Geopolítica del caos
La masacre en Gaza, que llega cuando Netanyahu más lo necesita por las críticas internas, responde a una lógica de impunidad absoluta de Israel. Se clausura así oficialmente el alto el fuego


Israel no ha cumplido ni uno solo de sus compromisos internacionales a lo largo de su historia. Ni ha rendido cuentas por ello. Es parte de la excepcionalidad en que se fundamenta su idiosincrasia como Estado. Y esta falta de consecuencias políticas o legales acumulada es una de las principales razones que ha llevado a la actual situación: que pueda perpetrar un genocidio a la vista del mundo entero.
La masacre de la madrugada de este martes, que ha venido a clausurar oficialmente el alto el fuego en Gaza, no ha sido una sorpresa. Responde a esta lógica de impunidad absoluta: repite un esquema bien conocido, del que son paradigma las matanzas de Sabra y Chatila en 1982, alentadas por el ejército israelí. Ariel Sharon era entonces ministro de Defensa; años después se convirtió en primer ministro.
El ataque no pilla desprevenidos a los palestinos. En las semanas de alto el fuego, el ejército israelí ha arrasado en Cisjordania campamentos de refugiados y ciudades: Yenín, Nablus, Tulkarem. Hay más de 40.000 personas sin hogar y unos 80 muertos. Todo ello fuera de Gaza. En la Franja, este último bombardeo se ha cebado en los campamentos, escuelas y refugios del sur, la zona supuestamente más segura. Es la impronta de Benjamín Netanyahu, un gobernante bastante previsible: está dispuesto a todo con tal de mantenerse en el poder y retrasar al límite su enjuiciamiento criminal. En casa, por corrupción. Y ante el Tribunal Penal Internacional, por crímenes de guerra. En esto, en la amalgama entre intereses privados y nacionales, en no ocultarlo y hasta naturalizarlo como lógica de Estado, se entiende de maravilla con el presidente estadounidense, Donald Trump.
Netanyahu venía amagando con la reanudación de los ataques desde el día mismo de la firma del acuerdo. Sus condiciones eran una filfa, como lo era para él el intercambio de rehenes y prisioneros. La tregua no se ha cumplido: además del goteo diario de ataques y muertos, hace ya 18 días que en Gaza no entra un camión con ayuda humanitaria, y la frontera con Egipto, por donde salían algunos enfermos, está clausurada.
La masacre ha llegado cuando Netanyahu más la necesitaba. Tras haber subido como la espuma su popularidad gracias a la psicosis bélica, estaban resurgiendo las voces críticas, en especial motivadas por la purga de los servicios secretos del Interior, algo sin precedentes en la historia israelí. Era el momento de volver a caldear el espíritu nacional-sionista que tan buenos réditos le ha dado. Según una reciente encuesta, el 52,7% de los israelíes está a favor de que se acometa la segunda fase del alto el fuego.
La coyuntura internacional no podía serle más favorable a Netanyahu. Trump ha puesto en marcha tal geopolítica del caos que todas las convenciones previas han dejado de ser operativas. Y Netanyahu busca llevar el caos al límite: a un enfrentamiento con Irán que fuerce a Arabia Saudí a alinearse con Israel. El primer ministro israelí, que actúa con el beneplácito expreso de Estados Unidos, en los últimos dos meses no ha dejado de bombardear programáticamente el sur del Líbano y de atacar puntos neurálgicos para el nuevo ejército sirio. Aunque no todo le sale según lo previsto: a pesar de sus maniobras, no ha conseguido atraer a sus planes secesionistas para Siria ni a los kurdos de las Fuerzas Democráticas Sirias ni a los líderes drusos. Y mal que bien, Líbano tiene nuevo presidente y Gobierno. Los pueblos tienen esa condición que se llama memoria, que los actuales dirigentes del tecnocaos tienden a despreciar.
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