Querido Ramón
El poeta no era sólo un hombre bueno, sino también generoso, simpático y muy despistado
Conocí a Ramón Xirau cuando fui directora general de Intercambio Académico de la UNAM con el rector Octavio Rivero Serrano. Él era investigador del Instituto de Investigaciones Filosóficas, un académico enormemente respetado, con un gran prestigio y muy querido por sus discípulos y compañeros de trabajo. Por eso me puedo imaginar que en su espacio natural de labor su deceso, el 26 de julio, habrá provocado reacciones muy emotivas. Él era un hombre, como escribió Antonio Machado, “en el buen sentido de la palabra bueno”.
Destaco esto porque yo no pensaba en esos momentos que se trataba de un exiliado republicano famoso, poeta de prestigio por añadidura e hijo de otro filósofo reconocido, Joaquín Xirau. Sabía que poseía una pluma excelente, que había escrito muchos libros tocando siempre temas sensibles y muy cercanos a la vida de las personas y que esa era la filosofía que le interesaba. Mi intención era apoyar desde la dirección al instituto y a la Facultad de Filosofía y Letras en actividades que tuvieran que ver con la divulgación de la filosofía, disciplina a todas luces imprescindible para el desarrollo de las sociedades y, además, base de todo conocimiento científico. De allí mi relación con Xirau y otros filósofos desde la dirección a mi cargo.
Recuerdo, por ejemplo, un famoso encuentro que se llamó Utopía. Traté hoy de buscar la referencia en la red, pero fue hace tanto tiempo que no encontré nada y, por la misma razón, la memoria no me ayudó. Lo que sí recuerdo es que vinieron muchos filósofos españoles, fue en la facultad y, como seguramente lo recordarán los abundantes alumnos allí presentes, pasó algo muy gracioso. En lugar de solicitar 500 carteles, nos equivocamos por un cero y pedimos 5.000, de modo que tuvimos que tapizar la universidad con un hermoso diseño de los Talleres Gráficos de la Nación. Lo que hoy comprobé en Internet es que en la UNAM se siguen haciendo muchas actividades con la palabra utopía incorporada al nombre.
Quisiera ahora contar una anécdota que pone de manifiesto que Ramón Xirau no sólo era un hombre bueno, sino también generoso, simpático y muy despistado. Nosotros habíamos estrechado la amistad por una razón un poco extraña, pero que cualquier fumador o exfumador entenderá. Cuando los emisores de humo empezamos a ser perseguidos, teníamos que abandonar la reunión para salir fumar al patio o al jardín. Fue así como se estrechó nuestra amistad y por ello Ramón me buscó —por aquellos años yo estaba en la Secretaría de Relaciones Exteriores en Becas e Intercambio académico— y me pidió apoyo para boletos de avión de varios filósofos que venían a un congreso importante organizado por él. Le aseguré que dentro de los convenios educativos culturales del Gobierno de México se podían solicitar siempre y cuando el país receptor pagara la estancia.
La estrella era el filósofo alemán Jürgen Habermas y pude conseguir el billete. Nuestro filósofo estaba feliz, pero hubo un pequeño inconveniente: se le había olvidado invitar a su colega, de ahí que al famoso filósofo le costara tanto asimilar el sentido de tan repentina invitación en su apretada agenda.
El congreso se hizo y esa aventura terminó en el hermoso patio colonial del Palacio de Medicina de la UNAM pidiéndome Ramón muy amablemente que le solicitara a los concurrentes que se dirigieran al auditorio. Por cierto, el discurso inaugural lo dio Xirau y en ese caso no bajó la voz como acostumbraba hacerlo en muchas de sus comunicaciones personales. Este era uno de sus rasgos característicos: ir disminuyendo el tono de voz de manera que su interlocutor tenía que irse acercando para escuchar el final, algo importante porque lo que decía valía siempre la pena.
Esto que cuento fue antes de 1988, año que termina el sexenio del presidente Miguel De la Madrid y dejo de estar en Relaciones Exteriores. Años más tarde, en 2009, fui nombrada presidenta de la Mesa Directiva del Ateneo Español de México. Ahí me buscó Gustavo Germano, un gran fotógrafo argentino que acababa de terminar un trabajo conmovedor, Ausencias. Me regaló el libro.
A través de las fotos se podían observar las consecuencias de una dictadura. Comenzaba con una pareja en una hermosa playa; la siguiente foto, la misma playa, ahora desierta. Todas las historias eran fotos repetidas en las que alguien faltaba. Una de ellas era la de la propia familia de Gustavo. El libro terminaba con un mensaje esperanzador, la misma playa inicial con un hombre joven, hijo de la pareja asesinada por la dictadura.
Gustavo me propuso hacer un estudio así sobre el exilio, pues, además de la cárcel y la muerte, es una de las maneras en que se manifiestan las dictaduras. Como consecuencia de ese trabajo elaboró la exposición Distancias, dedicada al exilio republicano español, que es uno de los grandes exilios políticos del Siglo XX. Se sabe que alrededor de medio millón de personas cruzaron la frontera con Francia al terminar la Guerra Civil. Distancias rompe con la visualización del exilio como sólo un momento en el que se cruza la frontera. Cada uno de los dípticos fotográficos que la componen es una invitación a la reflexión: es la misma imagen, el mismo personaje con 70 años de distancia. El trabajo intenta “narrar la historia a través del lenguaje de la imagen, con la esperanza de descubrir y revelar lo que las palabras no pueden contar”.
En su búsqueda por los países de acogida (México, Rusia, Francia, Chile y Argentina), Germano encontró lo que describe como “una generación de una coherencia envidiable” que mantenía su compromiso con la República derrotada por el golpe militar de Franco.
Sacó unas fotos increíbles. A muchas de esas personas que fotografió en nuestro país las recuerdo con tristeza y admiración porque ya no están con nosotros; como se dice comúnmente, se nos adelantaron.
En aquella ocasión, Ramón Xirau nos recibió cariñosamente en su casa de San Ángel. Estuvo muy interesado en mis actividades en el Ateneo y muy dispuesto a colaborar con el mismo. Fue la última vez que lo vi y por eso hoy quiero recordarlo con esa hermosa sonrisa, la del niño en Barcelona y la debida a la cámara de Gustavo Germano, al que le agradezco me permita publicarla. Descanse en paz nuestro querido Ramón, que seguramente sufrió como muchos otros los estragos de la Guerra Civil, pero que se pudo incorporar con entusiasmo a una nueva patria, conservando siempre sus primeros amores. Por eso escribía poesía solamente en catalán.
Carmen Tagueña es presidenta emérita del Ateneo Español de México.
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