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Un infierno de ida y vuelta entre Grecia y Turquía

Los dos países vecinos generalizan las devoluciones irregulares de refugiados por el río Evros

Niños migrantes observan Grecia desde la orilla turca del río Evros, frontera natural entre ambos países, en marzo de 2020.
Niños migrantes observan Grecia desde la orilla turca del río Evros, frontera natural entre ambos países, en marzo de 2020.MARKO DJURICA (Reuters)
Andrés Mourenza

Aún hay días en que Abdel se despierta sudoroso y, ante el espejo de su baño, se palpa el cuerpo para comprobar que sigue vivo. Lo está. Pero no ha logrado desprenderse de ese miedo denso y atroz a la muerte. Le impide mirar a la gente, dice. Porque mirar a la gente le asusta. A veces, durante la entrevista, al recordar un momento doloroso, se tapa los ojos y llora quedamente.

El pasado 24 de agosto, a punta de pistola, fue obligado a introducirse en el río Evros, que separa Turquía y Grecia a lo largo de su frontera terrestre, y avanzar hacia la otra orilla. Aunque a finales de verano el Evros no es tan caudaloso como suele ser en otros meses, sigue siendo un río peligroso y lleno de corrientes. Y, además, Abdel no sabe nadar.

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Recuerda cómo el agua fue cubriéndole y, al dejar de hacer pie, sintió que se hundía. Recitó la profesión de fe musulmana -”No hay más divinidad que Dios y Mahoma es su profeta”-, y se despidió del mundo y de cuanto conocía. Perdió el conocimiento.

Abdel, que pide ocultar su verdadero nombre, es un sirio de la provincia de Deir Ezzor, en la desértica frontera oriental de su país con Irak. Hace cinco años, cuando se hallaba en el último curso del instituto, abandonó su casa junto a su hermano, huyendo de la guerra y del Estado Islámico, y se refugió en Turquía. Su sueño es estudiar enfermería. Pero en Turquía las jornadas en los talleres textiles que emplean a refugiados son extenuantes. “Si trabajas no tienes tiempo de estudiar”, explica. Y, sin trabajo, le es imposible mantenerse en Estambul. Así que decidió marcharse “a Europa”, un concepto que, así, en genérico, expresa en los migrantes el deseo de hallar un territorio donde poder llevar una vida mínimamente normal, en paz y con cierta dignidad.

El 23 de agosto, tras pagar 1.000 euros a un traficante, fue llevado con otras decenas de personas al borde del Evros. Pasada la medianoche, cruzaron a Grecia en botes hinchables. Dos o tres horas después, fueron descubiertos por una patrulla griega y detenidos. A la mañana siguiente, sin registrar las detenciones, los griegos los pusieron de nuevo en los botes y los devolvieron en secreto a Turquía. Hasta aquí, todo normal: normal dentro de la ilegalidad. “Una cosa es impedir que alguien cruce la frontera ilegalmente cuando está en el otro lado, y otra es devolver a la persona que ya ha cruzado. Una vez alcanzado el territorio del país en cuestión, ya está bajo la ley de ese territorio. Las normas griegas, europeas e internacionales exigen que esa persona sea oficialmente arrestada y se le aplique la ley: recepción e identificación, procedimiento de deportación y revisión de su solicitud de asilo si la hiciera”, explica Dimitris Koros, abogado del Consejo Griego para los Refugiados.

Sin embargo, las fuerzas de seguridad griegas llevan años devolviendo irregularmente a Turquía a miles de migrantes, algunos incluso con los papeles en regla, que son secuestrados en el interior del país y llevados hasta el río fronterizo.

“Las alegaciones de que se está violando el principio de no devolución no concuerdan con la realidad y, de hecho, minan el trabajo de la policía helena y de Frontex en el Evros [cuerpo fronterizo europeo]. La policía helena sigue un marco disciplinario muy estricto e investiga cualquier información sobre cualquier presunto incidente”, afirma la teniente Anna Anniela Efthymiou, portavoz policial, en una respuesta enviada por correo electrónico. Es la respuesta estándar del Gobierno de Grecia, que niega por activa y por pasiva la existencia de devoluciones ilegales, aunque las pruebas en su contra se acumulan.

Una zona donde no rige el acuerdo migratorio europeo

Estas prácticas se han multiplicado desde que, en febrero de 2020, Ankara decidió unilateralmente dejar de aceptar la devolución de inmigrantes irregulares que cruzasen a través del mar Egeo y no tuviesen derecho al estatus de refugiado, algo a lo que se había comprometido en el acuerdo firmado con la Unión Europea en marzo de 2016. En 2020, según cifras ofrecidas por las autoridades turcas, Grecia transportó de manera ilegal a 8.913 personas en la frontera marina, en algunos casos simplemente empujando las pateras, en otros dejando a los migrantes a la deriva en una especie de colchonetas inflables. En lo que va de año, son 7.500 los que ha devuelto de esa forma, más de la mitad de ellos afganos, somalíes y sirios.

