Los armenios, ante el conflicto de Nagorno Karabaj: “Somos sus aliados, pero no nos dejan ir”
La población se divide entre las protestas contra el Gobierno por su pasividad y la resignación ante una crisis que dura más de 30 años
El poeta ruso Osip Mandelstam sufrió una sequía creativa durante cinco años. Estaba atascado, y solo un viaje a la entonces república soviética de Armenia, en 1930, logró desbloquear su escritura. En Viaje a Armenia, Mandelstam habla de los paisajes, las gentes y la larga y densa historia de este país, y encuentra en la montaña más sagrada para los armenios, el monte Ararat, el símbolo que mejor expresaba su dolor tras siglos de guerras y pérdida de territorios. Ararat se ve desde muchos puntos del país, pero tras la contienda con Turquía que siguió a la Primera Guerra Mundial y al genocidio de los armenios por parte del decadente Imperio Otomano, este monte quedó dentro de la frontera turca. Casi un siglo después, esta vez en la frontera este del país, los armenios ven cómo la vecina Azerbaiyán se impone en un territorio, Nagorno Karabaj, que muchos consideran propio. Esta semana, una nueva ofensiva ha provocado cientos de víctimas mortales y los combatientes armenios del enclave se han rendido. En la capital de Armenia, Ereván, y en otras ciudades del país, centenares de personas protestan contra la pasividad del Gobierno y temen una nueva limpieza étnica, pero predomina la resignación ante la falta de apoyo internacional y el cansancio por un conflicto que se alarga más de 30 años.
A Gor, un padre de familia de 37 años que tiene un negocio de transporte y cuida de sus caballos cerca de la ciudad de Sevan, le cambia el gesto cuando se le pregunta por el conflicto en Nagorno Karabaj: “Claro que estamos preocupados, tenemos muchos amigos ahí”. Gor sirvió como soldado armenio en los choques armados que durante unos días de julio de 2020 enfrentaron a Armenia y Azerbaiyán por el territorio en disputa. Pese a formar parte del país azerí, Nagorno Karabaj es de población mayoritariamente armenia y quedó bajo la influencia de este país después de que ganara la guerra de 1991-1994.
Ahora, la autoproclamada república de Artsaj —el nombre con el que los armenios del enclave bautizaron el Estado a principios de los noventa, pero que no ha sido reconocido por casi ningún país, tampoco por Armenia, aunque esta mantuvo siempre la tutela y el contacto mediante el corredor de Lachin— se ha quedado sin aliados: ni el Gobierno de Nikol Pashinián, temeroso de una nueva derrota; ni Rusia, alejada de Ereván; ni la UE, que necesita a Azerbaiyán como nueva fuente de hidrocarburos tras las sanciones a Rusia por la guerra de Ucrania. “Yo estuve en 2020, somos sus aliados, pero ahora no nos dejan ir. Las fuerzas armenias se han retirado y el Gobierno de la república de Artsaj se ha rendido”, dice con semblante triste Gor mediante el traductor de Google. Su proximidad con el territorio en disputa es muy grande: con 120.000 habitantes, se extiende tras las montañas que quedan a la otra orilla del lago Sevan, el lago que se ve desde su casa.
En Gyumri, la ciudad al norte del país que presume de su dinamismo cultural y artístico, el treintañero Levon está al frente de un taller de cerámica y arte. Un cartel en su estudio indica que todos los beneficios de las ventas irán a ayuda humanitaria para la autodenominada república de Artsaj. “Es un conflicto larguísimo, va más allá de los últimos 30 años, y no creo que termine ahora”, apunta. Además del conflicto en Nagorno Karabaj, ambos países tienen varios territorios dentro y fuera de sus fronteras que están en disputa. Levon insiste en el drama humano que ha supuesto en los últimos tiempos el bloqueo del corredor de Lachin por parte de Azerbaiyán.
Tras los bombardeos del pasado martes, que dejaron cientos de muertos, y ante la pasividad del Gobierno armenio, centenares de personas se han manifestado cada día en Ereván y en otros puntos del país. En la capital se han registrado enfrentamientos y más de 80 personas han sido detenidas. El jueves, día de la independencia armenia, fue una de las jornadas con más movilizaciones.
En muchos de los mapas e imanes que se venden en las tiendas de recuerdos, se representan como propios los territorios de Nagorno Karabaj, y en cafeterías, restaurantes y hasta en la aplicación móvil para pedir un taxi aparecen mensajes de apoyo, pero pese a todo, en la capital armenia la vida sigue. Llena de turistas, mayoritariamente rusos, en la plaza de la República solo hay una furgoneta policial y una decena de soldados que protegen las puertas del palacio del Gobierno, cuyos cristales están rotos tras las últimas protestas. No hay más presencia del conflicto, excepto por unos jóvenes que, en una calle cercana, recogen ropa, comida y medicamentos para enviar a Nagorno Karabaj. La policía les pide la documentación, les enrolla la bandera de la república de Artsaj que tenían expuesta —algo que hubiera sido impensable hace solo unas semanas, cuando podía verse por todos lados, y que revela cómo el Gobierno armenio busca acomodarse a las demandas de Azerbaiyán—, y supervisa su actividad, pero les deja continuar.
“Solo quieren controlar lo que hacemos”, apuntan Gohar, Anzhelika y Marina, tres chicas de 16 y 17 años que como el resto de entrevistados prefirieron no dar su apellido. Consideran que “absolutamente todos los armenios tienen a la gente de Artsaj en la cabeza”, aunque admiten que no todos se movilizan: “La gente mayor está cansada tras dos guerras; volver a estos sentimientos les pone tristes, y por eso no se manifiestan. Ahora está todo en nuestras manos”, exponen las jóvenes. Gohar afirma que la situación actual “recuerda a la de 1915″ —cuando empezó el genocidio armenio— y expresa el miedo a que se repita en el enclave que ahora controla Azerbaiyán. También critica al Gobierno de Pashinyán: “Dice que todo irá bien para los armenios que viven ahí, pero simplemente es mentira”. Anzhelika también lamenta la falta de apoyos internacionales: “Parece que si no pasa en Ucrania, no ocurre nada. Y va muriendo gente”.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.