Todos los frentes abiertos de Putin

La rebelión fallida de los mercenarios de Wagner ha mostrado las grietas en el poder del líder ruso. Además de la guerra en Ucrania, el presidente afronta el desapego de parte de la sociedad, un sombrío horizonte económico y la presión internacional

Vladímir Putin besaba el miércoles a una participante del baño de masas que promovió el Kremlin en Derbent, en la república rusa de Daguestán.Foto: GAVRIIL GRIGOROV/SPUTNIK/KREMLIN (EFE)

Cuando lanzó la guerra sobre Ucrania en febrero de 2022, Vladímir Putin pensaba que el pueblo ruso sería capaz de distinguir “a los patriotas de verdad de la escoria y los traidores”. Así lo expresó en un acto en el estadio moscovita de Luzhnikí un mes después, donde también afirmó que la quinta columna rusa la formaban aquellos que habían abandonado el pa...

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Cuando lanzó la guerra sobre Ucrania en febrero de 2022, Vladímir Putin pensaba que el pueblo ruso sería capaz de distinguir “a los patriotas de verdad de la escoria y los traidores”. Así lo expresó en un acto en el estadio moscovita de Luzhnikí un mes después, donde también afirmó que la quinta columna rusa la formaban aquellos que habían abandonado el país o rechazaban servir en el ejército. Se equivocaba: el primer gran golpe no se lo ha propinado ningún disidente demócrata, sino los mismos mercenarios a los que hace un mes felicitaba por la conquista de la localidad ucrania de Bajmut. La rebelión del grupo Wagner el pasado fin de semana ha mostrado grietas en la fidelidad al presidente ruso y ha expuesto debilidades en su control del régimen. A las consecuencias del intento fracasado de golpe militar en mitad de la guerra contra Ucrania se suman otros frentes abiertos a los que está expuesto Putin, desde el desapego social a su figura al deterioro económico, pasando por el creciente aislamiento internacional.

El silencio de muchas figuras próximas al Kremlin durante el avance de los mercenarios hacia Moscú ha sido más estruendoso que las diatribas contra la cúpula del ejército y del Ministerio de Defensa de Yevgueni Prigozhin, el jefe de Wagner. Llamativa ha sido también la reacción del propio pueblo ruso, el que supuestamente respaldaba sin fisuras al líder: no se formó ninguna manifestación en apoyo de Putin, mientras que las tropas rebeldes fueron agasajadas por grupos de ciudadanos en su avance hacia la capital rusa.

La indiferencia de la población ante el golpe ha encendido las alarmas en el Kremlin tras 23 años en los que Putin parecía imprescindible. El mandatario intenta ahora recuperar el contacto con la ciudadanía, de la que se distanció con la pandemia.

Putin también ha dado muestras de confiar cada vez menos en sus asesores. Tras permitir la salida del jefe de Wagner a Bielorrusia, uno de los generales más populares, Serguéi Surovikin, ha sido interrogado por su estrecha relación con Prigozhin. La división interna del ejército se ha hecho aún más palpable tras el amotinamiento y hay otro gran señalado: el ministro de Defensa, el general Serguéi Shoigú, del que muchos recuerdan que es del círculo íntimo del presidente, pero no militar de carrera.

Los planes de Putin han revelado fisuras esta última semana. La industria militar trabaja a pleno rendimiento y los misiles para atacar a Ucrania no se han agotado, pero la insurrección de Prigozhin, con quien simpatizan muchos soldados por haberse atrevido a criticar al alto mando, ha evidenciado el desencanto de parte de los rusos. Además, la fuerte devaluación del rublo y los nuevos impuestos extraordinarios revelan que la situación económica no es tan boyante como presume el Kremlin. Las sanciones internacionales también hacen mella.

El tiempo corre y en el horizonte están las elecciones presidenciales de marzo de 2024. El margen para errores se estrecha en medio de la indiferencia de los ciudadanos tras 16 meses de guerra.

