Estos son los muchachos que revientan las protestas en Beirut
La capital libanesa vive su tercera noche consecutiva de violencia tras 60 días de manifestaciones
“¡Refuerzos, refuerzos, llegan los chicos de Al Janda!”, grita un antidisturbios libanés en su walkie talkie en el centro de Beirut. A pocos centenares de metros avanzan 200 jóvenes en dirección a la céntrica Plaza de los Mártires donde los manifestantes plantaron tiendas de campaña dos meses atrás. Este escenario se repite por tercera noche consecutiva en pleno corazón de la capital libanesa. El pasado domingo una multitudinaria manifestación a la que se sumaron miles de personas tornó en batalla campal con lanzamiento de gases lacrimógenos por las fuerzas de seguridad. Se cuentan más de 200 heridos entre manifestantes y fuerzas del orden en la jornada más violenta desde que el pasado 17 de octubre comenzaran las protestas para exigir la caída en bloque de la élite político-confesional y un Gobierno tecnócrata que lo releve. Transcurridas seis semanas desde que dimitiera el primer ministro, Saad Hariri, los partidos anclados en el poder se acusan mutuamente del impasse político para formar un nuevo Gobierno mientras sus partidarios se enzarzan en reyertas callejeras de corte confesional.
“No es justo que nos estigmaticen como analfabetos y drogadictos”, protesta Tarek, electricista de 42 años en un café en el popular barrio de Al Janda al Gamik. Solo los alrededor de 5.000 vecinos de Al Janda se adentran en este puñado de calles que el resto de ciudadanos evitan. La mayoría llegaron desde el sur a finales de los años setenta huyendo de la guerra civil para habitar en lo que antaño fuera un barrio chic y céntrico de Beirut. En el local en el que se encuentra Tarek se dan cita los muchachos afiliados al partido chií Amal, que lidera Nabih Berri y portavoz del Parlamento desde 1992. Sus banderas son omnipresentes y comparten muro con los pósteres de jóvenes mártires caídos luchando contra el Ejército israelí en los ochenta o en 2006, o en Siria junto a las tropas de Bachar el Asad desde 2011.Tarek cuenta hasta 14 varones que ha “entregado” su familia.
A fumar pipas de agua acuden también jóvenes simpatizantes del partido-milicia Hezbolá con quien comparten diputados en el bloque político mayoritario del que forman parte de un Gobierno, hoy en funciones. En Al Janda, y en plena crisis económica, pagan menos de dos euros por cada pipa. En el centro de la ciudad, a 200 metros de distancia cruzando la carretera, son ocho euros.
Entrando en el tercer mes de protestas, los manifestantes habían logrado mantener el carácter pacífico de las movilizaciones y neutralizar a los provocadores. Solo los chicos de Al Janda, como se les ha bautizado peyorativamente en las redes sociales, han logrado en varias ocasiones acceder al centro, prender fuego a las carpas y agredir a algún manifestante y periodista. No conciben como "revolución" sesiones conjuntas de meditación o de cine en un edificio derruido. En el café, todos los jóvenes aseguran que los primeros días de protestas “fueron puros”, pero luego entraron en juego “intereses extranjeros, sionistas y estadounidenses”. La orden de abandonar las calles llegó del propio líder de Hezbolá, el jeque Hasán Nasralá, quien instó a sus seguidores a retirarse de las movilizaciones “para evitar instrumentalizaciones políticas”.
En el mismo barrio y a escasos metros de distancia, Husein, de 45 años, regenta otro local muy diferente. En lugar de banderas de Amal alberga pósteres del Che Guevara, de Ghandi o de cantantes símbolo del panarabismo. Husein degusta una cerveza local junto con varios vecinos que se definen como comunistas y hablan sin tapujos. “Yo voy a las manifestaciones porque todos nuestros políticos son ladrones y eso que mi hermano es de Amal”, interviene uno. El debate se alarga entre gentes del barrio donde parece no haber problema para la discrepancia o los adjetivos.