En la frontera del río Evros la situación está aún más descontrolada porque ahí no rige el acuerdo europeo, sino uno bilateral que lleva años congelado. Así que las devoluciones o push back son el pan nuestro de cada día. Y también han aumentado en los dos últimos años: si en 2018 Acnur contó 300 casos de personas que fueron retornadas ilegalmente por fuerzas de seguridad griegas a través del Evros, la red Border Violence Monitoring Network, de la que forman parte una docena de ONG de distintos países, ha documentado la devolución de más de 4.500 en 2020 y de más de 3.000 en los primeros siete meses de 2021.

Pero, para Abdel, la devolución entraba dentro de lo previsto. Era la tercera vez que intentaba cruzar a Grecia por esta ruta. Lo imprevisto fue lo que sucedió después. “Otras veces, cuando los griegos nos devolvían, los soldados turcos nos traían comida y mantas, nos trataban bien”, relata. Esta vez, apareció un camión militar y los militares les ordenaron montar. Les dijeron: “Os vamos a llevar a un puesto de control y luego desde allí haced lo queráis, si queréis podéis volver a Estambul, o intentar cruzar de nuevo”. Pero entonces apareció otro vehículo con un comandante militar.

“Salid del vehículo”, dice Abdel que les ordenó. Separó a las mujeres y a los niños del grupo y les ordenó marcharse. Al resto les inquirió: “¿Así que nuestros soldados están muriendo en Siria y vosotros queréis ir a Europa?”. Una frase que los sirios escuchan mucho en Turquía, cada vez más, como si la orden de intervenir en Siria la hubieran dado los refugiados y no los que gobiernan en Ankara.

El comandante turco se fijó en uno de los migrantes, tunecino, y lo lanzó al agua. Luego, por grupos de cinco y bajo la amenaza de su pistola, obligó al resto a introducirse en el río y nadar al otro lado, afirma Abdel y corroboran un integrante de la asociación de derechos humanos turca Mazlumder, que ha recogido el testimonio de media docena de víctimas de este incidente, y el abogado Ahmet Baran Çelik, que ha presentado una acusación ante la fiscalía de Edirne, ciudad en el noroeste de Turquía, en nombre de cuatro sirios afectados. La Delegación del Gobierno en la provincia de Edirne, donde se produjeron los hechos, emitió un comunicado negando que se hubiera producido un incidente así, aunque posteriormente se ha puesto a disposición de la investigación.

“Le rogué a un soldado: ‘Por favor, no me eches al río, no sé nadar’, pero me respondió: ‘No puedo hacer nada, es el comandante quien da las órdenes”, relata Abdel. Varios soldados pidieron al comandante que no continuase, que los refugiados también son personas, que iban a ahogarse. “Pues que se ahoguen”, dice Abdel que respondió el comandante.

En el río, al desvanecerse pensando que moría, un palestino y dos afganos agarraron a Abdel y, entre los tres, lo arrastraron a la otra orilla. Eso sí, una vez en Grecia, volvieron a ser localizados por las fuerzas de seguridad, que los despojaron de ropa y pertenencias y, por la noche, los devolvieron en barcas a la orilla turca. En calzoncillos y asustados por la posibilidad de ser hallados de nuevo por el comandante turco que los había amenazado horas antes, Abdel y sus compañeros echaron a correr por los campos de la zona hasta hallar el primer pueblo, donde, con ayuda de los vecinos, contrataron un vehículo para volver a Estambul, una carrera que tuvieron que pagar los parientes de Abdel al llegar a la gran ciudad, pues los griegos se habían quedado con todo su dinero.

“Desde el pasado verano vemos que se está incrementando este ping-pong de refugiados, en que la gente es devuelta tres o cuatro veces a cada lado. Incluso hemos sufrido un incidente en que la gendarmería turca vino a un hostal del centro de Edirne, donde estábamos tratando las heridas de refugiados que habían sido devueltos por Grecia, y se los llevó de nuevo al río para obligarlos a pasar”, explica Natalie Gruber, portavoz de la organización de solidaridad Josoor, que denuncia lo peligroso de esta táctica: “Tras un push back la gente está en muy malas condiciones, casi desnudos, han sido golpeados, están heridos, a veces han pasado varios días atrapados en las islas del río, sin agua ni comida”.

