Chad elige presidente con la pugna entre Rusia y Occidente como telón de fondo
El país escoge entre el presidente Déby y el opositor Masra en unos comicios que ponen fin a la transición
En la guerra silenciosa que libran Rusia y Occidente por ganarse el favor de los países del Sahel, Chad se ha convertido en el escenario de una decisiva batalla. Seducido por ambos bandos y rodeado de conflictos por todas sus fronteras, el país se mantiene en un precario pero medido equilibrio a la espera del resultado de las elecciones presidenciales que celebra este lunes. Diez candidatos concurren a las urnas, pero tan solo dos tienen aspiraciones de victoria: el general Mahamat Idriss Déby, actual presidente de la transición que parte como gran favorito y pretende legitimar su poder tras el golpe de Estado de 2021, y el primer ministro, el opositor Succès Masra. Los nubarrones de una crisis postelectoral se ciernen sobre todo el proceso.
Pocos dudan de la victoria de Déby. “El régimen controla el proceso desde el principio hasta el final. Todas las instituciones que gestionan las elecciones están en manos de aliados del presidente. No veo cómo Masra puede dar la sorpresa”, asegura el opositor político Abdelkerim Yacoub Koundougoumi, “la historia nos enseña que, de una manera o de otra, el régimen siempre ha salido ganador en todos los comicios”. Aun así, algunos se aferran a la esperanza de un vuelco a la senegalesa: en los últimos días de campaña, el líder opositor ha apretado el paso para marcar distancias con el presidente y sus mítines evidencian su popularidad.
El general Déby subió al poder en 2021 de manera dramática. A mediados de abril, su padre Idriss Déby, entonces presidente, falleció a consecuencia de las heridas sufridas en el frente de batalla, a donde se había trasladado para liderar a sus tropas contra un grupo rebelde que había lanzado una ofensiva desde sus bases en el sur de Libia. Inmediatamente, su hijo se puso al frente de una junta militar para comandar el país, suspendió la Constitución y el Parlamento y anunció un periodo de transición de 18 meses, que finalmente fueron tres años. La comunidad internacional aceptó sin rechistar el golpe de Estado e incluso el presidente francés, Emmanuel Macron, asistió junto al líder golpista al funeral de su padre.
Para Occidente y Francia en particular, Chad se ha convertido en un país clave en su estrategia de seguridad en África. No solo alberga las últimas bases militares francesas del Sahel tras la expulsión de sus soldados de Malí, Burkina Faso y Níger, sino que es el país más sólido y con el ejército más eficaz de una región especialmente conflictiva. Al norte, la inestabilidad libia; al oeste, la amenaza yihadista de Boko Haram que procede de Nigeria, Camerún y Níger; al sur, la guerra sin cerrar de República Centroafricana, y al este, el conflicto sudanés, que acaba de cumplir un año de sangrante violencia. Todo ello hace de Chad, el quinto país más pobre del mundo (Índice de Desarrollo Humano), una de las naciones africanas con más refugiados en su territorio, con 1.230.000, según datos de la ONU.
“Un escenario bastante probable es que Déby obtenga la victoria y Masra no acepte los resultados, lo que podría alumbrar una crisis postelectoral con nuevas violencias. Si Occidente presiona a Déby, este bien podría alinearse con Rusia, a quien no le preocupa lo más mínimo la limpieza electoral o los derechos humanos. Si, por el contrario, Francia respalda al régimen de Déby y mira para otro lado, entonces las cosas podrían seguir como hasta ahora”, opina Koundougoumi, presidente del partido El Pacto de los Fundadores.
En línea con su política de agrandar su influencia en África y consciente de la importancia geopolítica de Chad y de sus problemas de seguridad, Rusia ha ofrecido sus servicios. El pasado 23 de enero, Déby realizó una visita a Moscú, la primera de un presidente chadiano desde 1968, durante la cual se firmaron acuerdos en materia educativa, comercial y de seguridad. En abril, una carta del jefe del Estado Mayor chadiano, en la que pedía la suspensión de las actividades de los soldados norteamericanos en Chad, hizo saltar todas las alarmas. Sin embargo, las negociaciones con Washington están en curso y mucho pasa por lo que ocurra en las elecciones de este lunes.
Represión
En aras de la estabilidad, el general Déby, que acaba de cumplir 40 años, ha utilizado en estos tres años de transición tanto el palo como la zanahoria: convocó un diálogo nacional, tras el que anunció que él mismo sería candidato a las elecciones, pero reprimió con especial violencia a la oposición radical. El 20 de octubre de 2022, unas protestas antigubernamentales acabaron con unos 200 muertos, según organismos de derechos humanos, 73 según el Gobierno. Después de sacar adelante en referéndum una nueva Constitución e integrar al opositor Succès Masra en el Gobierno como primer ministro, el pasado mes de febrero dio la orden de asesinar a Yaya Dillo, su propio primo y su más feroz rival, por un presunto intento de golpe de Estado.
Si bien las posibilidades de Masra son escasas, sus últimos movimientos le presentan como un pragmático estratega: en pocos meses pasó de ser un fiero opositor que tuvo que exiliarse del país tras las protestas de octubre de 2022 a regresar por la puerta grande para convertirse en el primer ministro de la transición. El joven político niega que haya ningún acuerdo secreto con Déby para repartirse el poder y asegura que, desde la cabeza del Ejecutivo, va a velar por la limpieza del proceso. “Me subí al avión de la transición para asegurarme de que habrá un aterrizaje en el aeropuerto de la democracia”, dijo en una reciente entrevista a France24 y Radio France International en la que también mostró su intención de revisar, pero mantener, la colaboración militar con Francia.
Mientras tanto, millones de chadianos tratan de sobrevivir en la pobreza. Pese a ser un país exportador de crudo, el precio de la gasolina ha aumentado hasta en un 40%, los cortes de luz son habituales y el malestar se extiende por el país. “Esos son los verdaderos problemas de los chadianos que han quedado un poco opacados por las cuestiones de seguridad y de alianzas internacionales”, añade Koundougoumi, “el problema es que al final muchos ciudadanos no votarán por un proyecto o un programa, sino más por lealtades de clan. En cierto sentido, el sistema tradicional sigue muy vigente. Y Déby, igual que hizo su padre, usa el partido y reparte cargos y privilegios para confiscar el poder y mantenerse en él”.
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