Bali se harta de los ‘mochilimosneros’
La isla tropical anuncia que dejará de prestar ayuda a los occidentales que viajen sin dinero
Una persona de clase media cruza el globo para ir a pedir limosna a un país pobre. No es la abnegación sino su opuesto lo que mueve a los begpackers, jóvenes occidentales que viajan por el mundo sin cartera. Su nombre surge de un juego de palabras entre to beg, pedir, y backpackers, mochileros. A los mochilimosneros —una aproximación en español— se les reconoce, más que por la dimensión de sus bultos, por carteles escritos a mano con los que buscan aprovecharse de la generosidad del país que les hospeda: “Estoy viajando sin dinero, por favor apoya mi viaje”. En Bali, meca del turismo asiático, ya han tenido suficiente.
El Gobierno local ha anunciado en un comunicado oficial que dejará de prestar asistencia a todos aquellos visitantes sin medios financieros para continuar su estancia. “A los turistas extranjeros que se queden sin dinero o que pretendan hacerse pasar por mendigos los llevaremos a sus respectivas embajadas”, advirtió Setyo Budiwardoyo, trabajador de la Oficina de Inmigración de Ngurah Rai, población al sur de la isla. A pesar de ello, los infractores no enfrentarán cargos legales y solo serán deportados si están involucrados en actividades criminales.
En declaraciones al medio indonesio Detkik, el portavoz apuntaba que se han “visto muchos casos de turistas problemáticos, la mayoría últimamente australianos, británicos o rusos”. Hasta ahora las autoridades cubrían las necesidades básicas de todos aquellos viajeros que se encontraban en un aprieto, proporcionándoles comida y alojamiento, pero ante el abuso han optado por abandonar esta política.
Para muchos, la idea de visitar un país sabiendo que no se tiene el dinero para abandonarlo puede resultar inimaginable. Lograrlo recurriendo a la solidaridad de gente más necesitada, una inmoralidad: el salario medio anual en los países de la OCDE —27.172 euros— es casi diez veces superior al de Indonesia —3.146 euros—. No así para los mochilimosneros, cuyas cicateras artes para cosechar dádivas han sido reunidas en una página de Facebook para escarnio público.
Aquellos propensos al mercantilismo ponen a la venta fotografías o abrazos, mientras que otros optan por espectáculos menos ortodoxos. En febrero de este año, una pareja rusa fue arrestada en Bukit Bintang, Malasia, después de que él fuera grabado intentado ganarse un donativo realizando peligrosos malabarismos con un bebé de seis meses.
El mochilimosnerismo encuentra especial arraigo en el sudeste asiático, foco internacional para recorridos de bajo presupuesto, y sus adeptos se han convertido en parte del paisaje urbano de grandes ciudades como Bangkok, Kuala Lumpur y hasta Hong Kong. Por este motivo, varios países ya han empezado a actuar para frenarlo. En los controles de inmigración de Tailandia, por ejemplo, algunos visitantes han tenido que demostrar que poseen al menos 20.000 bahts —unos 574 euros— para costear su estancia.
Bali, uno de los destinos tropicales más frecuentados del mundo, busca con esta medida evitar visitas indeseables a un lugar que vive para el turismo, actividad que representa casi el 80% de su economía. Según los últimos datos publicados por el Gobierno, la isla —de superifice similar a La Rioja— recibió 5,7 millones de viajeros en 2017. Las estimaciones apuntan que en 2018 se superó la barrera de los seis millones. “Hay muchos más extranjeros que lugareños en las calles, las playas, los restaurantes… Todo está pensado para ellos”, señala Blanca Piriz, estudiante española residente en Uluwato, una de las poblaciones más populares entre los aficionados al surf.
Este potente sector ha tenido una influencia muy positiva en el nivel de vida de la población gracias al aumento de ingresos y las oportunidades de empleo, pero también plantea retos que amenazan el futuro de Bali. Uno de ellos son los residuos generados por todos estos visitantes: 3.800 toneladas de basura, un tercio de las cuales no es procesado y va a parar a playas y ríos. Para moderar el impacto medioambiental, desde este año está prohibido el uso de plásticos de un solo uso como pajitas, bolsas de plástico y porespán para embalar. También se ha empezado a cobrar a todos los turistas un impuesto ecológico de nueve euros cuando abandonan la isla. Es posible que esto desaliente a los mochilimosneros: la frivolidad de la abundancia puede hacer olvidar que la única manera de viajar sin dinero es empleando el de los demás.
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