Luís Montenegro, el primer ministro que cayó por la contaminacion entre política y negocios
El mandatario portugués busca zanjar con una victoria electoral la crisis causada por su empresa familiar que provocó la caída del Gobierno

Un socorrista es alguien experimentado en bregar con la emergencia. Una crisis política es una emergencia sin playa. La que vive Portugal y ha conducido a las terceras elecciones anticipadas en tres años es, sin duda, la emergencia política más trascendental que ha enfrentado Luís Montenegro (Oporto, 52 años), primer ministro desde abril de 2024, abogado de formación y socorrista en los veranos de su juventud en Espinho. “En estas elecciones se juega la supervivencia política por un problema suyo”, afirma tajante António Costa Pinto, politólogo e investigador del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa.
Y pocas cosas le interesan más a Montenegro que la política desde la adolescencia, cuando se afilió al Partido Social Demócrata (PSD, centro derecha) después de acudir a un mitin con sus padres. “Es un típico político del PSD que viene del área local y cuya actividad empresarial está muy ligada a las redes del partido en el centro y norte del país”, describe el politólogo. Empezó de concejal en Espinho con 23 años, se mantuvo como diputado en la Asamblea de la República más de tres lustros y presidió el grupo parlamentario entre 2011 y 2017, los días agrios de la intervención del país por la troika (Fondo Monetario Internacional, Comisión Europea y Banco Central Europeo).
En paralelo se casó con su novia de toda la vida, tuvo dos hijos y cultivó su vida profesional con la creación de un despacho de abogados en 2002, el primer asunto que le dio quebraderos de cabeza porque una parte de sus ingresos procedieron de adjudicaciones directas de ayuntamientos gobernados por el PSD. Una frecuente y peligrosa contaminación entre política y negocios que se ha repetido en su trayectoria.
Su patrimonio desataría otras sospechas, como la relacionada con la construcción de una casa en Espinho de 830 metros cuadrados frente a la playa (la investigación se cerró sin hallar irregularidades) o la compra de dos apartamentos pagados al contado en Lisboa. También sorprendió descubrir que ha vivido en un hotel de cinco estrellas, pagado de su bolsillo a 250 euros la noche, y que solo se mudó recientemente a la residencia oficial de São Bento, “al cuarto que quedaba libre entre despachos de asesores”, dijo en la única entrevista que ha concedido desde el escándalo. “Es difícil de explicar a un portugués que cobra 900 euros al mes que el primer ministro haya pagado 7.500 euros al mes por vivir en un hotel”, destaca el director del Diário de Notícias, Filipe Alves.
De nuevo ha sido la actividad privada la que le ha acorralado, por haber mantenido en la órbita familiar la sociedad Spinumviva cuando se convirtió en primer ministro y dar insuficientes explicaciones. Fundada por él en 2021, con sede en su casa, presta servicios como la gestión de la protección de datos o la reestructuración de negocios. En 2022 traspasó la gerencia y las acciones a su esposa, Carla Montenegro, pero al estar casado en régimen de gananciales le mantuvo como beneficiario directo de los ingresos de Spinumviva. A él le pareció natural su decisión y apeló al derecho de sus hijos a recibir una herencia. En la gestión de todo eso solo aprecia “errores de comunicación”.

