Merkel rompe su silencio... y no se arrepiente de su política respecto a Rusia
La excanciller regresa a la vida pública tras mantenerse seis meses al margen de todo, incluso de una guerra provocada por el presidente Putin, al que ella trató de apaciguar en sus 16 años en el poder
“¿Le ha gustado nuestra conversación?”, le preguntó a Angela Merkel el periodista que la acababa de entrevistar en un teatro lleno de espectadores entre una enorme expectación. Recién terminada la charla, con la que la excanciller volvió esta semana a la vida pública tras seis meses de silencio, Alexander Osang seguía nervioso, relató en Der Spiegel. Merkel no le contestó: “Ya veremos mañana”. Había que esperar a las reacciones. Por muy satisfecha que estuviera ella con su actuación, en la que estuvo muy habladora, elocuente e incluso socarrona, era consciente de que Alemania la iba a juzgar básicamente por una cosa: su política hacia Rusia durante los 16 años en los que fue canciller.
Si alguien esperaba un mea culpa público, debió de sentirse muy defraudado. Casi nunca fue ese el estilo de Merkel, y tampoco lo va a ser ahora, cuando la política democristiana da por terminado su descanso y se incorpora de nuevo a la vida política en calidad de estadista, retirada pero activa. Dio algunas pistas, pocas, sobre el papel que va a jugar. No se va a entrometer en la gestión del nuevo Gobierno tripartito que lidera el socialdemócrata Olaf Scholz dando su opinión públicamente sobre temas de actualidad. No lo hizo en la entrevista. Se cuidó mucho de darla sobre cosas como el rearme del Ejército alemán, el envío de armamento pesado a Ucrania o el billete de transporte de nueve euros y las otras medidas para combatir la inflación y ayudar a reducir el consumo energético. Si le piden consejo, lo dará, pero en privado.
Lo que Merkel no defraudó fueron las expectativas de quienes querían que repasara abiertamente sus cuatro legislaturas en el poder. Contó cosas que no se sabían, o más bien que no había explicado antes, como que desempeñó un papel activo para negar a Ucrania el estatus de país candidato a entrar a la OTAN en la cumbre de Bucarest de 2008. Ucrania no era entonces el país que es hoy, dijo. Estaba dominado por oligarcas y no era “estable democráticamente”. Según la evaluación que hizo entonces, el presidente ruso, Vladímir Putin, se habría sentido provocado y habría tomado represalias contra Kiev.
El único atisbo de autocrítica fue el momento en el que Merkel reconoció que tras el 24 de febrero, cuando Putin lanzó la invasión, se ha preguntado muchas veces si los líderes mundiales hicieron todo lo que estaba en su mano. “Por supuesto me he preguntado si se hizo lo suficiente. Si se podría haber hecho más para prevenir esta tragedia, porque para mí es una tragedia enorme. ¿Podría haberse evitado?”, inquirió sobre el escenario del Berliner Ensemble, en una charla que tuvo mucho de espectáculo, con un teatro lleno a rebosar que la aplaudió y le rio algunas bromas a lo largo de 90 minutos. La televisión pública, consciente de que no era una entrevista cualquiera, la retransmitió en directo en prime time. Algún analista bromeaba al día siguiente con que Merkel habló más en ese teatro que en todas las entrevistas que concedió mientras fue canciller.
Merkel abandonó la política activa por voluntad propia, después de 30 años de carrera, sin haber perdido unas elecciones y con una percepción enormemente positiva entre la ciudadanía. Pero la invasión rusa de Ucrania ha puesto en tela de juicio su legado. Sus 16 años en el poder consolidaron la dependencia energética del petróleo y el gas rusos y su tibieza con Putin se juzga ahora desde otra perspectiva. Los misiles que empezaron a caer el 24 de febrero también estallaron simbólicamente en Alemania, que ha tenido que replantearse un consenso de décadas en política exterior, de seguridad y energética.
