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Los gatos de Marine Le Pen o por qué la extrema derecha ya no asusta tanto a los franceses

La candidata ultra ha logrado normalizar su imagen hasta el punto de que la mitad de los ciudadanos no la consideran ya un peligro para la democracia

Marine Le Pen, este martes en Vernon (Normandía).Foto: YOAN VALAT (EFE) | Vídeo: EPV
Silvia Ayuso

Marine Le Pen todavía se emociona en las entrevistas cuando evoca a Artémis. Fue la traumática muerte de este gato de bengala, devorado por un dóberman de su padre, Jean-Marie Le Pen, lo que impulsó en 2014 a la líder de extrema derecha francesa a abandonar de una vez la casa paterna y mudarse con sus gatos —tiene media docena— a su propia vivienda. En aquel entonces ya había tomado las riendas del Frente Nacional fundado por su padre y había comenzado el proceso de “desdiabolización” de su imagen y de su partido; un proceso que la ha llevado ahora más cerca que nunca de su sueño de instalarse (con gatos incluidos) en un Elíseo que en menos de dos semanas intentará conquistar por tercera vez.

El éxito en el nuevo asalto a la presidencia francesa cuando, tras su derrota en 2017, muchos daban por acabada la carrera de Le Pen, la resumen muchos analistas como una exitosa mezcla de pouvoir d’achat et pouvoir de chat. El juego de palabras hace referencia al poder adquisitivo (pouvoir d’achat) que se ha convertido en la preocupación principal de los franceses en estos comicios, y que Le Pen supo identificar muy pronto en la campaña electoral. Y luego está el “poder de los gatos”, esa imagen que ha sabido transmitir, sobre todo en las redes sociales que maneja con bastante maestría, de una mujer simpática, cercana, terrenal y amante de los animales —”mamá de gatos”, se autodefine— que no duda en colar entre tuit y tuit político un selfi suyo, sonriendo con un gatito en brazos.

“Fíjense no solo en los programas, sino también en el carácter de cada [candidato], porque lo que uno es determinará cómo actuará mañana”, ha repetido machaconamente durante la campaña en cada mercadillo en el que se ha plantado a charlar con los electores (y han sido muchos).

Su estrategia parece haber funcionado. Según una encuesta del instituto Ifop realizada justo antes de la primera vuelta del domingo, el 53% de los franceses la consideran “simpática”, frente al 47% de los que dicen lo mismo de su rival, el presidente saliente Emmanuel Macron. El 60% la ve “cercana a las preocupaciones de los franceses” (35% para Macron) y el 57%, “apegada a los valores democráticos”. Un 47% (frente al 40% de Macron) la cree “capaz de unificar a los franceses”, otra obsesión de estos comicios tras un quinquenio plagado de protestas sociales (chalecos amarillos, antivacunas…).

“Una campaña muestra a los candidatos como son (…) y no hay un solo francés que piense que Marine Le Pen sea de extrema derecha, salvo quizás los que están en esta sala”, resumió el portavoz de Le Pen, Sébastien Chenu, durante la presentación de los datos de la encuestadora ante una prensa francesa que en buena parte sigue alertando del peligro de una victoria del RN.

Marine Le Pen (que en la propaganda electoral ha llegado a eliminar su apellido) emprendió su programa de “desdiabolización” nada más hacerse con el partido ultra en 2011. Implicó, entre otros, expulsar de sus filas a su padre en 2015, tras un nuevo comentario filonazi de los que le han valido varias condenas judiciales en los últimos años y rebautizar el partido como Reagrupamiento Nacional tras el fiasco electoral de 2017. El resultado ha sido una dulcificación de su imagen —gatos contra dóberman— que ya hace un año llevó al instituto de centroizquierda Fundación Jean-Jaurès a advertir en un análisis de riesgo de la “posibilidad nada desdeñable” de que Le Pen hija pudiera convertirse en presidenta este 2022.

Y eso que entonces ni siquiera se había producido el efecto Zemmour, la entrada en campaña del polemista de ultraderecha que, con su discurso extremo contra los inmigrantes, contra los musulmanes y su fama de misógino ha contribuido también, aunque fuera de forma involuntaria, a suavizar la imagen de una Le Pen que ha sabido distanciarse de quien llegó a ser considerado un peligro para su futuro político, pero que se ha desinflado en las urnas (Zemmour solo logró el 7,07% de los votos, frente al 23,15% de la líder del RN).

“No hay más de un 50% de los franceses que piensen que Marine Le Pen es un peligro para la democracia. Muy distinto que con Zemmour, considerado como un peligro para la democracia por el 70% de los franceses”, confirma el politólogo Jean-Yves Camus. “Así que sí, efectivamente ha habido… no sé si se puede hablar de una banalización, pero en cualquier caso una mayor aceptación de la persona que es Marine Le Pen”, señala el especialista del Jean-Jaurès en extrema derecha (él prefiere llamarla, como otros politólogos, derecha radical, lo cual no disminuye su peligrosidad, subraya).

“Pero no solo de su persona”, advierte. Para Camus, también hay otros factores externos que han jugado estos años a favor de Le Pen. Por un lado, los atentados yihadistas que han provocado un “endurecimiento” de parte de la opinión pública francesa respecto a cuestiones como la seguridad e identidad, pilares del discurso de Le Pen. A ello se une, indica, un proceso natural como es la muerte de antiguos altos cargos del FN desde que asumió el partido, hace ya 11 años. “La demografía ha trabajado a su favor y Le Pen ha logrado además integrar a jóvenes” en el partido, señala Camus y apunta al actual presidente del partido, Jordan Bardella, de 26 años. Una generación en torno a la treintena (su mayor nicho de votantes) que apenas eran unos niños cuando, hace ahora 20 años, el “diablo” Jean-Marie Le Pen logró clasificarse en la segunda vuelta, provocando un gran shock nacional y activando por primera vez el cordón sanitario que llevó a que fuera masivamente derrotado por Jacques Chirac.

A los jóvenes, salvo que hayan nacido en una familia frentista, “ese episodio no les dice nada”, señala Camus. “Han llegado a la madurez política con Marine Le Pen”, añade. Y esta ha sabido sagazmente aprovechar otra ventaja de partidos de extrema derecha como el RN: su gran capacidad de “transformarse y modernizarse”, agrega el politólogo. “Es el primer partido político francés que creó una página web. Tiene cuentas de Twitter y Facebook y una comunicación digital profesional. Es un partido que atrae a los jóvenes”. Y a los amantes de los gatos. Y, ¿quién puede resistirse a un vídeo de gatitos?

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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