La ola xenófoba encuentra diques en Malmoe
La ciudad, con una alta tasa de población extranjera, muestra síntomas de resistencia al auge de la ultraderecha
Muchos la empiezan a considerar como una especie de ciudad de resistencia. Malmoe (con 340.000 habitantes), al sur de Suecia, fue la ciudad que vio llegar a unos 200.000 migrantes casi de golpe durante el verano de 2015. La que los vio integrarse, pero también irse, en virtud de las políticas de retorno promovidas por Bruselas. Malmoe está hecha de migrantes de primera y segunda generación —el futbolista Zlatan Ibrahimovic, de origen yugoslavo, es su mayor orgullo—, los conoce y parece perfilarse como un dique de contención ante el auge de la ultraderecha antinmigración que representan los Demócratas Suecos (DS), que ocupan la segunda posición en las encuestas (empatados con los Moderados) de cara a las elecciones de este próximo domingo.
Aquí ha habido manifestaciones a favor de los migrantes y los DS encuentran terreno hostil. El barrio de Rosengård, con un 85% de población inmigrante de origen árabe, huele a especias. Los móviles suenan a melodías propias de la danza del vientre. Las mujeres con niqab charlan en un idioma lejano, y los hombres discuten mientras fuman y beben café en uno de los bares del centro comercial. En 2017, la población nacida en Malmoe con ambos progenitores extranjeros era nada menos que de 39.839 personas, según el instituto de estadística sueco, otras tantas con uno de los dos progenitores de origen foráneo, y 110.464 ni siquiera nacieron en Suecia. La ciudad no es sólo un crisol de culturas, sino también una excepción. Una especie de isla progresista en la cada vez más reaccionaria región de Scania, cuna de los DS.
“Aquí no hay racismo. Estamos bien”, sostiene Hana, de Pakistán, mientras se apresura a llevar a su bebé al médico esquivando como si nada a grupos de jóvenes suecos —algo más del 50% de la ciudadanía en esta localidad tiene menos de 35 años, según el Ayuntamiento— que hacen una pausa para almorzar. Eva es uno de ellos: “Quien conoce a los inmigrantes no vota en contra de ellos”, sonríe.
Mohamed, palestino de 30 años, regenta una tienda de alimentos y explica que estos días en el barrio no se habla ni de política, ni de racismo, ni de inmigración: “Hemos oído hablar de los Demócratas Suecos, pero no sabemos exactamente quiénes son ni qué quieren”. Omar (nombre ficticio), somalí de 24 años, se corta el pelo en un local cercano regentado por un iraquí sin papeles. Habla en perfecto inglés y desliza que la indiferencia hacia los ultras xenófobos es su mejor defensa. “No nos interesan las elecciones. No hacemos caso a lo que dicen de nosotros. Nuestras solicitudes de asilo están en trámite y eso es lo más importante ahora”, responde. Él sabe que su situación puede cambiar en función del poder que consigan aglutinar en las urnas los del DS el domingo, pero su confianza en los que un buen día de 2016 le acogieron es mucho mayor. “Los suecos son buenos y cuando vayan a votar, pensarán en lo mejor”.
A pesar de que, como revela el profesor Ulf Bjereld, los DS lleven ganando terreno electoral desde mucho antes de la crisis de los refugiados que irrumpió en la UE en 2015, el tema migratorio resulta ya imparable. El Gobierno del primer ministro socialdemócrata, Stefan Löfven, concedió hace tres años 162.877 solicitudes de asilo, bajó a 28.939, en 2016; 25.666, en 2017, y ha otorgado tan solo 13.722 en lo que va de año. Las cifras hablan por sí solas: la política de puertas abiertas es cosa del pasado.
Son hechos y números que contrastan, sin embargo, con ese sentimiento xenófobo que reflejan las encuestas. “No es tanto el rechazo al inmigrante lo que ha hecho que suba la ultraderecha, sino el discurso del miedo a perder el Estado de bienestar de los suecos para pagar las necesidades de los refugiados”, desliza uno de los trabajadores de un centro para migrantes a las afueras de Malmoe. En su retórica habitual por generar un enemigo común en la población, Jimmie Åkesson, líder de los DS, llegó a declarar que los migrantes eran “la peor amenaza” para Suecia, un discurso que paradójicamente pocos compran en el epicentro de la inmigración de este país escandinavo: “Obviamente hay problemas con los migrantes, pero los Demócratas Suecos no son la solución”, zanja la rubísima, altísima e innegablemente nórdica Rebecca, de 38 años. Ella, tradicionalmente socialdemócrata, echará el domingo el freno de mano a los DS votando a La Izquierda. Considera que el actual Gobierno de socialistas y Verdes ha dado un gran giro a la derecha al cerrar las fronteras, fomentar las devoluciones y poner trabas a la reunificación familiar, entre otras medidas.
Tiroteos
Mientras los vecinos de Malmoe —desde 2013 gobernada por una mujer socialdemócrata y con una representación de los DS de nueve concejales sobre un total de 61— no dan ningún crédito a una posible victoria de la ultraderecha, algunos migrantes se hacen preguntas: “¿Por qué somos el centro de la campaña en estas elecciones? Yo trabajo en una pizzería, pago un 32% de mi salario en impuestos, hablo sueco, contribuyo a la sociedad”, se queja Shergo, un refugiado kurdosirio de 36 años, durante una cena con otros inmigrantes.
Malmoe, destino de inmigrantes desde hace décadas, ha sido de las pocas ciudades que ha organizado marchas en favor de los refugiados e inmigrantes en Suecia. El pasado domingo, una de ellas coincidía con un mitin del líder xenófobo Jimmie Åkesson, quien acabó viéndose obligado a esquivar unos cuantos huevos que el público tiró en señal de rechazo, en señal de que algunos en Suecia se resisten a la ultraderecha.
Rosengård es un barrio tradicionalmente conflictivo y en donde conviven más de 120 nacionalidades, muchas de ellas del norte de África y Oriente Próximo. Los xenófobos llevan años sacando rédito de la relación entre los tiroteos en la zona —unos 155 desde 2015, según la policía— con la inmigración, en su mayoría musulmana. “Es falso”, sentencia categóricamente el oficial Erik Åberg desde una sala de la comisaría. “No se puede hacer una relación directa entre crimen e inmigración. Los inmigrantes suelen tener menos ingresos y peor educación y eso les obliga a vivir en zonas más desfavorecidas, que es donde se producen los crímenes. Pero los inmigrantes no han traído el crimen a Malmoe, han ido a vivir donde ya sucedía”, matiza para no caer en lo que califica de “propaganda” política.
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