Echando la vista atrás, Merkel no cree que deba pedir perdón por su política de apaciguamiento con el líder ruso. En esencia, cree que hizo lo que pudo y que la diplomacia siempre es buena, aunque no funcione. “No veo por qué debería decirme a mí misma que fue un error y por eso no me voy a disculpar”, le dijo a Osang, alemán del este como ella. “En retrospectiva, estoy contenta de no tener que culparme por no tratar de prevenir un suceso como este. Al contrario, afortunadamente me he esforzado lo suficiente junto con los sucesivos presidentes franceses y esto me da una cierta tranquilidad”, aseguró.
La entrevista forma parte del plan que ha trazado la exmandataria para resituarse en la vida pública alemana. Nadie espera que se vaya a dedicar a la actividad privada, como hizo su predecesor, el hoy convertido en paria por su apoyo a Putin Gerhard Schröder. Y tampoco parece que aspire a cargos públicos de relumbrón. En enero rechazó una oferta del secretario general de la ONU, António Guterres, para hacerse cargo de un organismo de Nacionales Unidas, el Consejo Asesor sobre Bienes Públicos Globales.
Como todos los excancilleres ―salvo Schröder, al que el Parlamento le retiró el privilegio el mes pasado―, Merkel tiene derecho a una oficina, personal y chófer. En diciembre, nada más abandonar el cargo, pidió nueve empleados (dos directores, dos asesores especializados, tres administrativos y dos conductores), lo que parecía confirmar que su actividad iba a ser intensa. Al día siguiente de salir por la puerta de la Cancillería, entraba en su nueva oficina, la misma que ocupó Helmut Kohl, a las 8.20 de la mañana.
Después sí se tomó el descanso con el que decía que soñaba. Lo contó en la entrevista. Pasó cinco semanas en la costa del mar Báltico; temporadas en la casa que tiene en el distrito rural de Uckermark, cerca de Templin, la ciudad de Alemania oriental donde se crio, y también estuvo de vacaciones en Italia, donde la fotografiaron admirando monumentos como una turista más. Su periplo italiano provocó críticas en Alemania, porque se produjo poco después de conocerse las atrocidades rusas en la localidad ucrania de Bucha. Los alemanes echaban en falta que la excanciller se pronunciara y dirigentes como el italiano Matteo Renzi le pedían que ejerciera de mediadora.
El sensacionalista Bild tituló en portada: “Invitada a Kiev, de viaje en Florencia” y se hizo eco de las feroces críticas del embajador ucranio en Alemania, que le afeaba haber elegido el sol italiano frente al paisaje desolador de Bucha. “Sabía que daría problemas, pero quise dejar claro que ya no soy canciller. Este viaje fue muy importante para mi proceso de desacoplamiento de la política”, se sinceró en el teatro. “Ahora se me tiene que permitir viajar más allá de Uckermark”, dijo, y la audiencia la aplaudió. Merkel también confirmó en la charla que está preparando unas memorias políticas escritas a cuatro manos con una de sus confidentes más cercanas, Beate Baumann, su jefa de gabinete de forma ininterrumpida desde 1992. La guerra sin duda influirá en cómo cuente las decisiones que tomó respecto a Vladímir Putin.
“Establecerse de nuevo y encontrar un nuevo papel en la vida política alemana va a ser complicado”, asegura Ursula Weidenfeld, periodista y biógrafa de Merkel, quien, sin embargo, cree que va a intentar buscar un hueco sin interferir en la gestión del nuevo Gobierno, con el que dijo estar satisfecha en la entrevista. “Me pareció muy inteligente que no quisiera comentar la actualidad diaria”, añade, y recuerda que durante sus 16 años al frente de Alemania su lema solía ser “quiero servir a mi país”, por lo que espera que, también como excanciller, a los 67 años vaya a contribuir de algún modo a ello: “Definitivamente, algo queda de eso”.
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