Sin embargo, en la Plaza de los Mártires los manifestantes los califican de “mercenarios a sueldo de sus partidos”. “No estamos a sueldo de nadie”, se defiende al otro lado de la carretera el veinteañero Ahmed, otro habitual del café. “¿Mire a su alrededor, le parece que aquí alguien reciba ayudas del partido?”, comenta molesto. Habla sumido en la oscuridad de un edificio en el que hace más de cuatro horas que se fue la electricidad, asolado por la humedad y el frío. En esta barriada, las lluvias han desconchado la fachada de varios inmuebles y alguno amenaza con caerse. La mayoría de los jóvenes están desempleados y con un colapso financiero en ciernes, los vecinos temen ya no la pobreza —que afecta a casi un tercio de los 4,5 millones de libaneses—, sino a la hambruna. Culpan del deterioro económico a las protestas.
En la madrugada del martes, un pequeño ejército de docenas de estos muchachos con el rostro cubierto por pasamontañas y pañuelos cruzaron de nuevo la carretera para enzarzarse durante horas en un vaivén de piedras y gases lacrimógenos con las fuerzas de seguridad. Algunos de los botes de gas fueron a dar contra el edificio que alberga el centro cultural español Cervantes de Beirut. Ya de madrugada, ni siquiera el jeque de la mezquita de Al Janda, que llamó desde los altavoces del minarete a los jóvenes a retirarse de las calles, logró apaciguarlos. El día anterior, los chicos de Al Janda llegaron por primera vez tarde a la reyerta cuando miles de personas se congregaron cerca del hemiciclo para protestar contra unas consultas parlamentarias donde temen la nominación de Hariri para reocupar el cargo de primer ministro libanés.
Cientos de personas se desplazaron ese día a la capital libanesa siendo los más numerosos los llegados de la norteña Trípoli, segunda mayor urbe del país y feudo de la comunidad suní. Con aplausos y un “Bienvenidos, tripolitanos”, fueron recibidos por la muchedumbre beirutí. No sabían aún que entre los recién llegados se camuflaron varios grupos de jóvenes enmascarados cargados con bombas de sonido y material pirotécnico. Los antidisturbios cargaron con porras, chorros de agua y gases lacrimógenos en una batalla campal que se libró entre escaparates de Hermes y Gucci.
El momento más álgido se vivió la madrugada del lunes, cuando varias decenas de militares se convirtieron en la magra barrera de separación entre cientos de jóvenes armados con piedras y barras de metal. Al norte, los jóvenes chiíes de Al Janda. Al sur, jóvenes suníes llegados de Trípoli. Ninguno de ellos puede pagar una manzanilla en el barrio donde arrancaban los adoquines. El Ejército libanés logró evitar el temido encontronazo físico, pero no así la narrativa sectaria que ha intoxicado unas protestas lideradas precisamente por una misma generación de veinteañeros. Carne de cañón para el paro, los manifestantes intentan deshacerse del corsé confesional heredado de una élite surgida a finales de una guerra civil (1975-1990) que nunca vivieron.
La juventud libanesa se moviliza en WhatsApp
Fue precisamente el anuncio de una tasa de 18 céntimos de euros diaria por llamadas de WhatApp la que lanzó el pasado 17 de octubre a miles de libaneses a protestar en las calles contra la corrupción gubernamental. Paradójicamente, ha sido vía grupos de WhatsApp donde los jóvenes manifestantes han convocado las movilizaciones y sus detractores -jóvenes seguidores de partidos sectarios- se han organizado para reventarlas. "¡Número 32!, ¡número 45!", gritaba este domingo en pleno centro de Beirut y en plena manifestación el cabecilla de un grupo de chavales enmascarados llegados de Trípoli, al norte del país. De esta forma reagrupó a los suyos evitando dar nombres que pudieran ser identificados por policías vestidos de civil, también infiltrados entre la muchedumbre y en los grupos de WhatsApp. Igualmente, los jóvenes del barrio de Al Janda —feudo del partido Amal— comparten en los grupos de WhatsApp aquellos videos en los que algún manifestante insulta a sus líderes, a fin de movilizar a sus seguidores y reventar alguna protesta.
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