Yevgueni Prigozhin, el 24 de junio en Rostov del Don.AP

La sociedad rusa, entre la indiferencia y el miedo

Al final de la avenida de Novi Arbat de Moscú, un monumento recuerda que allí fueron asesinados “tres defensores de la democracia” al manifestarse junto a otros miles frente a los golpistas que pretendían desalojar a Mijaíl Gorbachov en agosto de 1991. Murieron a manos del batallón que capitaneaba un entonces desconocido Serguéi Surovikin, hasta hace una semana uno de los generales más aclamados de las Fuerzas Armadas rusas y camarada de Yevgueni Prigozhin. A diferencia de hace tres décadas y pese a la petición de estrechar filas en torno al presidente, los ciudadanos no tomaron las calles para mostrar su apoyo al Gobierno tras la fallida rebelión contra el alto mando y contra el Kremlin del 23 y 24 de junio. Miedo, indiferencia y hastío fueron los sentimientos que despertó el enfrentamiento militar y político en los rusos de a pie.

“En 1991 teníamos claro que había un lado bueno y otro malo. Ahora no hay opción: malo o malo”, afirma una moscovita que había empezado la universidad cuando se produjo el golpe de la cúpula comunista contra Gorbachov. No tuvo miedo entonces de mostrar su rostro públicamente. Hoy, como muchos otros, prefiere hablar desde el anonimato. “Lo mejor para nosotros será la opción menos mala”, agrega.

Otra mujer, Asia, considera que la situación política no está en sus manos. “Comprendí que la situación era grave [cuando se produjo el intento de golpe de Wagner], pero no podía influir en ello. Tuve miedo, planeé qué hacer si hubiera pasado algo realmente grave”, dice por teléfono. Su alternativa era marcharse a Kazán, a unos 800 kilómetros al este de Moscú. Muchos rusos se fueron a sus dachas, las casas de campo a las afueras, hasta que se calmase todo.

En Kazán se encontraba Denís —nombre ficticio, ya que quiere preservar el anonimato— aquel fin de semana. “Observaba la situación desde la distancia y me sentía algo más seguro. No pude evitar una mezcla de emociones que iban desde el miedo y la euforia hasta el pánico y una fuerte sensación de curiosidad por el resultado final”, afirma este treintañero. “No me alineo con ninguno de los bandos, solo espero que cualquier cambio se produzca progresivamente y no a través de una revolución. Lo último que quiero ver es otra guerra sin sentido”, añade.

“Ya ha pasado todo” y “ha sido un circo” son dos de las frases más repetidas por los rusos, pese a que una columna con miles de rebeldes avanzó hace ocho días hacia la capital derribando helicópteros de combate y tomando instalaciones militares. Para muchos, ha sido una anécdota y prácticamente dejó de hablarse sobre ello a los pocos días.

“El domingo ya nadie se acordaba”, dice Anna. Natural de Vorónezh, la segunda región por la que pasó Wagner mientras amenazaba con entrar en la capital, relata por teléfono cómo vivieron aquellos hechos su familia y sus amigos. “Mis padres querían ir a la casa de campo el fin de semana, pero [las autoridades] declararon la operación antiterrorista y estaban cortadas todas las salidas de la ciudad; al final se quedaron en casa de unos amigos”. “No entendían mi pánico”, añade.

Los rusos podían ver, incluso por los canales oficiales, que se desarrollaba un motín armado en su país. “El pánico es incomprensible”, escribió a Anna un amigo suyo, “las noticias hablan de un depósito en llamas y de que la policía y la Guardia Nacional han reforzado la ciudad, pero mientras conducía al trabajo no vi nada. Todo está bien en general”. Aquel tanque de combustible había sido bombardeado por las fuerzas rusas para dificultar el avance de los rebeldes, igual que un puente entre dos pueblos cercanos. “Me contaron que el hijo de una conocida no podía volver a casa”, relata Anna.

En los medios estatales rusos se vivió la crisis “no con miedo, sino con adrenalina”. “No entendía nada”, dice una trabajadora de un canal de televisión que quiere mantener el anonimato. “Durante la noche del viernes pensé que todo había sido fabricado, no me creía nada. El sábado tuve la sensación de que algo estaba pasando, pero que terminaría bien. ¡Y lo arreglaron!”, escribe a través del móvil. Y destaca: “Diría que fue gracias al presidente [Putin] y a [Aleksandr] Lukashenko”, mandatario de Bielorrusia, que medió en el enfrentamiento. Prigozhin detuvo finalmente el avance hacia la capital y retiró a sus mercenarios de las instalaciones ocupadas en Rostov del Don para exiliarse luego en el país vecino.

