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COMISIÓN EUROPEA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La debilidad de Von der Leyen frente a Trump desarma a Europa

La cautela es comprensible, pero la amilanada pasividad con la que la UE está respondiendo al presidente de EE UU concede una carta de normalidad a lo que no es más que un chantaje y una violación de las normas globales

Ursula von der Leyen, el 1 de abril en el Parlamento Europeo.

El pragmatismo y la flema de Bruselas ante la segunda Administración de Donald Trump ha pasado de ser una sabia estrategia para no provocar una espiral de aspavientos a convertirse en una amilanada pasividad frente a los furibundos ataques de la Casa Blanca contra el orden internacional y, en particular, contra sus históricos aliados europeos. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, machaca una y otra vez su disposición a negociar con Trump a pesar de que esa mera oferta concede una carta de normalidad a lo que no es más que un chantaje y una violación de las normas pactadas a nivel global.

Los llamados “aranceles recíprocos” de Trump, que pueden llegar a someter a la UE a un gravamen general del 20%, perpetran un ataque unilateral y no provocado contra el resto del planeta. Y, en particular, contra el espacio comercial transatlántico, que es el mayor del mundo, con un intercambio anual de bienes y servicios por valor de 1,6 billones de euros en 2023, más 5,2 billones de euros en inversión total de una a otra orilla del océano (la mitad en cada sentido).

Negociar bajo esa espada de Damocles supone aceptar los parámetros que quiere fijar Trump, es decir, que un país poderoso se arroga el derecho a exigir compensaciones unilateralmente a sus socios comerciales en base a agravios inventados y castigar a los países que adopten legislaciones incómodas para sus multinacionales.

La UE no puede plegarse a ese punto de partida y al mismo tiempo postularse como defensora del orden internacional. Permitir que Trump se salga con la suya equivale a dejar impune la violación de las normas pactadas, un peligroso precedente tanto a nivel internacional, con una superpotencia como China muy atenta a la actitud de Occidente, como a nivel europeo, donde numerosos partidos y varios gobiernos secundan las tesis del estadounidense a favor de imponer la ley del más fuerte aun a costa de reventar las costuras del Estado de derecho.

La respuesta de la UE ante tamaña embestida ha ido de mal en peor. Bruselas se ha arrugado ya dos veces nada más empezar la batalla comercial. Primero, al rebajar su represalia comercial contra los aranceles al acero y el aluminio europeo para no provocar las iras de Trump, que había amenazado con un gravamen del 200% a los vinos europeos (apenas el 1% de las exportaciones europeas al otro lado del Atlántico). Y en segundo lugar, al suspender la aplicación de esa represalia a pesar de que Washington mantiene los aranceles que la provocaron (20% al acero y aluminio).

Los gestos de buena voluntad de Von der Leyen han sido inmediatamente interpretados por la Administración de Trump como una señal de debilidad e impotencia de la UE, incapaz, a su juicio, de atreverse a mantener el pulso como está haciendo China, el único país que ha respondido con contundencia al ataque de la Casa Blanca y ha denunciado sus términos ante la OMC.

La prudencia de la UE es comprensible porque no dispone de la misma capacidad de resistencia que China para igualar el órdago del magnate de la Casa Blanca. A diferencia del gigante asiático, Europa es muy vulnerable por su dependencia tecnológica y militar de EE UU, que expone la seguridad del Viejo Continente, empezando por Ucrania, a los arrebatos de un dirigente imprevisible e irresponsable como Trump.

Pero entre la cautela y la sumisión hay un terreno intermedio que permite a Europa plantar cara a las agresiones comerciales del estadounidense sin llegar a poner en peligro todos los lazos de la relación transatlántica. La UE no merece sumarse a la lista de los países que, según Trump, han ido a besarle el culo para implorar clemencia.

Tobias Gehrke, analista del ECFR, ha apuntado las áreas en las que Europa podría hacerse fuerte y devolver los golpes. Entre las cartas que puede jugar la UE, Gehrke señala la restricción del acceso de empresas estadounidenses a infraestructuras neurálgicas, servicios financieros y contratación pública; reducir la tenencia de bonos estadounidenses (los Estados europeos acumulan 1,55 billones de dólares, el doble que China y más que Japón) o alentar una caída del flujo de turistas europeos (más de 10 millones al año) hacia destinos de EE UU.

Europa, además, es el mayor bloque comercial del planeta, el primer destino mundial por volumen de inversión tanto de entrada como de salida, el mayor socio comercial para 80 países, cuatro veces más que EE UU, y una de las economías más abiertas, con el 70% de las importaciones disfrutando de aranceles muy bajos o cero.

Su posición de fuerza comercial en relación con el país de Trump también es significativa. El 44% del superávit comercial mundial de EE UU en el sector servicios, su brazo fuerte, depende del mercado europeo. Las compañías estadounidenses se lucran con total libertad en servicios que abarcan desde los sistemas operativos a las transacciones financieras, desde la distribución audiovisual a la venta por correo electrónico o las redes sociales.

Von der Leyen ha esgrimido, precisamente, la posibilidad de castigar impositivamente a las tecnológicas estadounidenses si la Casa Blanca prosigue con su ataque arancelario. Pero los recientes gestos de debilidad de la alemana han puesto en duda que la UE tenga el arrojo de castigar a unos tecnooligarcas que cuentan con el padrinazgo de Trump.

Europa no suele salir bien parada cuando reacciona con temor y a la defensiva ante las dificultades. Así le ocurrió durante la crisis financiera. En cambio, su decidida respuesta durante la pandemia o la crisis energética provocada por Vladímir Putin permitió al club superar ambos cataclismos con más holgura que otros países. El caos económico provocado por Trump parece ameritar también una reacción medida, pero contundente, que muestre a la Casa Blanca que Europa no negocia con un revólver arancelario en la nuca.

El objetivo, al fin y al cabo, no es doblegar al gigante estadounidense, sino demostrar a un personaje como Trump, que ni siquiera conoce el origen de la UE, que la dependencia es asimétrica a su favor pero más recíproca de lo que piensa. Y que romper la baraja a lo loco puede salirle más caro de lo previsto.

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