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Gaza, un Ramadán con miedo al fin de la tregua y sin ayuda humanitaria: “Ya no tenemos fuerzas para que nos corten la comida”

Los habitantes de la Franja se aprovisionan de productos básicos por temor a la escasez y a la reanudación de la guerra

Niños palestinos esperan para recibir una ración de comida, en Jan Yunis, en el sur de Gaza, este lunes.
Niños palestinos esperan para recibir una ración de comida, en Jan Yunis, en el sur de Gaza, este lunes.Hatem Khaled (REUTERS)
Antonio Pita

En el mundo musulmán, el Ramadán -que comenzó el pasado sábado- es un mes de celebración comunitaria, rezo y beneficencia en el que las calles se decoran y -por las tardes, tras la ruptura del ayuno- se llenan de gente y puestos de comida. Para el gazatí Hossam Nasser están siendo, en cambio, días de “gran ansiedad”, por los crecientes tambores de guerra del Gobierno de Benjamín Netanyahu y su decisión el domingo de cortar indefinidamente la entrada de ayuda humanitaria, para forzar a Hamás a aceptar cambios y vulneraciones del alto el fuego que acordaron en enero. “Por desgracia, dependemos de esa ayuda. De la poca que nos llega, como harina, arroz y lentejas. Vivo con mis hijos, mi hermano y su familia en una tienda de campaña. Y lo digo con franqueza: malditas sean la vida y los años, si esto es la vida”, lamenta a través de mensajes de WhatsApp (Israel impide la entrada libre a la prensa desde el inicio de la guerra). En la noche del domingo, la primera del castigo colectivo israelí, los gazatíes se han apresurado a aprovisionarse. Productos básicos, como la harina, han duplicado su precio.

Como tantos gazatíes, Nasser, de 35 años, ha acabado en una tienda de campaña tras más de un año de tumbo en tumbo. Primero, cuenta, sobrevivió (sepultado bajo los escombros) al bombardeo de su edificio familiar. Lo describe como una de las tres veces en que “la protección de Dios” salvó a su familia de “convertirse en pedazos”.

Luego embutió a su esposa e hijos en el apartamento que otro familiar había alquilado cerca de la capital. Hasta finales de enero, cuando el ejército israelí permitió (en virtud del acuerdo de alto el fuego) a cientos de miles de desplazados del norte al sur de Gaza regresar a sus hogares. Entre ellos, los propietarios de la casa. “Nos pidieron desalojarla”, explica Nasser, que dibuja así su vida hoy: “En la calle, sin un techo, ni calor, ni trabajo, ni carne, a causa del asedio y la pobreza”.

Ahora, teme la “humillación” de que se prolongue el corte de la ayuda humanitaria y le toque buscar a diario comida y bebida, ya sin “poder ni fuerzas” tras 16 meses de invasión israelí. “Además, si la guerra vuelve de nuevo, será una guerra de supervivencia o de extinción”, advierte.

Un grupo de niños hacen cola para recibir comida en Jan Yunis, este lunes.
Un grupo de niños hacen cola para recibir comida en Jan Yunis, este lunes.Hatem Khaled (REUTERS)

La agencia de la ONU para la infancia, Unicef, ha dado este lunes la voz de alarma de la “rapidez” con que la decisión israelí puede tener “consecuencias devastadoras para los niños y familias en Gaza que luchan por sobrevivir”. Unicef explica en un comunicado que pudo introducir en las seis semanas de la primera fase de la tregua (concluida este sábado sin continuidad, por el rechazo de Netanyahu a negociar la segunda fase) hasta mil camiones con agua, medicamentos o vacunas, entre otros. Es el triple que en las seis semanas previas, pero la situación de la infancia en Gaza sigue siendo “nefasta”, también durante el alto el fuego. Así lo evidenció la semana pasada la muerte de siete recién nacidos por hipotermia, según informaron los servicios sanitarios.

Es también un Ramadán con el amenazante zumbido de fondo de los drones. Como los que sobrevuelan a la familia Maruf mientras rompe el ayuno sobre los escombros de su casa en Yabalia, en el norte de Gaza. “No puedo traer a mis hijos comida, ni ropa para cubrirse, […] pero aquí seguimos, también en el mes de Ramadán, haciendo el iftar [la comida con la que se rompe el ayuno en Ramadán] entre escombros, viviendo entre escombros”, señala el padre de familia.

Un vídeo difundido por medios locales muestra a la familia comiendo en el suelo o cortando madera para preparar una hoguera. Colocan el puchero sobre dos ladrillos y un hierro agujereado. Con 200.000 habitantes antes de la guerra, Yabalia es la localidad más destrozada, por una mezcla de bombardeos, incursiones, explosiones controladas y enfrentamientos entre soldados y milicianos, con un duro cerco como colofón, entre octubre pasado y el inicio de la tregua, en diciembre.