“Esta indiferencia de los rusos ante lo que pueda pasarle al Gobierno es un indicativo de que no lo apoyan [a Putin] y que puede ser muy fácil cambiar uno por otro”, afirma Oleg Lukin, investigador ruso de la página web de análisis El Orden Mundial. “Este suceso refuerza la idea de que Rusia es un país secuestrado. En este caso por una organización criminal que quería derrocar a otra”, sostiene.

Horas después de que los rebeldes de Wagner se retirasen entre los vítores de los vecinos de Rostov del Don y Vorónezh, los moscovitas volvían a hacer vida normal. Pero Putin dio muestras de cambiar de paso. Tras estar aislado del mundo por la pandemia desde 2020, el miércoles se sumergió en una multitud en una visita exprés a Derbent, capital de la república de Daguestán. Abrazos, gritos, selfis. Un gesto dirigido a mostrar que aún goza del apoyo del ruso medio.

Aunque varias voces políticas pidieron unidad en torno al presidente nada más comenzar la rebelión de los mercenarios, la Duma Estatal no se reunió hasta el martes para abordar esta crisis y pedir un apoyo unánime para Putin. “La lección que aprendimos el 24 de junio es muy simple: estamos más unidos”, dijo el líder del populista Partido Liberal-Demócrata de Rusia, Leonid Slutski.

La rebelión coincidió con un sondeo que realizaba en aquel momento el centro de estudios sociológicos independiente Levada. La encuesta reflejó que la crisis ha hundido la imagen pública tanto del amotinado como del ministro de Defensa, Serguéi Shoigú. La aprobación de Prigozhin se hundió del 58% que tenía en vísperas de su alzamiento al 34% a principios de esta semana, mientras que el respaldo a Shoigú bajó del 60% al 51%. Además, llama la atención que esté mejor valorado el presidente checheno, Ramzán Kadírov (71%). El líder de la república caucásica tardó más de medio día en pronunciarse a favor de Putin.

La aprobación de Putin se ha mantenido estable en torno al 82% de los rusos, aunque otra encuesta realizada por Levada del 22 al 28 de junio refleja que el porcentaje de población que considera que el país “va en la dirección correcta” bajó del 67% al 61% ―la cifra llegó a alcanzar el 53% el sábado del motín―.

Una terraza de un restaurante en Moscú, el 25 de junio.Alexander Zemlianichenko (AP)

En la élite se ha tomado nota del éxito cosechado por un crítico Prigozhin y por Kadírov frente a un Kremlin y un Ministerio de Defensa que no admiten errores. Antes del motín, un 19% de los encuestados por Levada estaba dispuesto a apoyar al dueño de Wagner si se presentaba a las presidenciales de 2024, aunque esta cifra bajó al 10% tras rebelarse contra el Gobierno.

Pese al intento fallido de golpe militar, los productos de los mercenarios no han sido prohibidos, sino que se han convertido en un éxito de ventas en Rusia. Ozon y Wildberries, las principales plataformas de comercio online rusas, ofrecían este sábado 12.228 y 16.278 artículos bajo la etiqueta “Wagner”: banderas, parches, llaveros, tazas, camisetas... con la calavera de los rebeldes e, incluso, imágenes del propio Prigozhin.

Mientras que la venta online se ha disparado, en las tiendas de productos militares y recuerdos es mucho más difícil encontrar sus productos, al menos en la capital. “No, no tenemos nada”, respondía esta semana con evidente nerviosismo una vendedora al preguntarle si ofrecía algo de Wagner. El motín seguía reciente y no había asimilado aún que el grupo en realidad sigue siendo legal gracias a que Putin ha garantizado su seguridad: los mercenarios podrán integrarse en el ejército, ir a Bielorrusia o dejar las armas.

El horizonte electoral

La guerra está a punto de entrar en campaña electoral en Rusia. Quedan nueve meses para los comicios presidenciales de marzo de 2024 y Vladímir Putin aún no ha anunciado si será de nuevo candidato, aunque en el plano político mantiene de momento la situación bajo control: la oposición democrática está en prisión o en el exilio, y los partidos que forman parte del Parlamento han reiterado su fidelidad al presidente tras la algarada de Wagner.

Pero las elecciones más importantes para el Kremlin no serán las rusas, sino las estadounidenses de noviembre. La gran esperanza de Putin es el regreso de Donald Trump, quien insistió esta semana en una entrevista en la agencia Reuters en que se debe forzar a Ucrania a hacer concesiones a Rusia.

