Julio Trujillo: “El mío no es un poema bonito”
El poeta mexicano publica ‘Jueves’, un monólogo de largo aliento en donde el reclamo hacia sí mismo parece no tener fin
No es fácil pensar los días de la semana sin caer en lugares comunes. Se maldicen los lunes, se celebran los viernes. El poeta Julio Trujillo (México, 1969) titula Jueves a un nuevo poema de largo aliento publicado por la editorial Trilce. En este, la única posibilidad que se vislumbra es el encierro, el giro eterno en espiral en donde lo menos importante es el día de la semana.
Para esta obra, Trujillo, también autor de libros de poesía como Proa (2000), Sobrenoche (2005), Bipolar (2008), La burbuja (2013), entre otros, y las crónicas sobre Ciudad de México contenidas en Atajos y rodeos (2015), decidió abandonar un mes la capital mexicana para reprenderse frente a un espejo gigante, el del mar de Chacala, en el Estado de Nayarit: “tú mismo te trajiste a estas orillas/ solo/ para estallar los límites del ojo/ y reaprender a ver/ a recibir lo que te es dado”, anuncia en las primeras páginas de Jueves. Es un monólogo que utiliza la segunda persona del singular para permitir a su autor desmarcarse del texto. Hace a Trujillo a un lado; lo invita a ser libre dentro de su propia reclusión, lo distancia y lo deja aullar. Es una “interpelación a una psique imantada por la angustia y la exaltación”, señala el poeta mexicano David Huerta, editor del poema.
Trujillo, ganador del Premio de Poesía Joven de México Elías Nandino 1994 por el poemario Una sangre, logra en Jueves la “espléndida derrota” de la que habló alguna vez el poeta venezolano Rafael Cadenas para definir poesía. Sin recato, Trujillo acota: “¿te piensas un pequeño y resentido/ dios/ poeta?/ dirías que es un furor contra la muerte/ si no fuera/ porque hay muy poca vida en tu revuelta/ oscura oposición/ más muerte acaso y tú sin darte cuenta/ ¿sabes que eres el tonto de la fiesta/ el incapaz/ de irse olvidando para no mirar/ ni ser mirado?
Este grito, que parece no tener fin, se imprime en 79 páginas que exigen ser leídas sin pausas. Trujillo conversa con EL PAÍS sobre la poesía que se desdobla en Jueves y de la necesidad de desprenderse del texto.
Pregunta. ¿Por qué Jueves?
Respuesta. El decir “Jueves” quiere enfatizar la recurrencia de un solo día que pudo ser miércoles o domingo. A mí me gustan los jueves por lo que me sentí un poco atrapado en ese mismo día, también porque prefiero estar atrapado en un jueves que en un lunes. Aunque el poema pudo ocurrir en cualquier día. La recurrencia, la repetición, el reinicio del mismo día pasada la medianoche, es lo que me importaba a mí como metáfora de una crisis, como metáfora de una espiral en la cual me vi atrapado. Se llama Jueves, pero pudo llamarse de cualquier otra forma.
P. ¿Jueves es un pleito que una vez enfrentado termina o es un interrogatorio en círculos que no acaba?
R. Jueves es un ejercicio de introspección que requirió la segunda persona del singular para que fuera lo más feroz posible. Es una lucha conmigo mismo, pero también el inicio de una reconciliación. A lo largo de todo el poema planteo el movimiento en espiral, el cual obviamente nunca anuncia una salida. Pero al final del poema alcanzo a entrever que se termina un ciclo y que podré salir de la espiral de la crisis. Pero en todo momento es una crisis, una especie de camino sin salida, en la que la voz, no tanto yo, Julio Trujillo, sino la voz poética que habla en ese poema se vio atrapada. No es un poema bonito, no es un viaje vacacional; es un viaje interior, problemático, en el que yo espero que su final anuncie un principio de perdón o de reconciliación.
P. El poema puede llevar a algunos a recordar los cantos enunciados en Altazor, del poeta chileno Vicente Huidobro, porque parece que en Jueves tampoco hay escape a la problemática que presenta.
R. Guardando la distancia, hay semejanzas con Altazor. Ambos poemas implican un viaje. Probablemente Altazor es más noble porque va en paracaídas, y yo me aventé sin nada. Yo creo que el inicio de cualquier solución a un problema es reconocerlo, identificarlo; saber qué está sucediendo y luego expresarlo. En ese sentido, el poema, su ejercicio, es también el inicio de la solución. Por lo cual, soy el primer sorprendido de que este libro estuvo atado a mi propia vida y yo estuve atado al poema. No había manera de destrenzarnos hasta que, después de un trabajo de honestidad brutal y de introspección, pusiera punto final para poder separarme de él. Entonces sí hay salida. Pero no fue fácil porque autor y texto en algún momento estuvimos trenzados muy problemáticamente.
P. Sin ser letanía, ¿Jueves es un canto para reconocerse o para liberarse?
R. Yo lo identifico más como un grito que como un canto. Y sirve para ambas cosas. Fue muy delicado mantener un equilibrio entre la espontaneidad que implica aullar, digamos, y el trabajo literario artesanal que implica escribir. Si yo hacía un poema demasiado cuidado se iba a perder la catarsis, el grito, todo aquello que está fuera de control. Pero si lo hacía totalmente fuera del control hubiera sido ilegible. Procuré hacer un balance manteniendo el frágil equilibrio entre el grito y su articulación escrita.
