Según el guion
López Obrador se defendió casi sin existir y, poniéndose de lado, dejó pasar las balas
Todo estaba previsto. Serían cuatro contra uno. Era fácil que él sacara ventaja de esa situación porque a fin de cuentas no había un candidato enfrente, ni siquiera el ordenado y futurible Anaya, que pudiera ponerlo contra la pared de sus inconsistencias.
López Obrador solo tenía un enemigo anoche y ese era él mismo. Su carácter. Su falta de diálogo en algunas ocasiones. Sus clichés, tan conocidos por la sociedad y la confianza de que cada vez que abre la boca le cuesta votos. Pero no pasó. Se defendió casi sin existir y, poniéndose de lado, dejó pasar las balas.
Los demás ofrecieron el perfil de por qué están ahí y quiénes son. Unos independientes que conforme pasan los días se ve más claro que su único objetivo es que le cuesten votos a alguien, más que los que ellos puedan ganar. Y un cálculo que se muestra cada vez más: el país que conocemos, el México previsible, está cortado a tercios.
El enfrentamiento, como cada crisis profun da, es bipolar. En ese caso había que encontrar quién sería el otro, el que no capitalizara el voto del descontento. Anaya parece que es el otro. El que desde luego no lo fue, y cada vez que avanza el tiempo se va alejando de cualquier posibilidad real de serlo, aunque siempre en México, tierra de milagros, todo es posible, es José Antonio Meade.
El que más podía perder es el que más tenía, el líder de las encuestas, pero se inoculó contra el veneno que significaban sus propias actuaciones públicas.
El que más tenía que ganar, el que tenía que ponerse en la órbita, era el permanente tercero de la lista, de la encuesta, de la expectativa, José Antonio Meade.
Ambas cosas sucedieron. Uno no perdió, simplemente porque en no decir nada está la salvación. El otro, Meade, sigue siendo un candidato por estrenar en esta cada día más corta y cruenta batalla electoral.
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