Los partidos satélites del Kremlin han pedido encarecidamente unidad en torno a Putin, pero ha resultado llamativo que se tomasen su tiempo para posicionarse abiertamente del lado del mandatario. El líder de la oposición oficialista, el presidente del Partido Comunista de Rusia, Guennadi Ziugánov, esperó a que Putin se dirigiese a la nación para denunciar el motín militar más de 12 horas después de su inicio. Y el presidente de la Duma Estatal, Viacheslav Volodin, uno de los primeros en criticar la rebelión, aguardó hasta las once de la mañana del sábado 24, con la columna de mercenarios camino de Moscú.

La sensación general es que Putin ha cerrado la conspiración de Wagner solo temporalmente con su perdón a los mercenarios. “Algunos actores pueden tener la impresión de que jugar con el poder e incluso una rebelión abierta con víctimas no tendrá consecuencias que sean peligrosas para ellos personalmente: ganarán (tomarán el poder) o no perderán (serán perdonados y exonerados de responsabilidad)”, afirma Mijaíl Kariaguin, experto del Centro de Coyuntura Política.

“¿Cómo se va a estabilizar el sistema político así?”, se pregunta Kariaguin al recordar que las autoridades rusas critican, por un lado, un orden internacional con normas no escritas, al tiempo que hacen ver que la ley no se aplica a ciertas personas en el país.

El disidente Alexéi Navalni anunció en una de las vistas de un nuevo juicio al que se enfrenta que su equipo contactará con los rusos que apoyan la guerra para intentar convencerlos de su fracaso. Según el opositor, un 20% de la población ha perdido algún conocido en combate frente al 5,6% al inicio de la movilización el año pasado.

Apenas una décima parte de los rusos apoya las acciones de Navalni, según una encuesta del instituto Levada. Sin embargo, la amenaza política puede surgir en el lugar más inesperado. En los últimos comicios nacionales, las legislativas de 2021, fue el jefe del Partido Comunista en Moscú, Valeri Rashkin, quien abanderó las manifestaciones por un supuesto fraude electoral masivo a través del voto electrónico. Solo su detención semanas después apagó las protestas.

Aquellas elecciones tuvieron lugar en un escenario más o menos estable. Las presidenciales de 2024, si los planes de Putin no cambian, tendrán lugar en el segundo aniversario de una guerra que ha costado ya más vidas que las de Chechenia y Afganistán.

La batalla en Ucrania

El presidente ruso es hoy poco más o menos que el diablo en Ucrania, donde perciben con cierto alivio la tormenta de inestabilidad que nubla las altas esferas de poder del Kremlin, ahora que Kiev ha lanzado la esperada contraofensiva para recuperar el territorio ocupado en el sur y en el este. “Mejor que no te diga qué pienso de él”, responde a pie de calle en la capital ucrania Anastasia, una joven de 22 años. Fracasados sus intentos de subyugar en las dos últimas décadas los resortes del poder de Kiev, Putin puso en marcha en 2014 la anexión ilegal de Crimea, la guerra en Donbás, en el este, y finalmente, la gran invasión de febrero de 2022. Lo hizo impulsado por un imperialismo con aroma a la Unión Soviética y apoyado en su particular tergiversación de la historia, que considera al país vecino, independizado en 1991, un ente artificial. Su obsesión por Ucrania ―su “desnazificación”, insiste― y su determinación a someterla por las armas no solo han dejado a Putin casi aislado del resto del planeta, sino que han multiplicado las crisis alimentaria, económica y energética.

Nadie siente, en todo caso, que los designios de Putin se vayan a evaporar tras el sonado conflicto con el jefe de Wagner. “No es cierto que Putin se vea obligado a dar marcha atrás en sus planes para Ucrania. No lo ha hecho durante 16 meses y no creo que lo haga en el futuro”, opina Yevhen Mahda, director del Institute of World Policy de Kiev. “Putin cree que Ucrania es un territorio creado de forma artificial, cree que Estados Unidos está en guerra con Rusia en Ucrania (…) y que ese país está ocupando lo que él llama ‘tierras rusas históricas”, explica este analista político. En ese sentido, ha tratado de manera sistemática de someter al vecino. “En febrero de 2022, esperaban capturar Kiev en tres días, obligar a Ucrania a cambiar el Gobierno, y luego esperaban utilizar el potencial ucranio para adentrarse más en Europa”, sostiene Mahda. Ahora, el líder ruso se enfrenta a la contraofensiva que ha iniciado Kiev.

