La guerra de nervios entre Irán y EE UU mantiene en jaque a Irak
Un año después del asesinato del general iraní Soleimani, la tensión entre los dos enemigos se traslada a la política iraquí
Irak ha concluido 2020 como lo empezó: con Irán y Estados Unidos librando una guerra de nervios sobre su suelo. Al cumplirse un año desde que la gran potencia asesinara al general iraní Qasem Soleimani en Bagdad, solo la convicción de que Donald Trump espera un incidente para atacar Irán antes de abandonar la Casa Blanca parece estar frenando el enfrentamiento directo. Ante la contención de Teherán, la tensión se ha trasladado a la lucha de poder iraquí, entre las fuerzas que aún claman venganza y el Gobierno, que intenta poner bajo su control a todos los grupos armados.
“Irak se halla en una encrucijada”, dijo el primer ministro Mustafa al Kadhimi durante la reunión del Ejecutivo el pasado lunes. Sus palabras resumían la presión de organizar elecciones para el próximo junio y la grave crisis económica que ha obligado a devaluar el dinar, pero también el temor a un nuevo pulso de dos países clave para Irak en su propio territorio.
Los días previos a este 3 de enero, aniversario del asesinato de Soleimani y de su hombre de confianza en Irak y destacado líder miliciano, Abu Mahdi al Mohandes, las milicias proiraníes han renovado las promesas de vengar la muerte de ambos. Para ellos, el bombardeo por Teherán de una base que albergaba a soldados estadounidenses tras el asesinato se quedó corto: quieren la salida de todas las tropas norteamericanas, por las buenas o por las malas. Sin embargo, la revelación en noviembre de que Trump había sondeado a sus asesores sobre un posible ataque a Irán parece haber convencido a los responsables iraníes de limitarse a la retórica y evitar provocaciones. Menos claro está su control sobre las milicias que patrocina.
“Si pasa algo, va a pasar aquí”, admite un diplomático europeo que se ha quedado de guardia en Bagdad durante las fiestas. “Han aumentado los ataques con artefactos explosivos a convoyes [de la coalición internacional contra el grupo terrorista Estado Islámico]; todos los días hay un par de ellos. Pero lo preocupante ha sido la agresión a la Embajada de Estados Unidos, algo mucho más complejo”, señala.
En contra del acuerdo tácito entre Bagdad y Teherán de que las milicias dejaran de hostigar a EE UU para facilitar la retirada ordenada de sus 3.000 soldados, la sede diplomática sufrió un bombardeo de cohetes Katyusha el pasado 22 de diciembre. Ocho de los 21 proyectiles lanzados alcanzaron el recinto, en la ultra protegida Zona Verde de Bagdad, aunque solo causaron desperfectos materiales. El ataque, el más grave de la última década, según el general jefe del Mando Central estadounidense, hizo temer que Washington cumpliera sus amenazas de cerrar la representación, como paso previo a una eventual respuesta militar.
Ante ese riesgo, el Ministerio del Interior iraquí se apresuró a buscar a los autores. Resultaron ser miembros de Asaib Ahl al Haq (literalmente Liga de los Justos, AAH), una milicia que se ha responsabilizado de varios miles de ataques contra las fuerzas de la coalición y que EE UU considera terrorista. La filtración de imágenes de un detenido desató una oleada de apoyos de varios grupos de la resistencia que amenazaban con asaltar la Zona Verde, donde se concentran ministerios y embajadas. La posibilidad de que se repitiera el pulso del pasado junio entre las fuerzas de seguridad y las milicias, llevó a Al Kadhimi a desplegar las unidades antiterroristas en la capital y encargar a su consejero de Seguridad Nacional que mediara con AAH.
La rápida actuación contribuyó a evitar la escalada. Pero tanto más ha influido el mensaje de Teherán a las milicias de que los ataques con cohetes benefician a EE UU. “La región es hoy una olla de agua hirviendo y existe la posibilidad de una guerra total, lo que exige moderación para no dar excusas al enemigo”, tuiteó Abu Ali al Askari, un responsable de Kataeb Hezbolá (KH), la milicia del asesinado Al Mohandes y que Washington también considera terrorista. Aun así, el mismo portavoz instó al primer ministro a “no poner a prueba la paciencia de la resistencia” porque, aseguró, “esta vez ni los servicios secretos de Irán ni la CIA” le protegerán.
Con su mensaje, Al Askari dejaba claro no solo la vinculación directa de las milicias con la Guardia Revolucionaria iraní (no con el Gobierno de Teherán, cuyos servicios secretos aseguran que no podrán proteger a Al Kadhimi), sino también que su contención es mera táctica. Sus palabras subrayan la importante brecha entre las “fuerzas de la resistencia” (las milicias proiraníes) y el Gobierno, al que tachan de “traidor”. KH ha acusado al primer ministro de colaborar con EE UU en el asesinato de su líder y de Soleimani (en aquel momento, Al Kadhimi era el jefe de los servicios secretos iraquíes).
Siempre atento a explotar la situación en su favor, Múqtada al Sadr, el clérigo populista chií con ambiciones de hombre de Estado, se ha presentado como la vía intermedia. En un mensaje difundido el día de Navidad, el líder de Sairun, la alianza de Revolucionarios por la Reforma, que consiguió el mayor número de diputados en las últimas elecciones, defendía que la salida de las tropas estadounidenses de Irak debe negociarse, y no forzarse como pretenden los grupos de la resistencia. Al Sadr, que a pesar de sus relaciones con Irán es sobre todo un nacionalista, tiene sin duda la vista puesta en las próximas elecciones.
Antes de llegar a esa cita, Irak espera ansioso que la tensión entre Irán y Estados Unidos no estalle antes de la salida de Trump. El deseo de su Gobierno, y de la mayoría de los iraquíes, es que la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca rebaje la animosidad y permita que Bagdad se concentre en sus graves problemas internos, agravados además por la pandemia. De hecho, a pesar de las anunciadas restricciones de movilidad, se han reanudado las protestas ciudadanas ante la decisión del Banco Central de devaluar el dinar.
Proteger la Zona Verde
Estados Unidos ha entregado 30 vehículos blindados al Ejército iraquí “para ayudar a proteger la Zona Verde, en el corazón de Bagdad”, según informaba el pasado miércoles la Embajada en su página web. Ese perímetro alberga no solo numerosas embajadas, incluida la estadounidense, sino también la mayoría de los ministerios y organismos iraquíes. A pesar de su fama segura, es objetivo habitual de las milicias proiraníes. De ahí que la medida, aunque parte de un programa de cooperación más amplio, se interprete como una advertencia realizada en vísperas del aniversario del asesinato de Soleimani.
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