P. El poema tiene un ritmo que parece sincopado que le da musicalidad. Además, Al no contar con las pausas de la puntuación, puede cantarse e interpretarse de muchas formas. ¿Cuál era la intención de negar la puntuación?
R. La última decisión que tuve al editar Jueves, después de darle muchas vueltas, fue eliminar toda la puntuación. Existía originalmente, pero en la última lectura me pareció muy evidente que no era necesaria, que probablemente el ritmo del propio texto la sostenía. A mí me interesa lo que pasa en la mancha textual sobre la página. Cuando no hay puntos ni comas, ni tampoco mayúsculas, el verso que estás leyendo puede pertenecer al golpe de la expresión anterior o estar anunciando el que viene o ambas cosas; se genera una ambivalencia que me gusta mucho. Todo el tiempo hay una musicalidad trabajando. Pero no solo es sonora sino también visual. Hay una especie de serpenteo que me interesó enfatizar.
P. Jueves plantea una incertidumbre que se puede ver y leer, y que tiene que ver con el movimiento eterno de un espiral.
R. El recurso central del poema es el movimiento en espiral; el girar como peonza, como trompo. Como en la danza que, en sí misma, hay mucho movimiento implicado y no hay progresión: uno no se desplaza generalmente cuando baila, sino que está sobre un mismo sitio; la poesía y la danza en eso se asemejan. Es un puro ritmo inútil en el sentido más noble del término. No se pretende llegar, no pretende explicar, sino solo manifestarse; se preocupa de ser ritmo y pura expresión.
P. Hoy por hoy es difícil encontrar poesía de largo aliento; poemas largos como Primero sueño, de Sor Juana, o Incurable, de David Huerta. ¿Por qué seguir esta tradición?
R. El poema de largo aliento es una tradición mexicana muy ilustre a la cual yo no sé si pertenezco, pero hay muchos muy buenos ejemplos. Está Sindbad el varado, de Gilberto Owen, que para mí fue un referente muy importante, también está Muerte sin fin, de Goroztiza, y Cada cosa es Babel, de Lizalde.
P. ¿Cómo encontró una salida a un poema como Jueves en el que, sin importar su longitud, es agotador?
R. Yo requiero de la complicidad de los lectores para navegar el poema de principio a fin. Me da gusto que no sea un texto condescendiente ni fácil. Cuando el lector se involucra se convierte en una especie de cómplice que no solo reconoce una serie de problemas que yo expreso ahí y que nacieron de mí, sino que se reconoce en algunas cosas como lector. En ese sentido el poema también puede ser un espejo. Después de este poema, para mí siguió un tiempo de silencio, de callar. Jueves me llevó muchos meses porque estuvo muy ligado a mi vida no solo como texto sino casi como un personaje que me acompañó durante una etapa.
P. ¿Por qué decidió escribir este poema fuera de la ciudad?
R. Hubo una necesidad de poner distancia con Ciudad de México y conmigo mismo; quería un contexto en el que pudiera ponerme en perspectiva. Para eso me alejé del ruido, me alejé de una ciudad que a mí constantemente me hace sentir un poco oprimido. Llegué a una pequeña playa de Nayarit para poder estar solo frente al mar. Mi trabajo requirió de distancia y perspectiva. Y un poco, aunque suena dramático, de exilio.
P. Pocas lecturas logran incitar al movimiento, a querer decir: “Yo también puedo hacer o decir eso”. Jueves puede ser una de ellas. Derivado de la pandemia y ante la necesidad de la gente de hablar con alguien, ¿nacerán nuevos poetas?
R. Sin duda alguna. Yo creo que ya nacieron nuevos poetas. Se generaron espontáneamente personas y textos que decidieron, en el formato de la poesía, y a través de ese género, preguntarse un montón de cosas. Porque si algo nos ha traído esta pandemia es un montón de dudas, además de un montón de tiempo. La suma de dudas más tiempo probablemente genere nuevos poemas y poetas. Y qué bueno, porque es una manera de interrogar a la realidad, de intentar entenderla. No creo que se hallen muchas respuestas, pero mientras más preguntas haya, mejor vamos a estar en el mundo. Yo espero con curiosidad a los poetas pospandémicos.
P. Hablando de eso, ¿en dónde queda el lector ante la oferta desatada de poetas, que desde siempre ha existido, contra la carencia de crítica?
R. Se decía en el siglo XIX que levantabas una piedra y encontrabas un poeta, ahora en pandemia va a ocurrir lo mismo. Coincido en que hay una carencia de crítica. Pero no creo que haya nunca demasiados poetas. Pienso que la de los poetas es una galaxia que se maneja como minoritaria y así lo va a seguir siendo. Lo que sí hace falta es un lector que no establezca una distancia con la poesía por las razones que sean. A veces es por flojera, a veces es por miedo a no entenderla; la rechaza por solemne o porque la considera un idioma rebasado. Falta un acercamiento a la poesía, falta entender que es otra manera de decir las cosas, que no es marciana ni cursi. Y que no corresponde a un periodo romántico determinado, como mucha gente cree, si no que es un arte más, que progresa, evoluciona con las palabras de todos los días; que ya no requiere de los temas certificados de antes, como el amor, la muerte, el romanticismo. Se debe comprender que ahora todo es poetizable.
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