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Tener un hijo mantiene el cerebro de madres y padres más joven (y cuantos más niños, mejor)

Según un reciente estudio, los progenitores presentan una mayor conectividad en redes cerebrales clave sensoriales y motoras que suelen deteriorarse a medida que las personas envejecen

Hijos
Adrián Cordellat

Muchas madres y padres con hijos pequeños a cargo sienten, por momentos, que viven la experiencia de la maternidad y la paternidad en mitad de una neblina mental, con sus cerebros tratando de subsistir a la falta de sueño, la soledad, las cargas mentales, la imposible conciliación y el estrés asociado a todo ello. Algunos, incluso, se preguntan si todo ese sueño perdido, toda esa carga y todo ese estrés no tendrán consecuencias en el futuro, si no les hará más vulnerables a, por ejemplo, padecer determinadas enfermedades neurodegenerativas. La respuesta, según la última evidencia científica, es que todos los aparentes déficits de la experiencia de la crianza asociados a la salud y la calidad de vida no parecen perjudicar al cerebro. Más bien, todo lo contrario.

Según el estudio El papel protector de la paternidad en la función cerebral relacionada con la edad en la mediana edad y la vejez, publicado el pasado febrero en Proceedings of the Natural Academy of Sciences, las madres y los padres muestran patrones de conectividad cerebral que no manifiestan los cambios típicos relacionados con la edad. Concretamente, a través del análisis de escáneres cerebrales e información familiar del Biobanco del Reino Unido, los autores de la investigación concluyen que madres y padres presentan una mayor conectividad en redes cerebrales clave sensoriales y motoras que suelen mostrar una conectividad reducida a medida que las personas envejecen. El efecto, además, parece ser acumulativo: es decir, a más hijos, mejores conexiones neuronales.

Según explica en una nota de prensa Avram Holmes, autor principal del estudio y profesor del Instituto de Salud Cerebral de Rutgers, los hallazgos desafían la idea de que tener hijos genera principalmente estrés y tensión: “La investigación sugiere que la crianza puede proporcionar un enriquecimiento ambiental que podría beneficiar la salud cerebral mediante el aumento de la actividad física, la interacción social y la estimulación cognitiva”.

La neurocientífica española Magdalena Martínez, investigadora en el Departamento de Ciencias Psicológicas y del Cerebro de la Universidad de California Santa Bárbara (EE UU), señala que existen diferentes hipótesis para explicar el beneficio de la experiencia materna y paterna en las trayectorias cerebrales y cognitivas de los progenitores a largo plazo. “Hay hipótesis que apuntan a que, a lo mejor, en las mujeres, este efecto tiene que ver con la experiencia reproductiva del embarazo, con temas hormonales, pero la hipótesis que tiene más fuerza ahora mismo es que el ambiente de crianza en sí mismo es generador de esos beneficios. Es decir, es verdad que hay privación de sueño y estrés, pero también hay mucha interacción social, mucho trabajo de planificación y multitasking, y todo eso, al final, implica entrenar tu cognición continuamente”, reflexiona en declaraciones a EL PAÍS.

La ecuación es sencilla: a más hijos, más necesidad de planificación, más cosas que hacer a la vez y, sobre todo, más grande el círculo de apoyo.

Esta hipótesis, según Martínez, explicaría también por qué el beneficio sobre la conectividad cerebral es mayor cuantos más hijos se tienen. La ecuación es sencilla: a más hijos, más necesidad de planificación, más cosas que hacer a la vez y, sobre todo, más grande el círculo de apoyo familiar y social, ya que a él se van sumando los padres y familiares de los amigos de cada uno de los hijos. “Más allá de que tú seas el padre o la madre y que estés encargándote solo de la crianza de tus hijos, tener una red social más amplia tiene muchos beneficios a nivel cognitivo”, argumenta la neurocientífica.

Entre las áreas cerebrales que incrementan sus conexiones se encuentran también las motoras, aquellas que afectan al movimiento. Por ejemplo, según el estudio, a mayor número de hijos, los padres y madres muestran más fuerza de agarre en las manos. “Si pensamos en las enfermedades neurodegenerativas más importantes y que más incidencia tienen, vemos que afectan a la locomoción, como por ejemplo el párkinson, o a la cognición, como el alzhéimer. Entonces, cualquier tarea en la que estés entrenando a la vez tu cognición y tu locomoción, que podría ser, por ejemplo, la maternidad, pero también hacer deporte, muestran un beneficio importante a largo plazo para prevenirlas”, explica Martínez.

Mismos cambios en mujeres y hombres

Como explicaba Susanna Carmona, neurocientífica del Instituto de Investigación Sanitaria Gregorio Marañón (Madrid), en el reportaje Romper con el modelo de paternidad patriarcal: cuando la biología se impone a la cultura, las últimas investigaciones en el campo de la neuroplasticidad cerebral asociada a la maternidad y la paternidad han demostrado que el embarazo y la maternidad producen una transformación enorme en el cerebro de la mujer. Los hombres también experimentan cambios en sus cerebros, pero estos son de menor calado y se observan más a medio y largo plazo, siempre, eso sí, que se impliquen de forma estrecha y sostenida en el tiempo en el cuidado de los hijos.

En el estudio de Holmes, sin embargo, los cambios favorables en la conectividad cerebral se observan por igual en madres y padres. “Creemos que el entorno de cuidado, más que el embarazo por sí solo, es lo más importante, ya que vemos que los efectos se dan de la misma manera en ambos progenitores”, sostiene en el texto.

Martínez considera que investigaciones como esta ayudan a ir completando poco a poco el puzle de lo que ocurre en el cerebro de mujeres y hombres durante la crianza. “Es indudable que, durante el embarazo, las mujeres que gestan experimentan unos cambios a nivel cerebral únicos y muy pronunciados. Lo que también vemos, sin embargo, es que luego en el posparto parte de estos cambios se revierten parcialmente y que, por el contrario, en el caso de padres y otras parejas no gestacionales el ambiente de la crianza también tiene un impacto, menor, pero importante, en el cerebro y en la plasticidad”, coincide. Partiendo de esa base, la neurocientífica sostiene la hipótesis de que, a largo plazo, los cambios que más perduran en el cerebro son los propiciados por el ambiente de la crianza (añadido en el caso de las madres gestacionales a las reminiscencias de los cambios experimentados en el embarazo): “El efecto del embarazo en el cerebro es más significativo y pronunciado, pero también más a corto plazo, mientras que el de la crianza es más atenuado, pero es acumulativo (día, tras día, tras día), y a largo plazo se puede acabar notando más”, sostiene.

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Sobre la firma

Adrián Cordellat
Escribe como colaborador en EL PAÍS desde 2016, en las secciones de Salud y Mamás&Papás. También ha colaborado puntualmente en Babelia y en la sección de Cultura, donde escribe sobre literatura infantil y juvenil. Dedica la mayor parte de su tiempo a gestionar la comunicación de sociedades médicas y científicas.
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