En medio del pánico y los chapoteos en el río, desaparecieron al menos dos refugiados sirios, no se sabe si porque lograron escapar o porque fenecieron intentándolo, explica el abogado Çelik, que ha cursado una petición de búsqueda a los oficiales de coordinación fronteriza turcos, griegos y búlgaros. El forense del hospital de Alexandrópolis, donde se reciben los cadáveres de los ahogados que recalan en la parte griega del río, asegura que no ha llegado ninguno en las últimas dos semanas, aunque en el Evros suelen quedar atrapados entre el ramaje y las raíces de la orilla y en muchas ocasiones no se descubren hasta pasadas semanas.

Abandonados en los islotes

Donde sí han recibido un cadáver de un refugiado sirio es en la morgue de Edirne, aunque se debe a otro incidente. Ha sido identificado por sus conocidos como Alaa Albakri y fue hallado por las fuerzas de seguridad turcas el pasado 3 de septiembre en uno de los muchos islotes que pueblan el Evros, tras la denuncia de un activista sirio. Según los datos recabados por este activista -que prefiere permanecer en el anonimato- y por Josoor, Albakri cruzó a Grecia la penúltima semana de agosto aunque se sentía algo indispuesto, con síntomas de catarro o quizás covid: tos, fiebre, debilidad.

Tras varios días escondido en los pequeños bosques que se levantan en la orilla helena tratando de burlar a las fuerzas de seguridad, dijo a sus compañeros que continuasen sin él, que se entregaría para recibir ayuda médica (sus compañeros publicaron varias fotografías en grupos de Facebook donde los migrantes buscan consejo y ayuda). La policía griega, en cambio, lo detuvo y, junto a un paquistaní, los deportaron al mencionado islote, donde permanecieron cinco días sin comida y sin otra agua que la turbia del río. Allí lo encontró moribundo otro grupo mayor de migrantes también deportados al islote que, como habían logrado ocultar un teléfono móvil, pudieron dar la voz de alarma, aunque fue demasiado tarde para Albakri, que murió allí.

Gruber asegura que la táctica de abandonar a los refugiados y migrantes en medio de los islotes del Evros se ha convertido en “sistemática”. Por ejemplo, en la primera semana de septiembre, su organización documentó cuatro casos. “Y ya no son diez o doce personas, como antes, sino grupos de hasta 100 personas de una sola vez”, añade. A los griegos les es más fácil así porque evita encontronazos directos con las fuerzas turcas -que en muchos casos presionan a los migrantes para que vuelvan a Grecia-, pero a los afectados se les deja sin agua ni comida y en ocasiones pasan días hasta que son rescatados.

La impunidad con la que se conducen estas prácticas se debe a la ausencia de investigaciones, pese a las denuncias de organizaciones de derechos humanos -corroboradas por investigaciones como las del grupo Forensic Architecture, de la Universidad de Londres- y a las exigencias hechas por instituciones como Acnur o el Consejo de Europa. “La esencia de los push back es que no quede ningún rastro de ellos. Estos movimientos de gente, las detenciones, las devoluciones, no son registradas de ninguna forma”, explica , explica Phevos Simeonidis, investigador del colectivo griego Disinfaux. Por eso, las fuerzas de seguridad griegas alojan muchas veces a los migrantes detenidos en instalaciones abandonadas o en dependencias extraoficiales y, por ello también, se les sustraen los teléfonos móviles: “Para borrar toda prueba de malos tratos y, además, toda evidencia de que llegaron a Grecia o fueron devueltos a Turquía”.

Todos los entrevistados coinciden en que la violencia usada en los push back en esta frontera de la Unión Europea se ha incrementado: las palizas que les propinan las fuerzas de seguridad griegas son cada vez más duras (“nuestra gente en Edirne ha tenido que llevar cada vez a más refugiados al hospital: vienen con huesos rotos, escupiendo sangre...”, dice Gruber); también las amenazas y el uso de armas de fuego desde el lado turco para forzarles a cruzar o evitar que regresen (el pasado día 2, la policía griega denunció que un sirio que cruzaba en un bote recibió un disparo en un muslo desde el lado turco, tras lo cual tuvo que ser hospitalizado); y en Bulgaria, cuya frontera se une a las dos anteriores unos kilómetros al norte de Edirne, se utiliza a perros de presa para perseguir a los migrantes y forzarlos a volver a Turquía o incluso redirigirlos hacia territorio griego.

“Es un modo de disuasión. Si alguien es sometido a grandes niveles de violencia, quizás no vuelva a intentar cruzar. Además, el dogma del Gobierno de Nueva Democracia [el partido conservador que gobierna Grecia desde 2019] es que nadie cruza la frontera. También es una forma de satisfacer a los elementos más radicales y de extrema derecha de la sociedad”, opina Simeonidis.

Según Koros, “los push back se han convertido en el principal instrumento de la política migratoria del Gobierno griego”, por mucho que niegue su existencia. Y de ahí la reacción turca, copiando a sus vecinos y convirtiendo así a los refugiados en pelotas de ping-pong a merced de las rencillas entre ambos países.

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