Cazas españoles y rusos juegan al gato y el ratón
Cuatro Eurofighter de Albacete patrullan el mar Negro ante las incursiones de aviones de combate de Moscú
“¡Alpha Scramble!”. El aviso por megafonía sorprende a la ministra de Defensa española, Margarita Robles, junto a su homólogo búlgaro, Stefan Yanev, a pie de pista en la base de Graf Ignatievo, saludando a los miembros del destacamento español que, desde el 15 de febrero, vigila el espacio aéreo de Bulgaria.
Si fuera un ensayo, la voz diría: “¡Tango Scramble!” (con t de training, entrenamiento). Pero es real. En siete minutos (ocho menos de los 15 en los que se han comprometido a hacerlo), dos cazas Eurofighter del Ejército del Aire español están en el aire para interceptar a la aeronave no identificada que se ha adentrado en el espacio aéreo bajo responsabilidad búlgara.
El teniente coronel Jesús Salazar, jefe del destacamento del Ejército del Aire español, bromea hablando de “Lituania 2″, en alusión a la alarma que provocó la incursión de un caza ruso cuando el presidente Pedro Sánchez visitaba a las tropas españolas en la base de Siauliai (Lituania) en julio. “Parece que [los rusos] lo hicieran intencionadamente”, comenta.
Esta es la segunda alerta real desde que los militares españoles llegaron a Bulgaria. La anterior se produjo el 17 de febrero, justo el día en que recibían la certificación de la OTAN. Con la información recabada por los equipos de inteligencia electrónica se pudo identificar de qué avión ruso se trataba, ya que rehusó hacerlo voluntariamente. Los cazas españoles no solo tienen la misión de impedir que se viole el espacio aéreo de Bulgaria, sino también de vigilar la zona cuyo control ha atribuido a este país balcánico la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) y esta se adentra unos 150 kilómetros al interior del mar Negro. La irrupción de aviones no identificados y sin plan de vuelo no solo amenaza la soberanía de Bulgaria, sino que supone un riesgo para la seguridad de la aviación comercial, subraya el teniente coronel.
Los Eurofighter españoles vuelan bajo control del centro de tráfico aéreo de Sofía, pero la orden de despegar la da el Centro de Operaciones Aéreas Combinadas (CAOC por sus siglas en inglés) de la OTAN, con sede en la base aérea de Torrejón de Ardoz (Madrid), responsable de la defensa aérea del flanco sur de la Alianza Atlántica.
Los militares españoles sospechan que los aviones rusos se adentran hasta el límite del espacio aéreo búlgaro para poner a prueba sus defensas. La base de Graf Ignatievo (donde el lunes ondeaba a media asta la bandera española por el naufragio del Villa de Pitantxo) está a más de 200 kilómetros de la costa, lo que retrasa su intervención, pero es la única con cable de frenado para un aterrizaje de emergencia.
Tensiones
La presencia de los cazas españoles “se enmarca en el contexto de las tensiones en torno a Ucrania”, admite el ministro búlgaro. Robles subraya que “la unidad es la mayor fortaleza” de los aliados y que el envío de los Eurofighter es un “apoyo a la vía diplomática y de diálogo” por la que la OTAN y la UE apuestan “de manera firme e inequívoca” para resolver la actual crisis.
El destacamento Strella (así bautizado porque esa palabra, dardo en búlgaro, es el indicativo radio de los aviones españoles) está formado por 130 militares, de los que más de un centenar procede del Ala 14, con base en Los Llanos (Albacete).
Hasta ahora, Bulgaria —uno de los aliados que mejores relaciones mantiene con Moscú― no había querido pedir el apoyo de la Alianza, pero la amenaza rusa le ha hecho cambiar de opinión. Los militares españoles han sido los primeros en llegar a esta base (a la que tuvieron que traer de todo, dadas sus carencias), pero no serán los últimos. Cuando se marchen, el 31 de marzo, los sustituirán los holandeses. El órdago de Putin ha conseguido como primer efecto atraer a más tropas de la OTAN a sus puertas.
Moscú despliega 600 aviones y 30 buques
El mar Negro es un hervidero desde que se inició la escalada de tensión. Rusia tiene desplegados en la zona unos 600 aviones y más de 30 buques —algunos llegados desde el mar de Barents o el Pacífico— navegan por sus aguas. La realización de maniobras navales y aéreas en el mar Negro no solo es una exhibición de músculo, sino una forma de presionar a Ucrania. La declaración de zonas de exclusión reservadas a ejercicios militares obliga a desviar el tráfico civil y el temor a una guerra encarece los seguros de los fletes. El resultado es que el puerto ucraniano de Odesa ha reducido drásticamente la entrada y salida de mercancías. En cambio, las flotas aliadas no han cruzado el Bósforo y siguen en el Mediterráneo. La OTAN quiere evitar un incidente indeseado que haga de chispa en el actual polvorín.
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