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Columna
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Cuaresma de tiniebla

Sin energía eléctrica, sin comida ni hospitales ni dinero ni orden público ni piedad ni tregua, en Venezuela pronto estallará la ira de los particulares

Juan Guaidó al termino de una homilía por la tradición del Miércoles de Ceniza.
Juan Guaidó al termino de una homilía por la tradición del Miércoles de Ceniza.Rayner Peña (EFE)
Ibsen Martínez

Veo en una fotografía al presidente interino Juan Guaidó y su esposa salir de misa, allá en Caracas, el pasado Miércoles de Ceniza, y algo me dice que la ocasión captada no es meramente la del político latinoamericano al uso, bautizado en la Iglesia católica aunque ya no practicante, alguien probablemente agnóstico que se aviene a la convención mediática de asistir a misa con su familia en una ocasión muy señalada para los fieles.

Vine a Bogotá por vez primera hace más de treinta años, durante unos Carnavales que, a diferencia de la cuenca del Caribe, aquí no se celebran. Acostumbrado al catolicismo sincrético y realengo de los venezolanos, me sorprendió la transversal unanimidad clasista de la cruz de ceniza que, en esta ciudad, igual luce en la frente el señorón acomodado que la estudiante que viaja en Transmilenio o el vendedor ambulante. No es costumbre en mi país la cruz de ceniza y la de Guaidó me hizo pensar en un creyente de los de antes, de los hechos a mano y, sin ser yo obispo ni diácono, pero tampoco un descreído, añadió confianza a la que ya tengo en él.

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“Guaidó —me dije— se apresta espiritualmente a atravesar la Cuaresma más presagiosa que hayamos vivido en Venezuela desde las de 1810”. Fue aquella la temporada calurosa que llevó a los cafeinómanos factores de la Sociedad Patriótica caraqueña —casi todos tan jóvenes como Guaidó— a deponer al Capitán General español un Jueves Santo.

Pese a los pasos en falso y las imprevisiones que rodearon los sucesos de la fallida jornada del 23 de febrero pasado, la gira suramericana del interino y su retorno a casa —una inesperada apoteosis—, compensaron con sus buenos auspicios el fiasco de la ayuda humanitaria varada en los puentes fronterizos con Colombia y Brasil. Pero ello fue así solo muy provisionalmente; se diría que fue respiro de pocos segundos.

En el ánimo opositor hervía “el ahora qué hacemos” cuando de muy autorizados despachos de la prensa extrajera emergió el relato de las insuficiencias del plan opositor para las jornadas de Cúcuta y de los chirridos en la relación con los halcones gringos.

Nada de esto, sin embargo, pudo nublar el entusiasmo que han traído consigo los nombramientos que ha hecho y planea hacer Guaidó para los puentes de mando de CITGO, el BID, el Banco Mundial y la Opep. Es imposible justipreciar los que esos nombramientos y la presentación del Plan País han obrado en la moral colectiva al permitirle a los venezolanos prefigurar un futuro no solo justiciero y próspero sino, además, viable. Ante todo ello, la dictadura no acertaba a salir del estupor de haber perdido la iniciativa por vez primera en muchos años.

Repentinamente, una gravísima calamidad pública se ha abatido sobre Venezuela. Sus consecuencias, con ser ya tremendas en términos de vidas humanas y daños irreversibles a la infraestructura propiedad de la nación, habrán de ser incalculablemente catastróficas.

No hay consuelo alguno en pensar que el apagón —a cuya terminación nadie se atreve a ponerle fecha— pueda traer consigo el hundimiento del régimen porque son millones los compatriotas que lo padecen de mil inenarrables maneras, pero es indudable que lo ocurrido sobrepasa la ineptitud y la malignidad de Maduro y los suyos y los expone, como nunca antes, al impredecible desenlace que pueda tener una insurrección cívica general.

La impiedad que han mostrado Maduro y el general Padrino al limitarse a acuartelar al ejército, hurtar el cuerpo a sus responsabilidades, y echar a la calle a los colectivos, en lugar de acometer las tareas de defensa civil y de emergencia nacional que le son inherentes en tiempos catastróficos, delata no solo su ruindad sino cuán poco confían en sus subordinados de uniforme. Ni en su futuro.

Sin energía eléctrica, sin comida ni hospitales ni dinero ni orden público ni piedad ni tregua, pronto estallará la ira de los particulares. ¿Podrá sostenerse la dictadura de Maduro toda una cuaresma de tiniebla? Oremos.

@ibsenmatinez

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