La base sólida del chavismo se reduce sin que la oposición logre sacar rédito
Los resultados de las elecciones dejan una radiografía de Venezuela en la que el oficialismo merma su caudal político y sus críticos logran algo de oxígeno en las alcaldías
Los resultados de las elecciones del pasado domingo ofrecen una conclusión clara: el chavismo ha dominado el territorio venezolano. Pero esta vez con su menor caudal de votos en la última década. La base sólida de simpatizantes del Gobierno de Nicolás Maduro se ha hecho cada vez más reducida y los números muestran que si bien la abstención marcó estos comicios, que se volvieron cruciales por ser parte de un proceso de negociación para salir de la prolongada crisis política venezolana, la desmovilización afectó mucho más al chavismo.
Con un 42% de participación han sido los comicios regionales con más baja participación en 25 años. En los votos totales el partido de Gobierno se quedó con 45,7% de los votos (apenas cuatro millones de votos, casi la mitad que en las pasadas regionales), mientras que el resto (54,3%) se quedó con la mayoría de los votos.
Un segundo informe del Consejo Nacional Electoral mostró las vetas de las relativas victorias y derrotas del chavismo y la oposición. El chavismo ya se ha adjudicado 18 de las 23 gobernaciones de Venezuela, no las 21 que se dijo la noche de los comicios, como un golpe de efecto de su narrativa, califica la consultora en estrategia política Carmen Beatriz Fernández. Solo cinco de ellas las ganó con más del 50% de los votos, es decir, por mayoría. Otras tres gobernaciones fueron ganadas por la oposición y dos, con resultados muy cerrados, se mantienen en disputa.
“Tenemos un país dividido en 80 y 20 entre quienes adversan y apoyan al Gobierno y esperarías que cualquier elección redundara en una derrota apabullante para Maduro, pero no estamos en una elección normal, son elecciones en dictadura, en las que existe el dilema sobre ir o no a votar”, apunta Fernández en un encuentro con periodistas luego de la jornada electoral.
La oposición logró recuperar la gobernación de Zulia, estado petrolero y el de mayor población. En 2017, incluso con el boicot abstencionista, también la habían ganado, pero Maduro condicionó la proclamación de Juan Pablo Guanipa al reconocimiento de la Asamblea Nacional Constituyente, el parlamento paralelo que creó para torpedear el poder legislativo que entonces, y por primera vez en 20 años, controlaba la oposición. La figura de Manuel Rosales, apoyado por la Mesa de la Unidad Democrática y referencia de Un Nuevo Tiempo, un partido socialdemócrata de centroizquierda, de maneras moderadas, tiene un lugar en la historia reciente de la oposición.
A Rosales le tocó reconfigurar la unidad opositora en 2006, cuando enfrentó a Chávez en 2006 para la reelección. La oposición venía de su primer ensayo abstencionista en las parlamentarias de 2005, en las que el chavismo tomó control total del Parlamento y, sin ningún tipo de contrapeso, puso el pie en el acelerador para la deriva autoritaria del país. Ahora, Rosales podría volver a estar en el horizonte como un articulador de la oposición venezolana en la nueva etapa de lucha que debería comenzar después de estos comicios.
En la repartición de las 335 alcaldías la victoria arrolladora del chavismo también pierde espesor. En manos del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) quedaron 205 cargos. La oposición bajo la figura de la plataforma unitaria se quedó con 59 jurisdicciones, el doble de las que obtuvo en 2017, cuando solo obtuvo 27, y no muy lejos de las 75 que ha logrado tener en su mejor momento. El resto de los escaños se los reparten la Alianza Democrática, fruto de la estrategia de división que jugó el gobierno con las intervenciones judiciales de partidos y la expropiación de sus símbolos, parte de ellos los llamados alacranes. Este grupo se quedó con 37 alcaldías y reúne a la oposición que reconoce el gobierno. Otras organizaciones que compiten a Maduro se quedaron con 21 localidades. Una decena de cargos están todavía por definirse.
No es posible sumar a todos los que no votaron al PSUV como oposición, pero según el análisis de algunos políticos como Henrique Capriles Radonski, en la conquista de casi 120 alcaldías por factores distintos al chavismo los electores expresaron su rechazo al Gobierno y un deseo de cambio.
“Se puede ratificar que la sociedad está cansada de votar al chavismo. Hay un descontento real que puede ser capitalizado por una alternativa. Hubo abstención, pero hay nueve millones de personas que salieron a votar pese al contexto autoritario”, apunta Maryhen Jiménez, doctora en Ciencias Políticas e investigadora en la Universidad de Oxford.
Otra lectura, la que supone el mayor reto para los adversarios a Maduro, es que el mapa de la oposición ha cambiado y los nuevos factores reclamarán espacio. “Hoy nadie es dueño de la oposición”, dijo Capriles en una rueda de prensa en la que analizaba los resultados.
La MUD, pese al crecimiento en el número de alcaldías, ha perdido fuerza y su vacío lo han llenado las otras opciones, aunque estas estén instrumentalizadas por el chavismo. “Hay tanta desafección del electorado, al punto que hay un nuevo mercado electoral y la gente prefiere votar a esos antes que al chavismo o la MUD”, explica Jiménez. Más de 1 millón de personas apoyaron a terceros. Esa dispersión del voto adverso al chavismo le costó a la oposición al menos 14 gobernaciones que pudieron ganar de haber llegado a acuerdos o coordinaciones.
El chavismo ha reaccionado rápidamente a los resultados levantando la bandera por las “nuevas oposiciones” que han surgido en su estrategia de fracturar aún más a sus adversarios. La mesa de negociaciones de México, de retomarse, podría ser el próximo terreno en que esta tensión tenga escenario. Ya Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional, ha pedido incorporarlos.
Para Jiménez es el momento de las encerronas en las que, en su opinión, la oposición debe definir qué hacer con esos otros factores que han salido a flote, cómo oxigenar a los partidos con los movimientos sociales de base y trazar una estrategia para lograr la movilización en torno a una sola alternativa, escogida en primarias, con el horizonte de las presidenciales de 2024.
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