Domingo Cavallo: “La gente pensó que con el corralito le sacábamos sus ahorros, pero no fue así”
El exministro de Economía de Fernando de la Rúa atribuye el colapso argentino de diciembre de 2001 a grupos desestabilizadores que quisieron “licuar sus deudas en dólares”
Domingo Cavallo (Córdoba, 75 años) fue dos veces ministro de Economía de Argentina. En 1991, durante el Gobierno de Carlos Menem, logró poner fin a la hiperinflación que devastaba al país sudamericano con un sistema monetario basado en la convertibilidad del peso por el dólar. En marzo de 2001, el presidente Fernando de la Rúa pensó que el padre del “uno a uno” era el único capaz de salvar un modelo que para ese entonces daba muestras de agotamiento. A Cavallo se lo recordará por la estabilidad de los noventa y también por el “corralito”, como se llamó a la limitación de retiro de efectivo que impuso para detener una sangría de depósitos que amenazaba con provocar el descalabro de toda la economía. El colapso, finalmente, se produjo. Cavallo abandonó el ministerio de Economía el 19 de diciembre de 2001 y un día después, hace hoy 20 años, Fernando de la Rúa perdía el poder. “Me parecía un crimen de lesa humanidad destruir ese sistema monetario, así que lo defendí con uñas y dientes”, dice Cavallo en esta entrevista con EL PAÍS, realizada por videoconferencia desde su casa en Córdoba, la provincia mediterránea donde nació y reside buena parte del año.
Pregunta: ¿Que pasó en 2001?
Respuesta: Durante fines de 2000 y durante 2001, Argentina sufrió una crisis financiera que tuvo que ver con circunstancias internacionales muy adversas. Los precios de los productos de exportación estaban por el suelo, el dólar era muy fuerte, el euro muy débil y Brasil había producido una fuerte devaluación. Pero la crisis se originó, básicamente, en el hecho de que los bancos habían estado financiando gastos y déficit de las provincias, y pronto se puso de manifiesto que las provincias no iban a poder cumplir con sus obligaciones. Eso creo dudas respecto de la solvencia de los bancos. Entonces, grandes depositantes empezaron a retirar depósitos y tenedores de bonos empezaron a desconfiar de la sosteniblidad de la deuda argentina. Todo eso hizo que entráramos en un período muy difícil, del cual solo se podía salir con un proceso ordenado de reestructuración de la deuda, que no era fácil.
P. Hubo también problemas políticos…
R. En ese periodo, el Gobierno de De la Rúa, al que yo me había integrado sin ser miembro del partido Radical y habiendo competido contra ellos, empezó a tener problemas internos. Hubo gente que empezó a boicotear al Gobierno de De la Rúa y a acentuar la desestabilización del sistema financiero. Además, el FMI, que hasta ese momento nos había apoyado con magnitudes muy reducidas de recurso, por un error, en mi opinión, del director gerente de entonces [Horst Köhler], nos negó un desembolso que nos correspondía en el mes de noviembre de 2001.
P. ¿La negativa del FMI aceleró la crisis?
R. Provocó una corrida bancaria y la única forma de impedir el colapso total del sistema fue poner una restricción al retiro de efectivo de los bancos, no al uso de los depósitos para hacer pagos. No se podían sacar billetes por más de 1.000 dólares al mes. En realidad, en aquella época, a los jubilados se les dejó sacar el 100% de sus salarios y al resto de la población se les permitía sacar en efectivo hasta 250 dólares por semana. El grueso de la población ganaba menos de 1.000 dólares por mes. O sea que todo eso fue todo usado como una excusa.
P. ¿Una excusa para qué?
R. Estaban los que se habían endeudado en dólares, grandes empresas que se les ocurrió que si ponían en crisis al sistema monetario de la época podrían resolver sus problemas financieros. Dijeron: “Si salimos y transformamos las deudas en dólares en deudas en pesos, después el banco central va a poder emitir muchos pesos, eso va a producir una devaluación enorme y nosotros vamos a licuar las deudas”. Por supuesto, la otra cara de la moneda era que se iban a robar los ahorros de todo el pueblo argentino.
P. ¿Por qué la clase media salió a la calle contra el llamado “corralito”? Fue la época de los cacerolazos…
R. Porque el corralito, a la luz de cómo lo presentaron y lo difundieron muchos periodistas, que en mi opinión ya estaban trabajando para los que querían desestabilizar el sistema, confundió a la gente, que pensó que le estábamos quitando los ahorros. Y resulta que protestó para que me sacaran del ministerio de Economía. Eso provocó la caída del Gobierno de De la Rúa, porque el único que estaba denodadamente trabajando para tratar de resolver los problemas en ese Gobierno era yo. No porque los otros ministros fueran malos, simplemente porque el problema era económico.
P. ¿Cómo recuerda en lo personal esa época, bajo tanta presión?
R. Imagínese cuando uno está luchando para aventar males mayores. Yo quería evitar tanto el default externo e interno como la devaluación, y por supuesto, y sobre todo, que no se abandonara un régimen monetario que había asegurado diez años de estabilidad en un país que había tenido décadas de inflación y hasta hiperinflación. A mí me parecía un crimen de lesa humanidad destruir ese sistema monetario, así que lo defendía con uñas y dientes. Y hablé con los principales dirigentes políticos. Había apoyo no solo de De la Rúa, sino de gobernadores importantes.
