Sunak, el candidato pragmático convertido en primer ministro derechista
El jefe de Gobierno británico, que llegó al poder con un aura de moderado, trata de dar la vuelta a las encuestas con una política muy conservadora en asuntos como migración, medio ambiente y género
En sus escasos 10 meses al frente del Gobierno británico, Rishi Sunak puede mostrar a sus votantes una agenda genuinamente derechista. El Ejecutivo conservador que lidera ha impulsado controvertidas apuestas como la mano dura en inmigración, con medidas calificadas de “inhumanas” por miembros de su propio partido; ha promovido nuevas licencias para gas y petróleo en el mar del Norte, lo que le ha valido críticas por su falta de compromiso en la lucha contra el cambio climático; y también ha encabezado un polémico veto a la ley de autodeterminación de género de Escocia. Son decisiones que chocan con la imagen de moderación que tenía Sunak antes de llegar a Downing Street y que muchos analistas interpretan como un intento, casi a la desesperada, de dar la vuelta a unas encuestas que sitúan a los laboristas en cabeza, muy por delante de los conservadores. Sin embargo, la deriva derechista del primer jefe de Gobierno británico de origen indio tiene tanto que ver con sus intereses electorales como con una ideología de la que ya ha hecho gala en el pasado.
Como protegido de David Cameron, el premier que auspició el referéndum del Brexit, Sunak puso en jaque su prometedora proyección en 2016 al ir en contra de la línea oficial y apoyar la salida de la Unión Europea, en línea con el sector más conservador del partido. Sin embargo, más recientemente, su apuesta por la prudencia fiscal durante las primarias del año pasado en el Partido Conservador le dejó sin opciones ante Liz Truss, que se dedicó a prometer a la militancia lo que esta quería oír.
Sunak, hasta julio de 2022 ministro de Finanzas, tuvo que batallar no solo con la etiqueta de perdedor, sino también con la imagen de centrista, probablemente el adjetivo más tóxico entre las bases tories actuales. Truss fue más astuta y, pese a convertirse a la causa del Brexit después del referéndum de 2016, logró el apoyo del sector más a la derecha del partido, por encima de Sunak, un euroescéptico con pedigrí. Truss ganó las primarias, pero la victoria fue pírrica: fue primera ministra durante solo 45 días.
El caos generado por el ascenso y caída de Truss al estrellarse con su rebaja de impuestos contribuyó a consolidar la sensación de sosiego y competencia que transmitía Sunak como el reemplazo ideal. Tras el desconcierto del no menos anárquico Boris Johnson, la responsabilidad fiscal por la que abogaba Sunak y la ausencia de estridencias afianzaron una imagen de moderación. Una imagen que tras 10 meses en el poder se está desvaneciendo. El semanario The Economist lo describía recientemente como “el líder conservador más de derechas de su generación”, en un artículo que sintetizaba la aparente disonancia entre percepción y realidad con el irónico titular: “No, en serio, Sunak es un derechista”.
“Con Boris Johnson, el partido era más de extrema derecha, no en el aspecto económico, sino en populismo, alentando conceptos como derecho por nacimiento y nacionalismo. Y ahora Sunak está intentándolo en ambas facetas: él cree en la desregularización absoluta, que la banca haga crecer la economía, pero considera que necesita políticas populistas de la extrema derecha para ganar legitimidad”, explica Pablo de Orellana, doctor en Relaciones Internacionales en el King’s College y experto en extrema derecha.
El estilo casi anodino de Sunak, su meticulosidad e incluso juventud (43 años) han logrado ocultar parte de sus convicciones, asimilándolo con un perfil más centrista. “Ha hecho un pacto con el diablo. Una vez en Downing Street se ha entregado al ala más a la derecha de los conservadores. Es la que considera que, como ganó las elecciones, la gente le va a votar con sus tesis populistas, de la nueva derecha”, añade De Orellana.
La paradoja es que, desde su entrada en el Parlamento británico en 2015, Sunak nunca había ocultado su ideario político. Exempleado de Goldman Sachs y miembro del ala liberal del partido, se ha confesado devoto del recientemente fallecido Nigel Lawson, autor de la doctrina monetaria que asumió el thatcherismo. Sunak es su heredero natural, pero la distorsión generada por terremotos como el Brexit o el ingente gasto público durante la pandemia ocasionaron una confusión que llevó a un sector de los conservadores a denunciar como antitory la reticencia de Sunak a bajar impuestos.
El estigma motivó que en 2022, durante la competición con Truss para sustituir a Johnson, se viese en la inusitada obligación de negar que fuese un “socialista encubierto”. Como efecto colateral, consolidó esa imagen de centrista que, una vez en el poder, ha quedado difuminada. A principios de agosto, antes de partir a California para sus primeras vacaciones en cuatro años, Sunak disparó contra las medidas promovidas por autoridades locales para reducir la contaminación, como los llamados barrios de tráfico reducido. “Estoy del lado de los conductores”, declaró.
Mientras Cameron fue el primer líder tory en abrazar la tendencia ecologista y su sucesora, Theresa May, dio rango de ley al compromiso de cero emisiones en 2050, Sunak anunció en julio las polémicas licencias de explotación en el mar del Norte. Y frente a las facilidades dadas por el Gobierno de May para la autodeterminación de género, el premier ha bloqueado una reforma similar impulsada por el Ejecutivo escocés.
El experto De Orellana atribuye esta deriva tanto a principios como a estrategia: “La mejor manera de explicar su convicción ideológica es su apoyo al Brexit. Lo hizo por la desregularización financiera, para convertir al Reino Unido en un Singapur en Europa. Pero ahora considera que, para implementar su visión, necesita el apoyo del ala derecha”. Aunque el profesor del King’s College también detecta un componente de supervivencia: “Se siente terriblemente inseguro. No ganó las elecciones generales, no es la cara del partido, así que necesita absorber esa legitimidad preexistente que había decantado las elecciones” en 2019, con Johnson como vencedor.
Esta agenda conservadora ha chocado con el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, crítico con el envío a Ruanda de inmigrantes irregulares. El Supremo británico ha defendido la viabilidad de este plan de deportaciones. También ha generado críticas la prisión flotante en el sur de Inglaterra para alojar a solicitante de asilo. “Son conflictos simbólicos típicos de la nueva derecha”, asegura De Orellana.
Es ahí donde la deriva derechista de Sunak constituye un arma de doble filo. Cuando en octubre del año pasado se convirtió en el tercer premier en apenas seis semanas, su mejor carta de presentación era el aura de moderación y competencia económica que rodeaba a su reputación. Tras el caos de Johnson y la debacle de Truss, el perfil en el polo opuesto que encarnaba Sunak le granjeó una inusitada posición en los sondeos, en los que su popularidad era notablemente mejor que la de su partido.
El problema parecía ser el desgaste tory tras 13 años en el poder, frente a su líder, que proyectaba disciplina y capacitación, pero, según recuerda De Orellana, “se ha rodeado de gente que no es en absoluto moderada en términos conservadores”. Los laboristas encabezan con claridad las encuestas y las municipales del pasado mayo supusieron un duro golpe para los conservadores. Las próximas generales, a más tardar en enero de 2025, acechan ya a Sunak.
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