Algunos, como los Maruf, se quedaron durante la guerra en una de las zonas más peligrosas, “pese a la destrucción y las pérdidas”. Otros, como Salah al-Hajj Hassan, han aprovechado la tregua para regresar a Yabalia y plantar su tienda de campaña sobre los escombros. O para reestablecerse en lo que queda de sus casas, en ocasiones sin ventanas e incluso fachada para protegerse del frío de las últimas semanas. “Estamos muriendo y no queremos guerra, ni las alertas de desplazamiento, ni hambre para nuestros hijos”, declaraba Salah este lunes a la agencia Reuters. “¿De dónde vendrá nuestra comida?”, se preguntaba.

El ambiente en Gaza (donde casi toda la población profesa el islam) parecía distinto el sábado, cuando recibió el mes sagrado musulmán con eventos colectivos. En Rafah, miles de palestinos compartían el iftar en una mesa corrida que se extendía cientos de metros. A los lados, una hilera gris de edificios en ruinas ilustraba una destrucción sin precedentes desde la II Guerra Mundial. En Yabalia, juntaron decenas de sillas de plásticos para la ocasión, que en tiempos de paz suele disfrutarse en el hogar, con platos cocinados a lo largo de la jornada y dulces especiales.

Una mujer prepara comida para romper el ayuno durante el mes sagrado del Ramadán, en el campo de refugiados de Yabalia, el 2 de marzo.
Una mujer prepara comida para romper el ayuno durante el mes sagrado del Ramadán, en el campo de refugiados de Yabalia, el 2 de marzo. Mahmoud Issa (REUTERS)

Aún quedaban entonces unas pocas horas antes de que terminase la primera fase del alto el fuego y Netanyahu anunciase el bloqueo a la ayuda humanitaria, así que el clérigo musulmán Mufid Al Hasanat manifestaba ante las cámaras su alegría por un Ramadán sin los bombardeos constantes ni las estrecheces del anterior.

“El pasado Ramadán no vivimos días así, ni esta espiritualidad, porque solíamos vivir bajo bombas, destrucción y muerte”, decía Al Hasanat. “Pero este, si Dios quiere, viviremos días distintos, en los que el corazón se llenará de alegría, porque lo recibimos sin sangre ni muertes”. El de 2024 comenzó tras cinco meses de guerra, ya con más de 30.000 muertos, la ONU advirtiendo del riesgo de hambruna en el norte y decenas de gazatíes perdiendo la vida aplastados o ahogados tratando de alcanzar los primeros los cargamentos de ayuda que países como EE UU, Jordania o el Reino Unido lanzaban desde el aire.

Desde el domingo, las imágenes del lado egipcio del paso fronterizo de Rafah recuerdan a las previas a las de entonces, cuando Israel decidió usar el hambre como arma de guerra y los saqueos y problemas logísticos dificultaban el reparto. Cientos de camiones esperan en fila en Egipto su momento para entrar.

Los bombardeos han sido mucho más puntuales durante el alto el fuego, pero han matado a más de cien personas en seis semanas, según el Ministerio de Sanidad del Gobierno de Hamás en Gaza. Desde este domingo, Israel los ha incrementado ligeramente. Los vecinos del este y el sur hablan de más disparos con armas largas y tanques desde la zona tampón en la que siguen las tropas.

El temor a que sea solo el principio se alimenta de las declaraciones de los dirigentes israelíes en los últimos días. Bezalel Smotrich, uno de los ministros con más poder y parte del puñado al que Netanyahu consultó antes de anunciar el bloqueo a la ayuda, pide “abrir las puertas del infierno”, calcando la expresión del presidente de EE UU, Donald Trump. El vicepresidente del Parlamento, Nisim Vaturi, abogó en una entrevista televisiva, el pasado día 17, por aprovechar las nuevas bombas enviadas por Trump para reanudar los ataques con más fuerza que en los 16 meses previos, en los que el ejército israelí combatió, dijo, “con las manos atadas a la espalda”.

El último llamamiento, este lunes, proviene de Itamar Ben Gvir, el líder ultraderechista que renunció hace dos meses (en protesta por el alto el fuego en Gaza) a la cartera al mando de la policía y las prisiones y promete regresar a la coalición de Netanyahu si aplica la iniciativa de limpieza étnica de Trump. Quiere que Netanyahu vaya más lejos y ordene “bombardear los almacenes” en Gaza que guardan la ayuda humanitaria y corte también totalmente el agua y la electricidad. “Debemos hacer pasar hambre a los terroristas de Hamás, antes de volver a la lucha, para poderlos aplastar después con facilidad”, ha asegurado.

El director general de Planificación, Agua y Saneamiento del Ayuntamiento de Gaza capital, Maher Ashur Salem, ha afirmado a la cadena Al Jazeera que el enclave cuenta con alrededor del 25% del agua previa a la guerra. El 80% proviene de la compañía israelí Mekorot (que luego pasa la factura a la Autoridad Nacional Palestina), por lo que un corte del suministro tendría consecuencias terribles. Más aún, agregó, cuando las Fuerzas Armadas de Israel han destruido ya un 75% de las alternativas, como pozos.

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Sobre la firma

Antonio Pita
Corresponsal para Oriente Próximo, tras cubrir la información de los Balcanes en la sección de Internacional en Madrid. De vuelta a Jerusalén, donde ya trabajó durante siete años (2007-2013) para la Agencia Efe. Licenciado en Periodismo y Máster de Relaciones Internacionales y Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid.
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