Mercenarios de Wagner, el 24 de junio en Rostov del Don. STRINGER (REUTERS)

“Putin está más amenazado que yo”, concluía el viernes el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, durante un encuentro con medios españoles. “A mí solo me quiere matar Rusia y a Putin lo quiere matar todo el mundo”.

Un panorama económico sombrío

La economía rusa se tambalea. Su sistema financiero resistió el castigo internacional en 2022 mejor de lo previsto, pero el efecto de las sanciones occidentales, la drástica reducción de los ingresos públicos derivados de la venta de energía y el aumento del gasto militar han provocado que entre enero y abril se superase el déficit presupuestario previsto para todo el año fiscal, al acumular un agujero de 3,4 billones de rublos (41.000 millones de euros). La necesidad del Kremlin de elevar más la inversión en su ejército para tratar de revertir la dinámica en el campo de batalla choca con la intención de mitigar al máximo el impacto de la guerra en la sociedad rusa para evitar que surjan brotes de descontento.

La batería de sanciones sin precedentes que la UE, Estados Unidos y otros aliados aprobaron al inicio de la invasión provocó el desplome del rublo a mínimos históricos y la Bolsa de Moscú suspendió su actividad durante un mes. Diversos analistas proyectaron una contracción de más del 15% del PIB ruso en 2022; el presidente estadounidense, Joe Biden, aseguró que se reduciría “a la mitad en unos años”. Tras el primer impacto, el Banco Central duplicó los tipos de interés e inyectó liquidez a la banca mientras las exportaciones de hidrocarburos se disparaban con las ventas a China e India. El superávit comercial creció un 70% el año pasado, superando los 300.000 millones de euros, y el PIB solo menguó un 2,1%, menos que al inicio de la pandemia.

Los efectos de las sanciones al crudo ruso se han hecho esperar hasta 2023. Desde diciembre, la UE, el G-7 y Australia impusieron un veto total a la importación y un tope de 60 dólares sobre el precio de los barriles de crudo procedentes del gigante euroasiático y transportados por navieras occidentales hacia cualquier destino. En los primeros cinco meses de 2023, los ingresos por la venta de petróleo y gas se desplomaron un 52% respecto al mismo periodo del año anterior y el rublo marcó su nivel más bajo frente al dólar desde los primeros compases de la guerra.

Ante el sombrío panorama económico, y con las tropas desplegadas en Ucrania cada vez más exhaustas y con menos recursos, el Kremlin busca fórmulas para multiplicar el gasto militar sin que repercuta profundamente en la calidad de vida de la sociedad rusa, ya mermada por la inflación. Se desconoce cuánto invierte Rusia en costear la guerra. Desde la primavera de 2022, el presupuesto público es cada vez menos transparente y el Gobierno financia el esfuerzo bélico por vías indirectas.

Aun así, el incremento del gasto militar ruso ha sido menor del que cabía esperar ante los síntomas de debilidad que exhibe su ejército en Ucrania. The Economist estima que Moscú no dedica más del 3% del PIB a sufragar la guerra, mientras que la URSS invirtió más del 60% en algunas etapas de la II Guerra Mundial. El Consejo Alemán de Relaciones Internacionales (DGAP) y el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (Sipri) calculan que Rusia ha elevado el gasto total en defensa a cerca del 5% del PIB, frente al 3,6% de 2021.

“A diferencia de Ucrania, que activó una economía de guerra, Rusia intenta evitar los recortes de gasto público”, sostiene Guntram Wolff, director del DGAP. “La opción de movilizar todos los recursos del país para financiar la guerra, al estilo soviético, sería tremendamente perjudicial en términos económicos y peligrosísimo para Putin”, agrega el economista alemán. Lucie Béraud-Sudreau, investigadora del Sipri, considera que el Kremlin “aún tiene bastante margen de maniobra” para elevar el gasto militar sin adoptar medidas drásticas para la población. Tanto Wolff como Béraud-Sudreau inciden en que el Fondo Nacional de Inversión Ruso posee activos por valor de más de 150.000 millones de euros.

Varios factores ennegrecen aún más el panorama económico. Por un lado, Occidente mantiene congelados bienes del Banco Central ruso por valor de en torno a 300.000 millones de euros. Por otro, Moscú invierte cifras ingentes en reconstruir la ciudad ucrania de Mariupol —su mayor conquista en 16 meses— y en las prestaciones sociales de los habitantes que viven en las zonas ocupadas de las regiones de Jersón, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk, anexionadas ilegalmente en otoño.

