Paraguay, un país en pocas manos
La sociedad paraguaya está marcada por la desigualdad entre el campo y la ciudad mucho más que por la polarización partidaria
Basta leer o escuchar la prensa en Argentina para creer que Paraguay es un milagro y un paraíso económico. Basta caminar un par de horas por su capital de calles sin nombre, y a veces sin asfalto, para desmentirlo. Barrios de mansiones a un lado, bien iluminados y los únicos con aceras; al otro, casetas de madera y techo de chapa. Además de una clase media casi desaparecida, como desaparecen los barrios de los más humildes de Asunción cuando, como ahora, sube el nivel del río Paraguay. Los números macroeconómicos oficiales pintan una economía muy distinta a la que vive la gente. Igual de irreal que las bellas fachadas de edificios del centro histórico, donde al atravesarlas se encuentran estacionamientos de autos en vez de patrimonio arquitectónico.
Los análisis económicos dan al país un crecimiento de su PIB del 4% anual, una inflación controlada en alrededor del 5% y una baja carga tributaria. Pero si uno cruza esa fachada aparece otro Paraguay, el país donde cerca del 70% de la población vive al día con lo que tiene. Donde la mayor recaudación de impuestos del Estado viene del IVA que paga la mayoría y que la élite se desgrava. Donde la inflación de la canasta básica ha sido de más del 30% desde la pandemia de la covid-19. Donde más del 60% de la gente vive autoempleada, sin vacaciones o con trabajos precarios que no cumplen ni con el salario mínimo (pero sí con las, al menos, 48 horas semanales de trabajo). “Sobre todo en un momento de postpandemia, crisis climática, en el límite de los indicadores macroeconómicos. En economía no hay peor situación que la incertidumbre, porque en realidad no sabemos el peso de la economía ilegal y del lavado”, explica la economista Verónica Serafini.
Una población que vive mayoritariamente sin ahorros, ni subsidios por desempleo, ni de jubilación y con créditos de intereses usureros. La mayoría no tiene ni cuenta bancaria. El transporte público son buses privados que se caen a pedazos. No hay atención médica de calidad (el actual ministro de Salud se operó en Brasil recientemente) y eso que los paraguayos pagan uno de los mayores gastos per cápita en salud privada de toda América del Sur, recuerda Serafini. Por eso, más de un millón y medio de sus nacionales vive fuera de Paraguay. ¿Qué paraíso es abandonado por sus propios habitantes?
La migración en busca de empleo y asistencia médica o seguridad jurídica no se ha detenido, como tampoco la corrupción y los Gobiernos del Partido Colorado, que manejan los tres poderes del Estado desde hace 74 años. Es difícil encontrar a alguien en Paraguay que no tenga a su madre, su padre o su tía trabajando en España, Argentina, Brasil o Estados Unidos.
En la última década la desigualdad ha aumentado y se nota en la capital. Las grandes fortunas, como la del expresidente Horacio Cartes, han invertido en una nueva zona financiera. En un pequeño barrio residencial, en el cruce de la avenida Santa Teresa, han levantado rascacielos, hoteles de lujo y decenas de estaciones de servicio, lejos del río y del origen histórico de la ciudad. También lejos de los barrios populares, abandonados, como el centro, a su suerte.
“El agua subió de golpe”
“Nos quedamos impactados porque el agua subió de golpe. Mientras dormíamos seguía saliendo agua, subía un metro cada hora. De repente nos despertamos en el agua, teníamos mucho miedo”, cuenta Nati Arias, madre soltera de 28 años que ha debido dejar su casa de ladrillo por una de láminas de madera en un refugio hace un mes. El refugio es el patio de una parroquia a seis kilómetros del centro de Asunción. A la intemperie. Casitas de una habitación con techos de chapa y bolsas de plástico negras para intentar frenar el viento o la lluvia tropical que cae día si y día no en esta época. Una veintena de niñas y niños juegan entre escombros porque no pueden ir a su escuela, inundada como sus casas. Todos esperan a que la olla comunitaria con guiso y arroz esté lista.
Como ella, uno de cada cuatro asuncenos vive en los bañados, los barrios más humildes y que deben su nombre a que se extienden a la vera del río Paraguay. Barrios sin servicios públicos que crecen de forma directamente proporcional a las expulsiones de familias agricultoras del campo. Más de un millón de personas han dejado el campo paraguayo en las últimas dos décadas, según la Federación Nacional Campesina (FNC). Un país cuya economía está volcada a la producción de ganado y monocultivos de soja transgénica, negocios que crean muchos menos puestos laborales que la agricultura familiar campesina, la industria o el sector de servicios.
Desde la dictadura de Alfredo Stroessner, la más larga de América Latina (1954-1989), que la mayor riqueza del país, la tierra, fue repartida en pocas manos. En Paraguay, apenas el 2,5% de la población es dueña del 85% de la superficie cultivable, según datos de Naciones Unidas. “Es uno de los países del mundo con la mayor desigualdad en posesión de la tierra”, dice Fernando Masi, director del Centro de Análisis de la Economía Paraguaya (Cadep).
Son los herederos de esa dictadura, colorados en su mayoría, los que siguen adueñados de las fértiles tierras rojas de la cuenca del inmenso río Paraná y Paraguay. Antes selvas húmedas con jaguares, hoy extensas praderas de soja o de pasto y vacas y sin árboles en kilómetros a la redonda. Las reservas de bosque que quedan están en las comunidades indígenas de los cerca de 400.000 integrantes de 19 culturas y naciones nativas como los guaraníes, enxet, qom y ayoreo.
Quizá por eso, por primera vez en la historia de Paraguay, la Federación Nacional Campesina y la Organización Nacional de Aborígenes han optado por apoyar en estas elecciones a un candidato a la presidencia, a Efraín Alegre, de la Concertación Nacional. “Paraguay Pyhurā, el brazo político de la Federación, viene a sustituir las ausencias de los partidos campesinistas del Frente Guasu (Tekojoja, Convergencia Popular Socialista, Unidad Popular)”, cuenta el novelista y periodista paraguayo Julio Venegas Vidallet. “Es probable que este nuevo partido levante ese día entre 100.000 a 120.000 votos”, dice Venegas. En las elecciones de 2018, el Partido Colorado ganó por unos 100.000 votos.
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