Biden, tras reunirse con Xi en el G-20: “Creo firmemente que no tiene por qué haber otra Guerra Fría”
Los dos mandatarios reanudan el diálogo sobre cambio climático como muestra de un esfuerzo más amplio para mejorar la tensa relación bilateral
Evitar que la competición entre Estados Unidos y China se transforme en confrontación brutal es, en términos de relaciones internacionales, la cuestión central del siglo XXI hasta donde llega la mirada. Con ese objetivo, los líderes de las dos principales potencias mundiales se han reunido este lunes en la localidad de Nusa Dua, en la isla indonesia de Bali, por primera vez de forma presencial desde que Joe Biden asumiera la presidencia estadounidense tras ganar las elecciones en su país hace dos años. Ambos mandatarios manifestaron su voluntad de mejorar una relación en caída libre, según muchos expertos la más tensa desde la normalización de los vínculos diplomáticos en los años setenta.
“Yo creo firmemente que no tiene por qué haber una nueva Guerra Fría”, consideró Biden tras el encuentro, que duró más de tres horas y se celebró en la víspera de la cumbre del G-20 que está previsto que empiece este martes en Bali. La cita bilateral arrojó como resultado más tangible el mandato para sendas Administraciones de reforzar el diálogo en ámbitos trascendentales y problemáticos. Esto incluye el cambio climático, con un compromiso de “cooperación para el éxito de la COP27”, según el relato de Pekín, en lo que representa un giro sustancial después de la ruptura de los vínculos en esta materia tras la polémica visita a Taiwán de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de EE UU.
“Desde mi punto de vista, compartimos la responsabilidad de demostrar que China y EE UU pueden gestionar sus diferencias, evitar que la competición se convierta en conflicto, y buscar maneras de trabajar juntos en cuestiones globales urgentes que requieren nuestra cooperación mutua”, dijo Biden al principio de la cita. Por su parte, el mandatario chino señaló que la situación en que se encuentran las relaciones sino-estadounidenses “no se corresponde a los intereses fundamentales de ambos países y pueblos, ni concuerda con la expectativa de la comunidad internacional”. “Necesitamos desempeñar el papel de liderazgo, establecer el rumbo correcto para las relaciones bilaterales y ponerlas en una trayectoria ascendente”, añadió Xi.
El restablecimiento de un diálogo climático sin duda va en esa dirección, y los buenos propósitos aportan un punto de serenidad en una época muy convulsa, pero no despejan los problemas de fondo. La cuestión de Taiwán lo ilustra bien. Xi dejó claro a Biden que es “la primera línea roja que no debe ser superada en las relaciones sino-estadounidenses”, según el relato de Pekín. Biden, según el recuento de la Casa Blanca, denunció las “acciones crecientemente agresivas” de China frente a Taiwán. Pero el presidente de EE UU también aclaró que no cree que Pekín planee una invasión inminente y que él no pretende modificar la posición tradicional de Washington en esta cuestión. Sin embargo, en los últimos meses, ha roto la tradición, siendo muy explícito en decir, en al menos cuatro ocasiones, que está dispuesto a usar la fuerza estadounidense para defender Taiwán ante un ataque injustificado.
En materia de competición económico-tecnológica, Biden señaló su malestar por lo que considera “prácticas chinas que van en contra de las leyes del mercado”. Sobre esa base, la Administración de Donald Trump lanzó una amplia guerra arancelaria, mientras que la de Biden avanza en restringir el acceso chino a tecnologías clave estadounidenses y en exhortar a las empresas a que reduzcan su dependencia de China apoyándose más en otros países más amigables.
Al respecto, Xi fue rotundo. China cree que EE UU está maliciosamente intentando contener su ascenso. “Supresión y contención solo reforzarán la voluntad del pueblo chino”, dijo Xi a su homólogo, según el relato de Pekín. “Empezar una guerra comercial o una guerra tecnológica, construir muros y barreras, y empujar por el desacople o el corte de las cadenas de suministro va contra los principios de mercado y erosiona las normas del comercio internacional. Estos intentos no benefician a nadie. Nos oponemos a la politización y conversión en armas de los vínculos económicos y comerciales, así como de los intercambios científicos y tecnológicos”.
Hay mucho más. EE UU reclama a China que intente embridar el rearme de Corea del Norte, un asunto que causa máxima inquietud en países como Corea del Sur o Japón. “No está claro si China tiene la capacidad de controlar a Corea del Norte. Pero lo que sí está claro es que tiene la obligación de intentarlo”, dijo Biden en la conferencia de prensa posterior al encuentro, recalcando que, si esa dinámica no se frena, Washington aumentará su presencia militar en la región para proteger a sus aliados.
Los crecientes vínculos militares de EE UU en la zona son, precisamente, una cuestión que irrita a China, con la recién nacida alianza Aukus, en cuyo marco Australia se dotará de una flota de submarinos a propulsión nuclear, como ejemplo cristalino.
La rivalidad es profundísima. Según la nueva estrategia nacional de seguridad de EE UU, publicada en octubre por la Administración de Biden, el gigante asiático “es el único país con la intención de reconfigurar el orden internacional y, cada vez más, el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para impulsar ese objetivo”.
Biden llegó a la cita reforzado políticamente por un resultado en las elecciones legislativas mejor de lo previsto para los demócratas, que han logrado retener el control del Senado. En conjunto, EE UU se sienta a la mesa ante su principal rival con el gran activo de la demostración de fuerza de su entramado de alianzas en estos tiempos convulsos. Decenas de países han cerrado filas y desempeñado un papel activo frente a la invasión rusa de Ucrania.
China habrá sin duda tomado nota de la notable reacción occidental en términos de apoyo financiero y militar al agredido, así como de sanciones al agresor. Pekín también estará reflexionando sobre cómo unas fuerzas armadas modernizadas y temibles sobre el papel como las rusas se han demostrado frágiles e incapaces en el combate ante un enemigo que, al margen de su gran motivación e inteligencia, lucha dotado simplemente de modestos suministros armamentísticos occidentales.
Xi, por su parte, llegó también fortalecido políticamente por su reciente coronación en el congreso del Partido Comunista de China (PCCh), que no solo le otorgó un tercer mandato presidencial, sino que configuró una cúpula de mando cortada completamente a medida del líder. China se sentó a la mesa con la fuerza otorgada por las evidencias de décadas de poderoso y eficaz avance en múltiples áreas, incluidas las más estratégicas, como la tecnológica o la militar.
Pero la coyuntura no es la mejor para China, con una evidente ralentización económica, persistentes problemas para sobreponerse a la pandemia y una apuesta para estrechar una relación “sin límites” con Rusia que resulta bastante incómoda ahora.
En general, es notable el hecho de que Pekín, a diferencia de Washington, no cuenta con una red de alianzas. Ha establecido relaciones estrechas con decenas de países por la vía de inversiones e infraestructuras, pero esto dista de tener la profundidad estratégica de lazos como los de la OTAN, la UE o alianzas de carácter bilateral.
Precisamente en ese sentido, cabe destacar cómo Biden se reunió con los líderes de Japón y Corea del Sur, en una trilateral, y con el de Australia, en una bilateral, con ocasión de la cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean, por su acrónimo en inglés) en Phnom Penh (Camboya) justo antes de la cita con Xi en Bali, precisamente para consultar con sus aliados las posiciones a tomar.
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