología. Siguió siendo un colega periodista y mucho más que eso.

Ello fue una gran ayuda para todos los que trabajábamos a su lado ya que él, siendo de la profesión, podía entender mejor que nadie no solo nuestras necesidades, sino también nuestra fidelidad a los respectivos medios de comunicación para los que trabajábamos. Si algo puedo resaltar de la personalidad de Navarro-Valls es que fue siempre fiel a sus principios y delicado en el trato con sus compañeros periodistas mientras ejerció el cargo de portavoz del Vaticano. Con todos —tanto con los que compartían su devoción religiosa como miembro honorario del Opus Dei y defensor de la ortodoxia vaticana durante el pontificado de Juan Pablo II— como con aquellos que, como yo, no siempre comulgábamos con algunas de sus posturas relacionadas con el Vaticano. Fue en todo momento lo que en España llamamos un caballero, sin rencores, dispuesto siempre a ayudar.

Hice más de cien viajes internacionales con él en el avión papal. Navarro-Valls era como el guardián del papa en los viajes. Su relación con el pontífice polaco solo podía parangonarse en intimidad y devoción personal a la de su todopoderoso secretario personal, Stanislaw Dziwisz. Fueron ambos las dos figuras de mayor relieve y, hasta me atrevería decir, de mayor influencia en el corazón de Wojtyla. Durante los viajes, Navarro-Valls no solo ejercía como portavoz y enlace nuestro con Juan Pablo II, sino que desempolvaba su otra profesión, la de médico psiquiatra. Nos daba consejos para no estresarnos demasiado en aquellos viajes en los que varios miembros del séquito papal murieron de infarto. Incluso nos ofrecía a veces medicinas para relajarnos. Nos decía: “O dormís o coméis, si queréis aguantar”.

Era ante todo un compañero amigo que sabía esconder sus reacciones con elegancia, hasta en los momentos más difíciles, como cuando este diario publicó los documentos secretos del Opus Dei en los que la Obra de Balaguer pedía a Juan Pablo II que les concediera la prelatura nullius, o independencia de los obispos. Navarro-Valls era entonces el portavoz del Opus en Roma, donde trabajaba a mi lado en las oficinas de la Stampa Estera.

Cuando yo publiqué aquellos documentos que el Opus negaba que existieran, Navarro-Valls no tuvo ni un momento de rabia o de rencor. Primero se encerró en el silencio, después me convidó a comer. Entendió mi compromiso con el periódico de publicar aquellos documentos y yo entendí en nuestra conversación, que fue más allá de nuestra condición de colegas periodistas, que era un hombre de fe cuya devoción incondicional a Juan Pablo II era fruto, por encima de cualquier otra cosa, de su afinidad de alma con un pontífice a quien dedicó 22 años de su vida y al que, para su gran alegría, acabó viendo canonizado.

Había quien consideraba a Navarro-Valls un portavoz vaticano conservador e intransigente. Lo cierto es que, aunque ya muchos no lo recuerden, gracias a su condición de periodista aquella institución atrofiada, la portavocía del Vaticano, se abrió a nuevos horizontes y las relaciones entre los corresponsales vaticanos y la Santa Sede se modernizaron. Navarro-Valls tuvo además la suerte de ser más que un portavoz vaticano burocrático y distante, como en el pasado. Su relación personal con Juan Pablo II le permitía en momentos críticos y de duda acudir personalmente al pontífice, lo que le otorgaba, ante nosotros, un plus de confianza en las noticias que nos transmitía.

Quienes trabajamos y viajamos con él alrededor del mundo le recordaremos siempre no solo con cariño, sino además con agradecimiento por su calidad humana y por la ayuda que nunca negaba a nadie.

 

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