Un ataque de Salvini redobla la bronca política entre Italia y Francia a cuenta del colonialismo
París ha convocado a la embajadora de Italia para expresar su malestar después de que los vicepresidentes de este país arremetieran contra Macron por sus políticas migratorias
La relación entre Italia y Francia ha entrado en una fase de grave deterioro. Faltos de aliados en Europa e inmersos en un clima de crecientes conflictos internos, el plan del Movimiento 5 Estrellas (M5S) y la Liga pasa por disparar periódicamente contra París y el presidente Emmanuel Macron. El lunes, el líder de los grillinos acusó directamente a Francia de provocar la llegada de migrantes a Europa por culpa de la política "neocolonialista" en África. El discurso agresivo funciona en las encuestas y la mañana de este martes Matteo Salvini ha insistido en la misma retórica, provocando la llamada de Francia a la embajadora italiana, Teresa Castaldo, para expresarle su malestar.
El conflicto viene de lejos. Desde que la Liga y el M5S formaron Gobierno, Italia se las ha tenido con Francia por el cierre de fronteras, por la mediación en Libia, por empresas como Fincantieri o por la negociación presupuestaria. Pero el día elegido para reabrir la herida entre ambos países no parece casual. Justo en la jornada en que Angela Merkel y Emmanuel Macron firmaban en Aquisgrán un nuevo acuerdo de cooperación franco-alemán, Italia volvió a reivindicar a su manera tener más peso en las decisiones europeas. El problema, sin embargo, es el método utilizado por sus dos líderes políticos, que empieza ya a incomodar a una parte importante del Gobierno.
El primero en abrir fuego fue Di Maio contra. “Si las personas se van de África es porque algunos países europeos, en especial Francia, nunca han dejado de colonizar”, lanzó. Luego remató Salvini. "Francia no tiene ningún interés en estabilizar la situación en Libia porque tiene intereses petrolíferos opuestos a los italianos. Tengo el orgullo de gobernar un pueblo generoso, solidario, acogedor y lecciones de bondad y generosidad no nos las da nadie. Y menos aún el señor Macron".
Francia, que ya lamentó públicamente hace pocos días el apoyo explícito que brindó Di Maio a los chalecos amarillos —llegó a ofrecerles infraestructura tecnológica para constituirse en partido político— en plenas revueltas, mostró su indignación a través del ministerio de Exteriores y del propio comisario para Asuntos Económicos y Financieros, Pierre Moscovici. “Son provocaciones sin ningún sentido e irresponsables. Las lanzan cono fines internos y es mejor no contestar porque siempre les ayuda”, lanzó el representante comunitario, que ya se las ha tenido en los últimos meses con Salvini a cuenta de la negociación presupuestaria.
La nueva polémica confirma también el creciente papel de moderación y de apagafuegos que ha asumido con éxito el primer ministro, Giuseppe Conte. Si algunos sectores del M5S o la Liga esperaban que el Palacio Chigi acompañase la virulenta línea de sus dos vicepresidentes, estaban muy equivocados. Conte, que la semana pasada viajó a Níger y Chad para tratar de cerrar acuerdos que favorezcan la productividad local, lanzó una nota durante el martes en el que se distanciaba de una posible ruptura de relaciones. “Es legítimo interrogarse sobre la eficacia de las políticas globales que estamos siguiendo, ya sea a nivel de la UE o de los estados individuales. Pero esto no quiere decir poner en discusión nuestra histórica amistad con Francia, ni mucho menos con el pueblo francés. La relación permanece fuerte al margen de cualquier discusión”.
Un acercamiento compartido por el presidente de la República, Sergio Mattarella, en contacto permanente con Conte para solucionar este conflicto en el que ambos ven un riesgo elevado de que Italia acabe condenada a una situación de aislamiento internacional. Así lo ve también otro de los hombres moderados del Gobierno, el ministro de Exteriores, Enzo Moavero Milanesi, que tuvo que dar las explicaciones pertinentes a su homólogo francés. Jean-Yves Le Drian, después del Consejo de Asuntos Exteriores en Bruselas.
La cuestión ahora es hasta qué punto el distanciamiento de Conte —tampoco vio con buenos ojos el acercamiento a los chalecos amarillos de Di Maio— forma parte de una asunción real de su papel institucional o de una suerte de teatro en el que a él le toca interpretar a la persona que limpia la sangre de los dos vicepresidentes, convertidos a menudo en matones políticos.
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