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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Conmoción e incertidumbre entre la población saudí tras el asesinato de Khashoggi

Los saudíes afrontan la crítica internacional sin opciones ante la monarquía absoluta que los gobierna

Ángeles Espinosa
El príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán (centro), este martes en Riad.
El príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán (centro), este martes en Riad.Amr Nabil (AP)

Los saudíes también están afectados por la muerte de Jamal Khashoggi. En pocos días han pasado de que sus medios de comunicación (todos bajo estricto control estatal) y los propagandistas del régimen en las redes sociales les bombardearan con que su país estaba siendo objeto de las falsedades de Qatar y Turquía, a oír a sus portavoces admitir de forma confusa y contradictoria que el periodista fue asesinado dentro del consulado del reino en Estambul. En ausencia de libertad de expresión, solo pueden lamentar el incidente y ofrecer sus plegarias, pero se sienten rehenes de una situación sobre la que no tienen control.

“En ningún sitio se ha sentido tan profundamente como en Arabia Saudí”, asegura en un mensaje Iyad Madani, exministro de Cultura e Información y ex secretario general de la Liga Árabe. “Lo último que los saudíes necesitamos son las lecciones de aquellos países que asumen con arrogancia una posición de superioridad moral y el derecho de juzgar[nos], algo que su propio palmarés de moralidad selectiva, subyugación y avasallamiento difícilmente justifica”, añade tras mostrarse convencido de que “el país está trabajando judicialmente para salir de esa angustia”.

Es fácil desestimar su voz, o la de la empresaria Lubna Olayan y otros que estos días han expresado su rechazo a lo sucedido en el foro de inversiones de Riad, como la de un adepto al régimen. Madani no es un crítico al estilo de Khashoggi, pero tampoco es un palmero. Estuvo entre los tres centenares de personas que el año pasado fueron encarceladas en el Ritz. Salió aparentemente limpio, pero no habla de ello.

Los liberales saudíes como Madani (y como el propio Khashoggi), una minoría urbana y occidentalizada, siempre han respaldado a la monarquía. En parte porque el sistema, generosamente engrasado con los cuantiosos ingresos del petróleo, les aseguraba una vida más que confortable a cambio de dejar hacer a la familia real. Pero también porque les daba más miedo la alternativa, un Gobierno de islamistas radicales. De ahí que, al margen de sus críticas a la puesta en práctica, quisieran que triunfaran las reformas promovidas por Mohamed bin Salmán (MBS), actual príncipe heredero y gobernante de facto de Arabia Saudí.

Tanto en ese objetivo como en el temor a los extremistas islámicos, su postura la compartían muchos gobiernos extranjeros, olvidando que era precisamente la tóxica alianza de los Al Saud con el clero wahabí la que alimentaba tal peligro. La sacudida del 11-S, y sobre todo de su versión saudí dos años más tarde, les sacó de esa complacencia y, por un momento, pareció marcar un cambio. Se emprendió un examen colectivo de conciencia a la vez que el futuro rey Abdalá, que entonces aún ejercía de regente por la enfermedad de Fahd, anunciaba reformas.

El Reino del Desierto se abrió a un nivel de debate desconocido hasta entonces, y también a un mayor escrutinio de la prensa internacional. El monarca lanzó varios procesos de diálogo nacional (con las mujeres, con los chiíes, etc.) y convocó unas inusitadas elecciones municipales. Con el tiempo esos gestos prometedores terminaron quedándose en agua de borrajas. Solo uno no ha tenido vuelta de hoja: el programa de becas que ha permitido a varios cientos de miles de saudíes, hombres y mujeres, estudiar en el extranjero y ampliar sus horizontes más allá de la estricta formación religiosa de las universidades saudíes.

Pero si las reformas no empezaron con MBS, la represión tampoco. Fue bajo Abdalá cuando se encarceló a los miembros de la Asociación Saudí por los Derechos Civiles y Políticos, se promulgó la draconiana ley antiterrorista que hoy permite acusar de traición a las activistas pacíficas que pedían el fin del sometimiento legal de la mujer al varón, se condenó a mil latigazos al bloguero Raif Badawi o se inició una política regional más enérgica. La ilusión de reforma había desaparecido ante la amenaza que representaban las revueltas que se conocieron como primavera árabe. El reino puso todo su peso en contrarrestarlas (salvo en Siria, donde esperaba poder avanzar sus intereses).

Como ha explicado Andrew Hammond en The Islamic Utopia (Pluto Press, 2012), los análisis con los que se entretienen los observadores sobre supuestos debates internos en la familia, entre miembros liberales e islamistas o príncipes progresistas y clérigos retrógrados, “son en gran medida una artimaña [de los Al Saud] para distraer la atención sobre el asunto clave que es el enorme y arbitrario poder de una hiperdinastía perseguida por el miedo a perderlo todo”.

Sus súbditos lo saben mejor que nadie, pero muchos temen el precio de un cambio brusco. Tengan más miedo de la represión interna o del islamismo violento, todos han visto en qué han acabado las ansias de libertad de Egipto, Libia o Siria. Ahora hay quien espera que el caso Khashoggi desencadene una sacudida similar a la que provocaron las repercusiones del 11-S. Pero los saudíes se enfrentan a una elección imposible y sienten que Occidente, con sus dobles raseros, no ayuda.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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