La herencia menguante de Berlusconi, el primer gran populista
Forza Italia se descompone tres décadas después del famoso discurso televisado del fallecido empresario donde anunció que entraba en política para cambiar las reglas del juego. Hoy el partido es una comparsa de la ultraderecha
Todo tenía un aire a experimento, a laboratorio, a revolución. Incluso el invento de Roberto Gasparotti, el realizador encargado de grabar aquel vídeo, a quien se le ocurrió cubrir con unas medias de nailon el objetivo de la cámara para dar calidez a la imagen y, sobre todo, para que el rostro de Silvio Berlusconi, entonces de 56 años y todavía sin rastro de sus tozudas cirugías, apareciese más joven. Fueron nueve minutos que se emitieron la noche del 26 de enero de 1994 en el telediario y que contenían casi todo lo que se vería en la política de los siguientes 30 años: un decorado falso, un empresario metido a político, efectos especiales, lenguaje futbolístico ―“scendere in campo” [salir a la cancha]―, el comunismo como fantasma a agitar contra los productores que debían pagar la fiesta. Fue un éxito. Cuatro veces primer ministro y la inspiración para tantos fenómenos que vendrían, como el propio Donald Trump. Hoy, medio año después de su muerte, tras 30 años de tormentas judiciales, escándalos sexuales, crisis económicas, dimisiones y decisiones que lo cambiaron todo para que todo siguiera igual, prácticamente no queda nada de aquel fenómeno.
“Italia es el país que amo”, comenzó entonces el magnate y presidente del AC Milán mirando a cámara. Y desde ahí, desde aquel decorado, construyó un artefacto inédito en el país transalpino que rompía con el viejo esquema comunismo/democracia cristiana, llegando a cuotas de apoyo y popularidad insólitas. Berlusconi construyó su partido, Forza Italia, sobre los sueños aspiracionales de una clase media emergente. Y con ese relato convenció a media Italia. A la otra mitad, en cambio, la levantó contra una manera de hacer política tan personal como estéril en la cuenta de resultados colectivos. En sus casi 10 años de gobierno, el país redujo su renta per cápita en un 3,1%, según el Fondo Monetario Internacional (el peor dato de la UE en ese decenio). El consumo cayó un 8% y el gasto alimentario un 36%. Subió la presión fiscal 1,6 puntos, pero disminuyó cerca del 11% el gasto en educación o un 30% el de la cultura, mientras crecía un 35% el de defensa. La prima de riesgo —y una troika europea a la que agotó la paciencia— derribó finalmente su obra en otoño de 2011, cuando alcanzó su máximo histórico: 574 puntos. Aun así, durante ese tiempo, el partido se convirtió en uno de los baluartes del PPE (Partido Popular Europeo) en el sur de Europa. A pesar de tener como líder a un verso suelto.
Forza Italia, sin embargo, es hoy una formación residual en el Ejecutivo de Giorgia Meloni y en el mapa electoral italiano (tiene alrededor del 7% de intención de voto, según las últimas encuestas). También es el símbolo de la pérdida de poder del PPE en algunos países donde le ha tomado la delantera la ultraderecha, como en Francia. Es cierto que la formación de Berlusconi siempre fue una filial incómoda que no procedía de la democracia cristiana, como la mayoría de sucursales del PPE. Pero la actual situación deberá resolverse a corto plazo con nuevas alianzas con los partidos más radicales, como ya sucede en Italia. El politólogo Giovanni Orsina, experto en la figura de Berlusconi y de Forza Italia, cree que el partido seguirá existiendo. “Tendrá un papel distinto, claro. Ahora es el ala moderada y minoritaria de una mayoría de gobierno. En su caso, ligada al PPE y con capacidad de hacer de puente entre Meloni y el mainstream europeísta. Hablamos de un 6% o un 7% de apoyos”. El resultado de las próximas elecciones europeas marcará su futuro, que mantiene el pulso principalmente en el sur de Italia.
El legado de Berlusconi, cree Orsina, es hoy más bien sociológico. “Es el electorado de derecha, que él supo catalizar primero. En parte lo descubrió y, en parte, lo inventó. Existía, pero le dio forma. Y hoy, después del paréntesis del Movimiento 5 Estrellas, que rompió el equilibrio de fuerzas, vuelve a representar aquel 45% o 47% de la época inicial de Berlusconi. Pero está en manos de otros partidos. Y por su puesto, aportó la innovación en la comunicación, en la relación entre liderazgo y medios de masas”, apunta. “Pero son cosas metodológicas, no relativas a los contenidos. Porque los contenidos estaban muy ligados al periodo en que apareció. A un optimismo de los años noventa, el énfasis del mercado, la sociedad civil. Era un estado de ánimo, un sueño. La idea de que el futuro sería mejor que el presente. Berlusconi fue capaz de condensar esta década. Y de eso queda muy poco”. Tampoco permanece, prácticamente, ninguno de los grandes fundadores de la formación ni de sus consejeros flotantes. Quizá solo Gianni Letta ―viejo jefe de gabinete de Berlusconi y Rasputín en jefe― o Fedele Confalonieri, su compañero de escenario en los cruceros y hoy presidente de Mediaset.
Berlusconi fue el primer gran populista, pionero también en hablar de ideas como la “vieja política” y de crear un sistema sin aparentes intermediarios entre él y los votantes. Algo de lo que se beneficiaron dos décadas después los partidos basados en una supuesta democracia participativa como el Movimiento 5 Estrellas. Pero fue también quien abrió la puerta de las instituciones a la ultraderecha. Sucedió mucho antes que se hablase de este asunto en Europa. Las crónicas fijan ese momento en el 18 de noviembre de 2007, cuando Il Cavaliere se subió a un coche aparcado en la plaza San Babila de Milán pasadas las seis de la tarde y proclamó el nacimiento de un nuevo partido en Italia llamado Il Popolo della Libertà, la fusión de todo el espectro de la derecha, incluyendo el ala más radical procedente de los rescoldos del fascismo, representada entonces por la Alianza Nacional de Gianfranco Fini. A partir de ese momento comenzaron a desfilar por sus gobiernos personajes procedentes de forma más o menos lejana de aquel mundo, como la propia Giorgia Meloni, que fue su ministra de Juventud entre 2008 y 2011. El resultado de aquel experimento, unido al eterno liderazgo de Berlusconi, fue el de un padre devorado por sus hijos.
El partido está en manos ahora mismo de varias corrientes, sobre las que se impone Antonio Tajani, quizá el único fundador con un papel realmente activo hoy. El expresidente del Parlamento Europeo es el responsable de los acercamientos entre el partido y la ultraderecha, bendecido siempre por el presidente del PPE, Manfred Weber. “Siento el espíritu de 1994″, ha dicho en los últimos días, aludiendo al vigor de una época necesario ahora para refundar un partido menguante. Pero, en parte, el pecado original corresponde a Berlusconi, que nunca quiso nombrar de forma clara a un sucesor cuando estaba vivo.
Este viernes, 30 años después, lo que queda de aquel mundo se reunirá en el Salone delle Fontane, en el barrio del EUR de Roma. El acto será presentado por el periodista Bruno Vespa, conductor del histórico programa Porta a Porta, que en 2001 puso su plató a disposición de Il Cavaliere para que firmase en directo su famoso Contrato con los italianos. Sonará Azzurra Libertà, el himno del partido. Y seguro que habrá quienes se emocionen. Y luego, será el momento perfecto para comprobar cómo ha envejecido el vídeo de nueve minutos que anunció uno de los mayores cambios políticos de la segunda mitad del siglo.
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