La sangría demográfica y la fuga de empresas y capital humano agudizan la grave situación económica. Más de un millón de rusos se han exiliado desde febrero de 2022. Y 300.000 hombres fueron movilizados forzosamente al frente. La tasa de desempleo está en mínimos históricos —3,2%—, pero diversos sectores, como la industria armamentística, se han visto gravemente perjudicados por la escasez de mano de obra cualificada y la imposibilidad de importar tecnología occidental. Moscú ha forzado a los gobiernos regionales a asumir parte del gasto bélico, como los uniformes y el equipamiento militar —muy precario, generalmente— de los jóvenes reclutados en su territorio.

La unión de los adversarios en la escena internacional

El porvenir del régimen de Putin depende en gran medida de la evolución del contexto internacional. El desarrollo de la guerra en Ucrania o las vicisitudes de la economía rusa están vinculados a las decisiones que tomen Occidente, China y otros grandes actores del tablero global.

De entrada, desempeña un papel fundamental el núcleo occidental que ha impuesto sanciones a la economía rusa (unos 40 países) o que respalda con armas a Ucrania (unos 30). Los suministros son clave esencial del balance de fuerzas en la guerra, y las sanciones, aunque no han doblegado a la economía rusa, sí la han malherido.

En este frente, la perspectiva para el Kremlin no es buena, ya que se detecta una fuerte determinación de los adversarios a permanecer unidos e insistir en esa línea. Desde el inicio de la invasión, la OTAN se ha ampliado, la UE ha respondido con unidad y ha superado la dependencia de la energía rusa, mientras que las relaciones entre democracias atlánticas y pacíficas se fortalecen.

En segundo lugar, resulta de enorme importancia la acción de China. Pekín ha ido exhibiendo su determinación en afianzar una relación estratégica con Rusia, con la que comparte el recelo ante la preeminencia del mundo occidental. El comercio entre ambos países entre enero y mayo ha sido este año un 40% superior al del año anterior. China ha comprado más energía rusa y ha aumentado las exportaciones a una Rusia bajo sanciones.

Sin embargo, la relación entre Pekín y Moscú tiene claros límites. China no ha suministrado, que se sepa, apoyo militar, y también está evitando exportaciones de productos avanzados y sensibles, porque teme sanciones secundarias por parte de Estados Unidos, un socio comercial enormemente más importante para ella. En todo caso, este desarrollo de las relaciones sino-rusas es, de facto, una senda que conduce a una Rusia en posición de fuerte inferioridad y dependencia ante China.

Los presidentes de China y Rusia, Xi Jinping y Vladímir Putin, el 20 de marzo en Moscú.Sergei Karpukhin (AP)

En tercer lugar, es relevante la relación con un amplio sector de países que algunos definen como sur global o que pueden considerarse no alineados. Si bien fueron 141 los países que condenaron la invasión de Ucrania en la Asamblea General de la ONU, un centenar de ellos —más otro medio centenar que se abstuvo o no participó en la votación— no quieren imponer sanciones o cortar lazos con Rusia. La India, en concreto, está echando un balón de oxígeno con grandes compras de petróleo; Brasil libra una ofensiva diplomática que el Kremlin agradece al reclamar que se consideren las razones de Moscú y las presuntas provocaciones de Occidente y Kiev; la reelección de Recep Tayyip Erdogan en Turquía fue también una buena noticia para Rusia.

Aquí también, no obstante, hay dificultades para el Kremlin. La India no piensa cortar lazos, pero se aleja de su dependencia de la venta de armas rusas y se acerca a Washington; la influencia de Brasil es muy baja; la crisis con Wagner complica la proyección de influencia en países africanos donde el grupo mercenario era la longa manus de Moscú. Además, la relación con Riad en el seno de la OPEP+, buena en los últimos años, ha dado síntomas de deterioro y divergencias en las últimas semanas.

Por último, Moscú ve también cuestionada la proyección de su influencia en el que considera su patio trasero. Los países de Asia central miran cada vez con mayor intensidad hacia Pekín —con un Kazajistán especialmente orientado hacia una posición de independencia—; en el Cáucaso, el Azerbaiyán respaldado por Turquía gana enteros frente a la Armenia apoyada históricamente por Rusia. Y en Europa, Moldavia pisa el acelerador para integrarse en la UE.

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