La izquierda saca la cabeza en el pueblo de Bolsonaro: “Somos pocos, pero combativos”
Lula mejora los resultados en Eldorado, el municipio de São Paulo donde creció el presidente, pero los avances se topan con una sociedad mayoritariamente conservadora
Ivy Wiens se ha quedado sin panfletos. Repartió todos los que tenía antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil, y todavía está esperando más. “Aj, ¿a ti te quedan?”, le pregunta a Yassuo Yamane, de 72 años, que espera fuera de la casa. Él rebusca en el maletero del coche, aparta unos galones de gasolina y, menos mal, aparecen varias tiras de pegatinas con la cara de Luiz Inácio Lula da Silva. Listos. Wiens, una mujer de 44 años con el pelo corto y teñido de rojo, agarra una gran bandera de campaña colgada en la entrada de su casa, cierra la verja de madera y sale a la calle con ímpetu. A ver si consiguen convencer a algún bolsonarista antes de que empiece a llover.
Wiens y Yamane son la izquierda de Eldorado, el pueblo húmedo y envuelto en bosque tropical donde se crió el presidente brasileño, el ultraderechista Jair Bolsonaro. La antigua casa familiar, una vivienda humilde con techo de teja, está a 10 metros de la de Wiens y desde que ganó la Presidencia hace cuatro años atrae a seguidores, periodistas, y curiosos. “Eldorado es un espejo del presidente: racista, homófobo y extremadamente conservador”, comenta ella. En el municipio, de 15.000 habitantes y situado a unas tres horas en coche de São Paulo, hay una clara división. La cabecera es mayoritariamente blanca y de Bolsonaro. La zona rural que la rodea, negra y de Lula. La primera ha llevado la batuta desde siempre. Que se recuerde, nunca ha tenido alcalde de izquierdas.
En las últimas elecciones municipales, el PT le pidió a Wiens, que trabaja para una ONG medioambiental, si podía presentarse a vicealcaldesa. Faltaban tres días para la votación y no conseguían encontrar a nadie. Soltera y sin más familia en el municipio, ella se sacrificó por la causa. Quedó en último lugar. Yamane, que es de origen japonés y lleva una barba puntiaguda de discípulo de Confucio, es agricultor y presidente del PSOL local, un partido a la izquierda del PT. En Eldorado, la corriente anticapitalista es la dominante y tiene 14 militantes. “Somos pocos, pero todos muy combativos”, comenta.
A “panfletear”, pues. La primera parada es una vecina joven que está sentada en un banco mirando el celular.
—Hola, ¿todo bien? ¿Ya tienes candidato?
—Ajá.
—Ya bueno, ¡a ver si te podemos convencer de votar a Lula!
—Pues… aquí estamos para escuchar propuestas.
La vecina toma a regañadientes las pegatinas que le sirve Yamane. “No tengo muchas esperanzas. Es bolsonarista”, dice Wiens, tras caminar unos pasos. Yamane, eterno optimista, dice que hay que tener fe. “Si no creemos, no vamos a tener el coraje de salir a tocar puertas”. Para no asustar, evitan hablar de aborto o de baños unisex. Aquí las palabras clave son “combate al hambre” y “apoyo al pequeño agricultor”. Quieren, por ejemplo, que el Gobierno federal vuelva a comprar parte de la producción agrícola, como se solía hacer en tiempos del PT.
Acostumbrados a quedar los últimos, la militancia tiene ahora razones para el optimismo. Aunque Bolsonaro ganó en Eldorado con el 50% en el primer turno, el PT ha subido casi 12 puntos porcentuales hasta el 42%, unos mil votos más que en la primera vuelta de 2018. Para estos militantes, la razón de la mejora tiene nombre propio: “Lula es Lula, Lula une”. Después de cuatro años de Bolsonaro, con una pandemia de por medio que ha dejado 660.000 muertos, algunas personas con familias bolsonaristas se han acercado a la casa de Wiens a pedir material discretamente. “Sabes que no me puedo quedar a conversar...”, le dicen.