A la oposición le pareció escandaloso tener un primer ministro en ejercicio recibiendo pagos de sociedades, incluida una que tiene casinos, cuya concesión será renovada este año por el Ministerio de Economía. “No ha gestionado bien este asunto, podría haber cesado la actividad o finalizar los contratos con las empresas que tienen concesiones del Estado”, apunta Maria João Marques, economista y analista política. “No se trataba de una cuestión de legalidad, sino de prudencia básica. No es un caso para tumbar un Gobierno, pero creo que prefería ir a elecciones”, subraya.
La Fiscalía General de la República estudia tres denuncias por este asunto, aunque de momento no ha encontrado indicios que justifiquen una investigación judicial. Pero aun en el caso de que fuese imputado, Montenegro ha afirmado que proseguirá como candidato. “A pesar de esta mancha y el fallo de credibilidad, es visto como un hacedor. Todavía es un activo electoral para su partido”, opina Marques.
A Luís Montenegro le costó conquistar el liderazgo del PSD. En 2020 perdió las primarias contra Rui Rio. No desistió y volvió a presentarse en 2022 contra Jorge Moreira da Silva, exministro y actual subsecretario general de la ONU. Ganó casi por KO, con un 76%. Con el partido en el bolsillo, se lanzó a la conquista del país. Hizo una campaña, Sentir Portugal, que le llevó a todos los rincones mientras el Gobierno del socialista António Costa se desgastaba en una sucesión de “casos e casinhos” que acabarían en una operación judicial que condujo a su dimisión. Casi nadie le veía madera de líder. Tenía que venderse con el molesto zumbido en sus oídos de los nostálgicos de Pedro Passos Coelho, el ex primer ministro que siempre invocan los amigos de la mano dura porque llevó una austeridad implacable y dolorosa más lejos de lo exigido por la troika.

Así que una mezcla de perseverancia, resiliencia y tacticismo le colocaron ante la oportunidad de su vida cuando se produjo la inesperada dimisión de Costa. En 2024 ganó las elecciones con una ventaja de 55.000 votos sobre el socialista Pedro Nuno Santos. Y, pese a complicarse la vida en el Parlamento, se mantuvo fiel a su palabra y rehusó pactar con Chega, un fortalecido partido de ultraderecha. En campaña se mostró humilde (“Las personas esperan de mí más de lo que fui capaz de mostrar hasta ahora”, dijo), pero en el Gobierno no escondió la arrogancia. “A veces tengo más cosas que hacer que estar respondiéndoles a ustedes a diario”, espetó a los diputados que le exigían explicaciones sobre la empresa.
Dejó de estar disponible para la prensa. Se distanció del presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, pese a compartir militancia. “Había una diferencia generacional, pero también de orígenes. Montenegro es un abogado de provincias, mientras que Rebelo viene de la élite de Lisboa”, compara el periodista Filipe Alves. Su falta de sintonía fue visible. El Jefe del Estado se enteró por la televisión de que el Gobierno se sometería a una moción de confianza. En un discurso, Rebelo de Sousa desveló sus simpatías por António Costa: “Éramos felices y no lo sabíamos”.
En sus 11 meses de mandato, Montenegro se forjó una buena imagen. “Debido a la fragilidad parlamentaria, en que la oposición le obligó a veces a implementar medidas contra su voluntad, apostó por un Gobierno muy dinámico, que tomó muchas decisiones en poco tiempo”, señala Filipe Alves. “Como primer ministro era satisfactorio, continuó con la política de control presupuestario que tenía António Costa y al mismo tiempo logró acuerdos para mejorar las carreras de funcionarios que estaban congeladas desde hacía diez años y pacificó protestas”, resume Maria João Marques.
Esa imagen de fortaleza se derrumbó en el pleno de la moción de confianza, que provocó la caída del Gobierno. Pasó de la irritación a la angustia. Su equipo mercadeó con la retirada de la moción de confianza a cambio de controlar el tiempo de la comisión de investigación sobre la actividad de Spinumviva. El Gobierno cayó y Montenegro pasó a la siguiente pantalla. “En campaña su relato será el de que no les dejaron gobernar y el de los ataques cerrados contra el líder socialista”, prevé António Costa Pinto.
Un anticipo se vivió en el posterior consejo nacional del PSD, donde se cerraron filas con Montenegro y se lanzaron críticas contra Pedro Nuno Santos de esta altura: “Es una corista ordinaria de Chega”. El único que se atrevió a censurar la estrategia del primer ministro fue abucheado. Y el líder del partido, que se juega su futuro en las urnas el 18 de mayo, avisó: “No me dejo intimidar incluso cuando se sobrepasan todos los límites. Estoy aquí para durar”.
Sorprendido como todos los portugueses, el escritor Miguel Sousa Tavares se desahogó en un artículo en Expresso: “Hay siempre muchas razones para hacer caer un Gobierno, esta es particularmente idiota”.

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