P. ¿Y por qué esos apoyos no alcanzaron?
R. Porque los desestabilizadores, los que querían sacarse las deudas a través de la pesificación compulsiva, trabajaron sobre [los expresidentes Eduardo] Duhalde y [Raúl] Alfonsín. Alfonsín pensaba que todo lo de la década del noventa iba a volar por el aire; y Duhalde tenía una ambición de poder desmedida, había perdido la elección del 1999 [contra De la Rúa] y quería ser presidente. Ellos cobijaron a alguien que era la piedra del escándalo, el señor [José Ignacio] De Mendiguren, presidente la Unión Industrial Argentina, que quería que se destruyera la convertibilidad para sacarse las deudas sin importar las consecuencias. Y avanzaron en esa dirección. Con la pesificación, el precio del dólar saltó a cuatro pesos y provocó inflación, caída de los salarios reales, un aumento de la pobreza inusitado, el deterioro de las jubilaciones. Y virtualmente expropiaron todas las inversiones que se habían hecho para modernizar a Argentina, las privatizaciones. La solución política que encontraron fue echarme la culpa a mí, a De la Rúa, a Menem. Yo me transformé en el chivo expiatorio y por supuesto pusieron una maquinaria propagandística infernal que en alguna medida continúa todavía.
P. ¿El mundo le soltó la mano a Argentina en 2001?
R. En absoluto. EE UU le pidió a Köeler que en agosto nos diera un refuerzo de 8.000 millones de dólares y que comprometiera 3.000 más para apoyar la reestructuración ordenada de la deuda. Pero ahí ocurrió el ataque a las Torres Gemelas y EE UU, lo que era natural, tuvo su mente puesta en Afganistán y Osama Bin Laden. Lo que fue injustificable fue que el FMI nos haya soltado el brazo en un momento crítico. Habíamos logrado reestructurar más del 50% de la deuda, con un alargamiento del plazo de vencimientos por tres años y habíamos producido ya una economía de intereses de 2.500 millones de dólares al año con un mecanismo que se llamó de préstamo garantizado.
P. ¿Compararía aquel momento económico con el actual?
R. Es totalmente diferente. En aquel momento la crisis era la típica de países que tienen una moneda sana, un sistema monetario y financiero que funciona, como Europa en 2010 o EE UU en 2008. Debería haberse resuelto como se resolvieron esas crisis, sin echar por la borda el sistema monetario.
P. Pero Europa emite euros y Argentina no emite dólares…
R. Los países encararon los problemas de su endeudamiento con programas de reestructuración, en particular Grecia, e hicieron los ajustes fiscales que había que hacer para no seguir dependiendo. Eso es lo que había que hacer en Argentina. No podía emitir dólares, pero como había ocurrido en el año 1995, cuando nos impactó el Tequila, si el Gobierno tomaba medidas adecuadas era posible recuperar la confianza. Lo que necesitaba Argentina era que los argentinos no se asustaran y se llevaran su dinero.
P. ¿Argentina ha aprendido algo de la crisis de 2001?
R. Argentina está aprendiendo de la experiencia de los últimos 20 años, de 2001 y 2002 y de lo que ha pasado desde entonces. Por eso soy optimista respecto de 2023 en adelante. Yo creo que el próximo Gobierno va a estar bien preparado para retomar de alguna manera el sistema de organización económica que se abandonó en 2002. Con buenas relaciones con el mundo va a poder salir adelante, estabilizarse y crecer. Ahora estamos muy mal gobernados. Están con las ideas anacrónicas y el ingrediente de racionalidad que se suponía que iba a incorporar Alberto Fernández, que parecía razonable, no ha pasado.
P. ¿El expresidente Mauricio Macri perdió una oportunidad?
R. Macri tuvo la intención, pero no tenía un diagnóstico adecuado. Además, la campaña electoral lo había llevado, para neutralizar que él iba a producir un ajuste doloroso, a decir que no haría un ajuste. Eso hizo que lamentablemente su Gobierno no fuera exitoso.
P. ¿Qué les dice a los que le piden su opinión?
R. Que se necesitan reglas de juego completamente diferentes a las que están vigentes en este momento, y que resultaron de revertir las buenas reformas que se habían hecho en los noventa. Argentina no puede pensar como una economía cerrada, aislada del mundo, prohibiendo exportaciones, con trabas a importaciones que son clave para actividades internas, controlar todos los precios y los tipos de cambio. Va a contramano de lo que es una buena organización de la economía.
P. ¿Cómo lo va a recordar la historia?
R. Eso no me preocupa. Siempre estuve muy tranquilo con mi conciencia, porque sé que hice todo lo que correspondía. Incluso perdoné a los muchos que me atacaron injustamente. Imagínese que una vez me metieron preso acusándome de que yo había sido responsable de la exportación de armas a Croacia y Ecuador, algo absurdo. Hicieron sufrir mucho a mi familia. Todo eso no me aflige, la gente inteligente y bien educada me va a recordar bien. Lo que sí me preocupa es que se deje de atacar una reforma y una transformación que fue muy positiva para Argentina, porque si no los gobiernos no van a encontrar el camino para recuperar la estabilidad y el crecimiento.
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