El PRI se derrumba tras las elecciones en México
El histórico partido político de México pierde la presidencia, su influencia en el Congreso y algunas de sus posiciones clave en los liderazgos locales
La sede del Partido Revolucionario Institucional (PRI) era un desierto la noche del 1 de julio. El partido del Gobierno lo perdió casi todo. José Antonio Meade reconoció su derrota como candidato presidencial; en el Congreso, la que alguna vez fue la formación más dominante del Poder Legislativo, se convirtió en la tercera fuerza política; y no consiguió ni uno de los nueve gobiernos locales a los que aspiraba. El partido más antiguo de México no salvó ni la cara. Las votaciones del domingo se convirtieron también en un mensaje claro de los mexicanos al Gobierno actual: no más PRI.
Meade salió ante la prensa acompañado de su equipo de campaña a las 20.00 y sin rodeos habló de la derrota del PRI. “Reconozco que las tendencias del voto no nos favorecen y que la coalición que encabezo no es la triunfadora. Según la información de los primeros conteos será Andrés Manuel López Obrador quien tendrá la responsabilidad de conducir el Poder Ejecutivo, le deseo el mayor de los éxitos”, dijo. El exministro de Hacienda, con la voz entrecortada, agradeció al PRI, al presidente Enrique Peña Nieto, a su familia y a sus colaboradores. E hizo una petición a López Obrador: “un país para todos donde se gobierne con responsabilidad”.
Los escándalos de corrupción pesaron más sobre el PRI que cualquier candidato. El presidente Peña Nieto había elegido para la carrera presidencial al más pulcro de sus colaboradores. El exministro de Hacienda, aunque no militaba en el PRI, lo intentó todo para lograr que el partido lo acogiera. Nada funcionó. La historia de la formación política llevó a sus dirigentes a resistir las últimas semanas de la campaña electoral con estoicismo. Una mala noche para el PRI estaba prevista, pero nadie auguró el peor resultado del PRI en una elecciones generales. “Convocaré a una profunda reflexión de nuestro partido y analizaremos las razones por la que hoy no merecemos el respaldo ciudadano”, dijo René Juárez Cisneros, el dirigente de la formación después de que Meade aceptara su derrota.
El PRI es víctima de su propia historia. Las prácticas permisivas de actos de corrupción entre los gobernadores de sus filas finalmente le costó un precio. “Es una debacle para el PRI, es el peor resultado del partido desde la apertura democrática”, apunta el analista político Antonio Martínez Velázquez. El partido fundado en 1929 por Plutarco Elías Calles tuvo su peor momento en el año 2000, cuando Vicente Fox, del PAN, se hizo con la presidencia. Entonces el PRI fue un superviviente que, al conservar sus liderazgos locales y una buena parte del Congreso, consiguió demostrar que su capacidad para gobernar no estaba mermada. La situación es radicalmente distinta 18 años después. El PRI será la tercera fuerza política en el Congreso y será un partido con poco peso en el Legislativo.
Martínez señala que las últimas semanas de la campaña también fueron decisivas para el derrumbe del PRI. La dirigencia apostó por un Meade más agresivo y por el liderazgo de Juárez Cisneros, dando señales de la turbulencia que se vivía en el búnker priista. “El discurso de Meade es un discurso complicado, es bueno, reconoce el resultado pero es Meade deslindandose de una candidatura que nunca quiso”. La forzada relación entre el PRI y Meade abonó a que la campaña perdiera el empuje que el partido del Gobierno conservó de las elecciones locales de 2017. La elección de Peña Nieto para el candidato removió a las diferentes corrientes dentro del partido y algunas de ellas abandonaron al aspirante antes de terminar la contienda. La noche de las elecciones ningún líder histórico del partido se asomó por la sede del PRI en la Avenida Insurgentes de Ciudad de México.
El presidente Peña Nieto reconoció el triunfo de Andrés Manuel López Obrador apenas minutos después del anuncio del Instituto Nacional Electoral (INE) hiciera públicos los primeros resultados. El rostro del presidente era de incredulidad, a pesar de que su discurso estaba dirigido hacia la conciliación tras los comicios. “Me comuniqué con el ganador de la elección presidencial para expresarle mi felicitación y asegurarle que él y su equipo de trabajo contarán con el apoyo del Gobierno de la República para realizar una transición ordenada y eficiente”, dijo en un mensaje emitido en cadena nacional.
El PRI no está muerto y todavía conserva los gobiernos de Estados como Hidalgo, Coahuila y el Estado de México. Los priistas que han conseguido entrar al Congreso mexicano tendrán también la tarea de reconstruir al partido. Entre ellos quedarán algunos políticos cercanos a Peña Nieto, pero son mayoría los miembros más tradicionales del partido. “Los intelectuales del PRI son personajes que probablemente no están vinculados a ningún acto de corrupción y quizá sean quienes le permitan al PRI una reencarnación chiquita”, estima Martínez. El camino cuesta arriba apenas comienza para el que alguna vez fue el partido más poderoso de México.
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