El cierre de negocios en la capital: las otras víctimas de la pandemia
Las persianas bajadas después de décadas de historia y los carteles de “se renta” salpican las zonas comerciales en el corazón de Ciudad de México
Si uno camina estos días por la imponente calle 20 de noviembre, una de las principales avenidas que desembocan en el Zócalo de Ciudad de México, observa de un vistazo la dimensión de la tragedia. Cientos de locales enormes, de más de 100 metros cuadrados, donde el género de vestidos y trajes de fiesta de mujer se embuten en escaparates y sobresalen hasta los zaguanes, pero por donde no se atisba un cliente. Las promociones anunciadas con carteles pintados a mano se suceden con colores llamativos uno tras otro casi rogando al viandante que compre a precio de saldo cualquier mercancía para un evento que muy probablemente no tendrá en los próximos meses. “Tres por dos”, “70% de descuento”, “liquidación”, “Aproveche el Buen Fin”, “No deje pasar el Black Friday”. Es martes. Y en la fachada de un negocio con más de 60 años de historia, un folio estampado en la persiana anuncia lo inevitable: “Nos despedimos…”.
Héctor Gordillo, de 48 años, uno de los dueños —junto con su hermana Elizabeth— del negocio familiar de vestidos que iniciaron sus abuelos hace más de 80 años, llegados de Michoacán, cuenta en la entrada de una casa antigua del sur de la capital cómo la covid-19 consiguió lo que ninguna otra crisis ni sacudida del país había logrado hasta ahora. La empresa, Modelos Chelo, que heredaron él y su hermana convirtiendo el local en uno de los más emblemáticos de la poderosa avenida de vestidos, cerró sus puertas el 31 de agosto de este año por la asfixia a la que había estado sometida desde el cierre de negocios por la pandemia en marzo.
Cuando su madre, Margarita Cisneros, se jubiló, sus dos hijos continuaron con un negocio familiar de tres generaciones de historia y le cambiaron el nombre: MC (siglas que servían para Modelos Chelo y un nuevo logo en honor a Margarita). Se criaron entre patrones, algodón, maniquíes y tijeras en esta tienda-taller de casi 300 metros cuadrados. Y decidieron especializarse en vestidos pintados a mano con motivos nacionales, que han lucido algunas artistas folclóricas mexicanas como Ángela Aguilar, hija del famoso cantante de rancheras Pepe Aguilar, y han expuesto en eventos patrios de las embajadas mexicanas fuera del país. Pero la renta, de más de 100.000 pesos mensuales (unos 5.000 dólares), cuyos dueños históricos no estuvieron dispuestos a reducir y tampoco a vender en su momento, terminó quebrando un negocio que resistió como pudo seis meses de encierro. Tampoco lograron acceder a los más de 28.000 microcréditos que ofreció a inicios de la pandemia el Gobierno de la capital.
El caso de MC no es el único, la Cámara de Comercio (Canaco) ha advertido esta semana de que más de 32.000 negocios se han ido o se irán a la quiebra en los próximos meses, según una estimación de una encuesta que todavía no han hecho pública, pero que han adelantado a algunos medios locales y ha escandalizado a la ciudad. La exorbitante cifra ha sido matizada rápido por la Secretaría de Desarrollo Económico local, que calcula en muchos menos, unos 1.059, los que se han dado de baja. El baile confuso de cifras no contribuye a un diagnóstico real de la crisis de momento, pero sí adelanta una caída estrepitosa que además ha sucedido en otros países y que se atisba justo aquí, en el corazón comercial de la capital mexicana.
Si hay un lugar donde uno espera actividad a prueba de terremotos, lluvias y asaltos, es el centro de la Ciudad de México. Sus calles configuran un mercado enorme donde se mantiene el esquema gremial, con calles dedicadas exclusivamente a la venta de lámparas, ferreterías, zapatos, instrumentos musicales, vestidos de fiesta y damas de honor. Locales con décadas de historia, que han soportado las peores crisis del país, como la de los años noventa, sin llegar a echar el cierre. Pero nueve meses son muchos días sin recaudar un peso. Ver persianas bajadas y carteles de “se renta” en este punto boyante de Ciudad de México es un síntoma trágico de que la crisis por la pandemia —que ha dejado más de 100.000 muertos en el país— se ha llevado por delante a otras nuevas víctimas.
En la avenida 20 de noviembre, 10 negocios han bajado sus persianas; al girar la esquina con la calle Regina, dos más, entre ellos, una tienda de productos de quirófano ahora convertida en un negocio esotérico. En esa misma cuadra: otras cinco cortinas, negocios de productos informáticos, una sastrería, una tienda de abarrotes y al fondo, un enorme local de más de 400 metros cuadrados dedicado desde hace 15 años a la venta de jeans de todas las marcas que pide casi 300.000 pesos mensuales (15.000 dólares) de alquiler.
En esa misma cuadra, Janeth del Ángel, de 58 años, una de las dueñas de Cocina Mago, ha tenido que cerrar por primera vez en 13 años el local donde disponían de un restaurante e intentan sobrevivir solo con otro, más barato, con cocina de cara a la calle que ofrece comida para llevar. “Es muy triste ver lo que está sucediendo en el centro. Si vemos esto aquí, que jamás habíamos visto, pues en el centro todo el mundo vendía, barato o caro, pero vendía... Imagínese en el resto de la capital”, explica del Ángel junto a la persiana bajada del comercio.
La Canaco calculó que en julio, mes de reapertura de miles de comercios como restaurantes y hoteles, peluquerías, salones de belleza, centros comerciales, museos y cines, las pérdidas fueron históricas: más de un 63% de caída. Y la crisis continuó sacudiendo al resto de locales que han ido reabriendo en septiembre, con limitaciones, como gimnasios y áreas comerciales del centro histórico, con pérdidas de casi el 50% respecto al mismo periodo de 2019.
Estos días los hermanos Gordillo atienden bajo cita en un espacio minúsculo, rentado a una conocida, en el sur de la capital. “A la que más le está costando todo esto es a mi madre… Pensar que se está destruyendo toda la herencia que ella recibió y todo el patrimonio que le dejó a sus hijos la tiene muy deprimida…”, cuenta Héctor. Mantener a sus cinco empleados, con sueldos reducidos, y cuadrar las deudas de meses de renta e impuestos a la Seguridad Social mantiene en vilo a este diseñador, que se aferra a resistir: “Ahora también nos toca coser mascarillas”.
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