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Los refugiados ‘desaparecen’ de la batalla electoral en Grecia

Pese a la presencia de 80.000 migrantes en el país, los partidos políticos orillan la cuestión en la campaña para las legislativas de este domingo

María Antonia Sánchez-Vallejo
Inmigrantes paquistaníes en Atenas, el 23 de junio.
Inmigrantes paquistaníes en Atenas, el 23 de junio.ALKIS KONSTANTINIDIS (REUTERS)

El sábado pasado una inmigrante armenia que cuidaba a un interno en un hospital de Atenas, murió al tirarse por el balcón para evitar un control de la policía. No tenía papeles, pese a llevar veinte años en Grecia. Al albur de una feroz crisis económica, inmigrantes veteranos y refugiados llegados desde 2015, cuando estalló el mayor éxodo conocido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, sobreviven en un limbo cada vez más opaco para la opinión pública. Incluso la estrella griega de la NBA, Giannis Antetokounmpo, nacido en una familia de inmigrantes nigerianos, manifestaba recientemente su temor a ser deportado en el pasado.

También son invisibles para los partidos políticos, que en la campaña de las elecciones que se celebran este domingo han orillado un asunto inflamable: para la ultraderecha, que lo utiliza como munición ideológica, pero también para la izquierda más militante y social. Las ONG denuncian el estado de abandono en que sobreviven los migrantes en los campamentos de las islas del Egeo, con un notable repunte de las llegadas desde Turquía: en lo que va de año, han alcanzado Grecia por mar 12.863 personas, frente a las 5.431 que entraron por vía terrestre, según datos del 30 de junio de Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados. El 31 de mayo había en las islas 15.800 extranjeros y 63.700 en la Grecia continental (79.500 en total), según Acnur.

La situación es especialmente insostenible en Samos, donde el candidato favorito según los sondeos, el conservador Kyriakos Mitsotakis, hizo campaña el lunes, con una escueta propuesta sobre un asunto que, dijo, será una prioridad para su Gobierno: descongestionar las islas, agilizar los trámites de asilo y devolver a Turquía a los que no lo obtengan. El pacto migratorio UE-Turquía de marzo de 2016, que contempla la devolución de todos cuantos no reciban algún tipo de protección internacional, hace tiempo que es papel mojado, pero sin soluciones al hacinamiento insular. 

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La implementación de este acuerdo por el Gobierno de Syriza ha restado a la formación apoyos entre su base más militante, la de los movimientos sociales, mientras el resto de partidos pasa como sobre ascuas por el tema, desde el movimiento centroizquierdista Kinal, heredero del antiguo Pasok, a los comunistas. “¿Cómo voy a votar a un partido que ha aceptado sin rechistar los planteamientos inhumanos e insolidarios de Bruselas?”, dice el universitario Kostas Kassimis, votante anterior de Syriza. “No me vale que Tsipras diga en los mítines que hay que combatir el fascismo y el racismo, lo que hay que hacer es predicar con el ejemplo, y su Gobierno ha hecho buena la indignidad de la UE”. Por este motivo Kassimis se plantea votar a la izquierda extraparlamentaria, aunque aún duda (el porcentaje de indecisos oscila entre el 6,6% y el 10%).

Por el flanco de la extrema derecha, el cordón sanitario impuesto alrededor del neonazi Aurora Dorada —los Ayuntamientos de Atenas y Salónica le han denegado el uso de espacio público para mítines— ha contribuido a silenciar su tradicional discurso xenófobo, si bien diversos observatorios constatan un aumento de la violencia racista. El partido, cuya cúpula está siendo juzgada desde hace cuatro años por asociación criminal, el asesinato del rapero Pavlos Fysas en 2013 y varios ataques a inmigrantes, tiene un apoyo de entre el 3,2% y el 3,9%: la mitad que en 2015, pero suficiente para sentar a sus esbirros en el Parlamento. Uno de los dos eurodiputados que logró en mayo, Yanis Lagós, encarcelado varios meses por la citada causa, tiene prohibido salir del país por la justicia.

Entre las razones que explican este silencio casi administrativo figura el apagón informativo, que sólo revierten naufragios mortales o episodios de tensión como los que propician bulos sobre la apertura de las fronteras. “En 2015 y 2016 teníamos a diario una media de 10 periodistas a la puerta. Hoy echo en falta no ya análisis de contexto sobre la cuestión, sino simple y llanamente información”, lamenta Nadina Cristopoulou, fundadora y coordinadora de Melissa, una red de mujeres migrantes que echó a andar en 2015. Tras casi un lustro de “victimizar” a los refugiados, en una especie de competición “a ver quién lo pasa peor” guiada por una visión cortoplacista, denuncia la antropóloga, el asunto migratorio es una bomba que ningún partido quiere tocar.

“Y el problema ahora es más agudo que en 2015 porque hay que gestionar la cotidianidad, es decir, los diferentes pasos de la integración, que no son fáciles”, explica sobre los miles de migrantes varados en Grecia desde el cierre de la ruta balcánica y la aplicación del acuerdo con Turquía, forzados a quedarse aunque sigan soñando con Alemania o Suecia. “Es ahora cuando sale a la luz otro nivel de problemas, como la violencia de género, o las necesidades específicas, en términos de independencia o empoderamiento, de las refugiadas. Pero hay cierta hipocresía: los partidos hacen como si no vieran, o no quisieran ver, esta realidad”.

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