La pandemia del coronavirus pone en jaque a los 100 millones de egipcios
Con una red sanitaria en la cuerda floja y uno de cada tres habitantes bajo el umbral de pobreza, la enfermedad representa un reto mayúsculo para el Gobierno de Al Sisi
Con el complejo de las pirámides de Giza cerrado para ser desinfectado por primera vez en milenios y el bullicioso El Cairo, la ciudad de más de 20 millones de habitantes que nunca duerme, desolado tras el ocaso, Egipto parece estar aguantando la respiración ante la amenaza del coronavirus. La pandemia ha puesto en jaque a un país de más de 100 millones de habitantes concentrados en menos del 5% de su territorio, con una red sanitaria precaria y una elevada tasa de pobreza. La Covid-19 representa un desafío titánico para el Gobierno del presidente Abdelfatá al Sisi: evitar a toda costa el colapso sanitario y al mismo tiempo salvaguardar una frágil economía, que no puede echar el cierre durante mucho tiempo sin ahogar a amplios sectores de la sociedad y al Estado.
El primer caso de coronavirus fue registrado en Egipto a mediados de febrero, pero las autoridades locales evitaron seguir los pasos de otros países de la región y no empezaron a adoptar medidas como la cancelación de clases y eventos culturales y deportivos hasta un mes más tarde. Una pasividad que, sumada a los diversos casos de turistas que dieron positivo tras haber visitado Egipto y a la información oficial puesta en duda por otros países, generó inicialmente escepticismo dentro y fuera de sus fronteras.
Hasta el martes, Egipto había registrado 710 casos repartidos por casi todo el país, 157 de los cuales se han recuperado, y 46 fallecidos, según datos ofrecidos por el Ministerio de Sanidad, que hasta el 27 de marzo había realizado más de 20.000 pruebas de detección.
Las limitaciones estructurales del sistema sanitario público egipcio, cuyas precarias condiciones laborales derivan en una hemorragia de profesionales hacia el sector privado y el extranjero, ha quedado aún más al descubierto a medida que los casos de coronavirus aumentaban. Egipto cuenta solo con 1,6 camas de hospital por cada 1.000 habitantes según datos de 2014, y el Sindicato de Doctores mencionó en una carta enviada al Ministerio a mediados de marzo la falta de equipos de protección, que se suman a la falta de formación.
Por el momento, el Gobierno ha ido adoptando una progresiva batería de medidas que han ido deteniendo o moderando también la actividad económica, judicial y política en el país, con el fin de frenar la propagación del coronavirus, y minimizando tanto como se pueda su impacto en el día a día de la población, sobre todo el económico. La semana pasada se decretó además un toque de queda entre las siete de la tarde y las seis de la mañana.
La nueva situación en la que se ha adentrado Egipto amenaza con poner especialmente contra las cuerdas a sus clases populares, especialmente en el caso de agravarse o dilatarse en el tiempo. Según los últimos datos oficiales, un tercio de los egipcios vive por debajo del umbral de la pobreza y casi la mitad de sus trabajadores no tienen contrato o dependen de su gigantesca economía informal.
“En Egipto tienes un nivel muy alto de precariedad [en el mundo laboral], por lo que un confinamiento total sería un gran desafío, ya que [estos sectores] simplemente no tendrían ningún ingreso en tan solo un par de días”, expone el economista Amro Adly, profesor en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Americana de El Cairo.
Medidas de emergencia
A pesar de ello, el paquete de medidas sociales de emergencia anunciado hasta la fecha por el Gobierno de Al Sisi, como el pago único de 500 libras (29 euros) a los trabajadores del sector informal que lo soliciten, solo ha llegado a una parte irrisoria del colectivo –en torno a un millón–, y la congelación de los pagos de servicios como la electricidad habría sido rechazada por el Ejecutivo, según la prensa local.
Con quien el régimen egipcio sí que ha tomado medidas más ambiciosas ha sido con los inversores y la industria, incluyendo subvenciones a la energía y la suspensión de algunos impuestos. El Banco Central de Egipto, por su parte, tomó la inusual decisión de recortar los tipos de interés un 3% –lo que los deja en la tasa más baja desde principios de 2016, antes de que Egipto empezara un programa de reformas de tres años con el Fondo Monetario Internacional (FMI)– e inyectó unos mil millones de euros de liquidez en el mercado de valores.
Pero para un Estado rentista como el egipcio, el cierre parcial del país también amenaza con vaciar las arcas públicas si la crisis se prolonga. En este sentido, Egipto es fuertemente dependiente del turismo, así como de los ingresos generados por el Canal de Suez, las exportaciones de gas, las remesas de emigrantes en el extranjero y la cooperación exterior. Una combinación que aparece muy frágil en el contexto actual.
“Esta es la primera crisis que ocurre al mismo tiempo en todas partes, lo que significa que la capacidad de que otros te ayuden es limitada”, concluye Adly.
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