El puente a Ivaporunduva: la división racial
Además del nombre de Lula, la subida de la izquierda no se entendería sin la movilización de los quilombos, asentamientos de negros que huyeron de la esclavitud en el siglo XIX. Alrededor de Eldorado hay una decena que suman varios miles de personas. En el de Ivaporunduva, a una media hora en coche de la cabecera municipal, los esclavos buscaban oro en el río que bajaba de las montañas. Un día, la dueña tuvo un problema de salud y se fue de la hacienda. Los trabajadores aprovecharon la ausencia para decir que nadie más les iba a dominar. Libres, por autoproclamación.
“Allí estaba la senzala [donde vivían los esclavos] y aquí la casa grande de la señora”, cuenta Zé Rodrigues, de 62 años, un hombre fornido de sonrisa ancha, señalando el edificio con techo de chapa donde ahora se organizan las fiestas. Unas 400 personas viven en la comunidad, cuyo centro es una sencilla iglesia católica con la puerta pintada de azul. Desde allí se ven las dichosas colinas del oro y el río, que baja marrón por las lluvias. El Ribeira de Iguapé fue durante mucho tiempo una barrera al exterior, para bien y para mal. Los protegía de los tratantes que querían volverlos a esclavizar; los aislaba del resto del municipio durante las crecidas.
Más de un siglo después del fin de la esclavitud, Lula cruzó el río. Era 1995, y todavía no había otra forma de llegar a Ivaporunduva. Rodrigues, que remaba la canoa, recuerda que el aún candidato les dijo: “Aquí les voy a construir un puente”. Pasó década y media, pero cumplió. El día de la inauguración, en noviembre de 2010, cientos de personas se juntaron en la orilla del río para ver llegar a Lula, entonces a punto de terminar su segundo mandato como presidente. Para decepción de los habitantes, nunca llegó. El avión presidencial no pudo despegar por las tormentas. Aun así, en Ivaporunduva están al “99,9%” con él, según Rodrigues.
El quilombo ya no se queda aislado cuando llueve, pero no hay puente que salve la distancia ideológica con la cabecera municipal de Eldorado. Rodrigues, militante del PT, fue el primero y hasta ahora único concejal salido de un quilombo. Su paso por la política fue frustrante: “El municipio no tiene casi recursos. Lo poco que hay se destina a la zona urbana y solo mandan los restos para acá. Hay mucho racismo disfrazado”. Rodrigues recuerda haber visto a Bolsonaro de joven. “Era un tipo guapetón, con cabello rubio que le caía sobre la frente, pero no se mezclaba mucho”, afirma.
En el pueblo de Eldorado, flota la idea de que los habitantes de los quilombos son perezosos y viven de ayudas sociales. El mismo Bolsonaro dijo en 2017 que estos “no sirven ni para procrear”. “El voto de los quilombos a la izquierda nunca va a cambiar”, afirma, por su parte, la dueña de una tienda de comida para animales, que prefiere no dar su nombre porque dice que la prensa “distorsiona” las palabras. Ella se declara “fan” de Bolsonaro. No vende más desde que el ultraderechista es presidente, pero señala que por lo menos “ha colocado a Eldorado en el mapa”.
El ambiente en el que se mueven los militantes de la izquierda puede llegar a ser hostil. Cuando salen a distribuir panfletos hay gente que cambia de acera o les lanza un “¡Lula, ladrón!”, en referencia a los escándalos de corrupción del PT. Las casas y las tiendas de los hermanos y sobrinos del presidente se pueden identificar fácilmente por la profusión de banderas brasileñas. “¿Por qué están tomando fotos?”, pregunta un hombre que ha detenido su coche, con pegatinas a favor de la reelección, frente a estos periodistas. A unos metros, el hermano mayor de Bolsonaro sale de su oficina y responde al saludo con gritos de “¡Fuera, fuera!”.
Yamane y Wiens evitan las casas con banderas. Ahora se dirigen a la estación de autobuses, donde una decena de personas negras esperan para volver a Ivaporunduva y los otros quilombos después de trabajar en Eldorado. “Estos sí son de los nuestros”, dice Yamane, animado. Hace dos meses, le operaron de un cáncer en el intestino, pero parece que no le pesa. “¡Opa! Claro que puedo hacer campaña”, dice, y sigue a lo suyo: “¿Cómo estás, José? El domingo 30, a votar por Lula, ¿eh? ¿Ya sabe qué autobús tomar?”. Las pegatinas vuelan a tal velocidad que pronto van a volverse a quedar sin. Hay que pedir más.
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