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Pensándolo bien
Columna
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Trump y Bolsonaro o el globo aldeano

Esta semana no envidio a los brasileños de la misma manera en que tengo dos años de no envidiar a los estadounidense

Jorge Zepeda Patterson
Un seguidor de Bolsonaro viste una máscara del presidente de EE UU, Donald Trump.
Un seguidor de Bolsonaro viste una máscara del presidente de EE UU, Donald Trump.R. Moraes (REUTERS)

Esta semana no envidio a los brasileños de la misma manera en que tengo dos años de no envidiar a los estadounidenses. No debe ser sencillo saberse miembro de una sociedad política que convierte en presidente a un narciso fantoche como Donald Trump o a un neo fascista como Bolsonaro (lo sé, los mexicanos tampoco cantamos mal las rancheras: asumo que la votación por el regreso del PRI en 2012 no fue un signo de salud mental). Pesadillas colectivas que dejan en entredicho la peregrina tesis de que la historia camina indefectiblemente en pos del progreso. Si lo hace, está claro que se toma libertades, atajos y extravíos con preocupante frecuencia.

Con todo, hasta ahora había mirado las inclinaciones del votante brasileño o norteamericano con cierto horror distante, pero quita el sueño un artículo de The New York Times esta semana titulado “¿Qué está en juego en las elecciones en Brasil? El futuro de Amazonas” (What´s at stake un Brazil´s Election? The Future of the Amazon).

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En esta pieza Somini Sengupta, periodista y autora de temas ecológicos, argumenta que la inminente elección del candidato de la derecha Jair Bolsonaro es un tema que tiene implicaciones internacionales por tratarse, en el fondo, de un referéndum sobre Amazonas, también conocida como los pulmones del planeta.

El candidato ha prometido eliminar la secretaría del Medio Ambiente para fusionarla en la de Agricultura e impulsar al poderoso sector agroindustrial abriendo los bosques a la explotación de soya y ganadería. En opinión del probable próximo presidente brasileño, las protecciones ecológicas han “sofocado al país”.

El triunfo del candidato conservador supondría un giro radical en las políticas ambientalistas en las que Brasil ha sido un líder internacional en los últimos años, al menos de palabra. En la práctica la deforestación amazónica ha continuado aunque a un ritmo menor en los últimos años. Es previsible que las inercias del mercado en contra de los bosques se intensifiquen de manera exponencial en caso de que la tala se promueva sistemáticamente desde el Estado mismo, como Bolsonaro ha prometido.

No pretendo simplificar o entender las razones que llevan a millones de brasileños a optar por un candidato tan beligerante y arcaico, de la misma manera que me resulta incomprensible que en Estados Unidos se vote por alguien que en su sano juicio nadie querría tener de vecino. Solo la vida diaria in situ permite entender, y a veces ni eso, los veleidosos procesos que configuran la opinión pública y el comportamiento en las urnas. Y en ese sentido todos tenemos motivos para ruborizarnos.

Lo que es un hecho es que estos temas han dejado de ser una noticia local para convertirse en historia mundial. En realidad siempre ha sido así, pero ahora más que nunca.

La globalización ha provocado que nos transformemos en vecinos de condominio cuando antes lo éramos de fincas distantes. Los decibles con los que cada cual oye su música o la manera en que tira su basura se han convertido en asunto de toda la comunidad.

En diez días los brasileños decidirán quién gobernará su país en lo que, en efecto, es también un referéndum sobre la selva más importantes del planeta. Ellos acudirán con la agenda apremiante de dilucidar cómo y con quién desean enfrentar los problemas que encara su nación; nosotros los observaremos con el nerviosismo de saber que su decisión tiene consecuencias para el calentamiento global.

@jorgezepedap

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